Ella salió a eso de las 11 de la noche de una calle estrecha y solitaria del barrio Popular 1, en el nororiente de Medellín. Traía un bolso y vestía jean, chaqueta y botas.
Cuando se montó al carro, amablemente se disculpó por hacerme esperar. Me indicó por dónde salíamos de la zona y me pidió recoger a otras dos compañeras en el barrio Tricentenario.
Kassandra* se notaba impaciente y miraba constantemente su reloj digital. En cuestión de 15 minutos llegamos a la salida norte de la Estación Tricentenario, pero sus compañeras no estaban allí. De inmediato comenzó a llamarlas, y cuando respondieron les dio la orden de bajar lo más rápido posible porque ya iban tarde.
Al cabo de unos 8 minutos aparecieron dos jovencitas qué no sobrepasaban los 17 años de edad; Kassandra aparentaba unos 22 años. Apenas las niñas se subieron al carro las reprendió y les reprochó su demora. Les dijo que había un compromiso y que la puntualidad era importante.
Tomamos la autopista sur rumbo al municipio de La Estrella. En el camino las niñas le preguntaron a Kassandra que si podían tomar cerveza Corona o que si había Smirnoff, que era más fuerte. Kassandra les explicó que los manes eran bien y que no eran amarrados con el licor ni con el ‘Tusi’.
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Las dos chicas en el asiento de atrás se rieron fuertemente, a manera de celebración por la revelación que les acababa de hacer su mentora. Kassandra seguía mirando su reloj y las volvió a regañar: «La próxima vez están puntuales donde les diga. A ellos les gusta que uno sea serio y cumplido».
Cuando arribamos al sector de Ancón, Kassandra me dijo: «vamos para un motel, yo le muestro cuál es». Llegamos a uno ubicado cerca de la vía vieja a Caldas.
Al acercarnos a la portería, Kassandra le dijo con firmeza al vigilante que las estaban esperando en una de las cabañas especiales. Las niñas del asiento trasero se vieron sorprendidas por el lujo de las instalaciones, y en vez de mostrarse nerviosas, su ansiedad fue más intensa.
Recorrimos 10 metros de la portería y nos esperaba un joven de unos 25 años que nos hizo ingresar al garaje de la cabaña donde sonaba música electrónica a gran volumen, se reflejaban luces de miniteca y se escuchaban voces masculinas.
El semblante de Kassandra cambió y su sonrisa se hizo evidente. Antes de bajarse del carro agradeció por la rapidez del recorrido y les dijo a las niñas: «¡Empezó la fiesta!».
El joven recibió a las niñas con satisfacción, las llevó al segundo piso de la cabaña y luego se devolvió y me pagó una suma más alta de la convenida por el servicio de transporte.
*Nombre ficticio por confidencialidad de la fuente.