Últimamente, el tema de los avances científicos en el área de la inteligencia artificial ha ocupado gran parte de los espacios en los medios de comunicación. Ante ello, hemos podido observar reacciones de carácter claramente contradictorio.
Muchos han demostrado su satisfacción al ver en ello una perspectiva de elevar el nivel de vida de nuestra población, debido a la expansión del control humano sobre las fuerzas productivas. Otros, sin embargo, han encarado el asunto con un indisimulado temor: la posibilidad de que una buena parte de nuestra población se volviera superflua y, en consecuencia, pasara a formar parte de los descartables de nuestra sociedad.
Pero, al final, ¿quién tiene razón en esta disyuntiva, los que han adoptado la posición optimista o los que han demostrado su pesimismo? En realidad, no hay una respuesta absoluta que se pueda aplicar de antemano a esta pregunta. Todo depende de las características que prevalezcan en la sociedad en la que se plantee la cuestión. Por ello, una vez más, me gustaría recurrir a mi formación como economista para intentar esbozar un marco que nos permita dilucidar la esencia del problema que estamos abordando.
A los efectos de la formulación teórica, haremos inicialmente una simplificación imaginaria en la que tenemos una sociedad muy igualitaria, compuesta en su totalidad por agentes económicamente activos que se dedican a producir canastas básicas de sustentación (una amalgama de todos los bienes y servicios que satisfacen las necesidades básicas de los miembros de esta sociedad). En términos numéricos, su constitución sería la siguiente: Número total de miembros = un millón; tiempo de trabajo diario por persona = 8 horas; producción por trabajador = una canasta básica por día; producción diaria total = un millón de canastas básicas (una por cada habitante-trabajador).
Supongamos que hay un aumento en el nivel tecnológico que eleva la productividad en un 20%. Podríamos encontrarnos entonces ante las siguientes dos alternativas básicas:
a) Se mantiene el tiempo de trabajo por persona. En consecuencia, la producción resultante se incrementará en un 20%, totalizando 1.200.000 canastas básicas (1,2 canastas por habitante);
b) Se reduce el tiempo de trabajo individual en un 20%, de modo que cada ciudadano pase a trabajar 6 horas y 24 minutos al día y acabe produciendo el mismo un millón de canastas básicas que antes.
Como estamos considerando que se trata de una sociedad de base igualitaria, de las hipótesis planteadas se derivarían dos resultados probables. En el primero, todos seguirían trabajando el mismo tiempo que antes y, así, recibirían un valor de bienes incrementado en un 20% (1,2 canastas básicas por cada habitante, en lugar de solo una). En el segundo, cada habitante seguiría recibiendo lo mismo que antes (una canasta básica), pero habría trabajado un 20% menos de tiempo, beneficiándose de un aumento proporcionalmente equivalente en su tiempo de ocio.
Como podemos deducir de estas teorizaciones, en ambas circunstancias, la innovación tecnológica conduciría a ganancias evidentes para toda la sociedad, ya sea por generar un mayor volumen final de productos, o por haber demandado menos tiempo de trabajo a cada uno.
Empero, cuando eliminamos la premisa inicial de un sistema igualitario y nos ponemos a razonar en términos de una sociedad neoliberal, el panorama sufre transformaciones significativas, y los avances tecnológicos pueden implicar resultados muy diferentes y contradictorios con lo que habíamos visto antes.
Como sabemos, en el neoliberalismo la prioridad es siempre de aquellos que poseen y dominan la base económica y, en vista de ello, controlan el mercado. En otras palabras, teniendo a Brasil como espejo, todo funciona para servir en primer lugar a los intereses de los banqueros, los grandes propietarios rurales y otros grandes capitalistas que ejercen hegemonía sobre la sociedad. Por lo tanto, no existe una preocupación intrínseca de que los aumentos de productividad resultantes de los avances tecnológicos beneficien a todos de manera equitativa.
De hecho, como trataremos de demostrar a continuación, lo más probable es que ocurra exactamente lo contrario, con una importante acentuación de la desigualdad y un aumento brutal del nivel de exclusión social.
Volvamos entonces a los datos utilizados anteriormente para una nueva reflexión hipotética, esta vez en el contexto de una sociedad gestionada por los principios del neoliberalismo. Desde esta perspectiva, si la productividad aumenta un 20%, la tendencia es que los propietarios de las empresas, en un primer momento, se propongan mantener la misma carga horaria de trabajo para sus empleados. Así, entre varias otras combinaciones, se destacan las siguientes dos posibilidades:
a) El número de trabajadores involucrados en las actividades económicas se mantendría inalterado. La producción total resultante crecería un 20%, alcanzando las un millón doscientas mil canastas básicas.
b) Se mantiene la misma producción total que antes (un millón de canastas básicas) y se reduce el número de trabajadores empleados en un 16,67%. Con esto, tendríamos 833.334 ciudadanos trabajando 8 horas diarias. Como resultado, 166.666 personas serían eliminadas del proceso productivo de la sociedad.
Evidentemente, en el cuadro que acabamos de pintar, la primera situación es menos desfavorable para los trabajadores. Como todo el mundo sigue empleado, los grandes choques tenderían a desarrollarse fundamentalmente en torno a la forma en que se distribuyen los frutos del trabajo, que tuvo un incremento del 20%. Los capitalistas se esforzarían por apropiarse con exclusividad de este excedente generado, mientras que los trabajadores lucharían para que su parte aumentara tanto como fuera posible. El resultado de esta disputa dependería de la correlación de fuerzas entre las clases enfrentadas, así como de los niveles de organización sindical, conciencia de clase y unidad de los sectores populares.
Sin embargo, en la segunda alternativa, el panorama se muestra mucho más oscuro para los no capitalistas. Con el mantenimiento de la carga horaria de trabajo y la disminución del número de personas involucradas en el proceso de producción, además de que no habría perspectivas de que los trabajadores se beneficiaran del aumento de la productividad, su situación se deterioraría debido al surgimiento de un número significativo de personas que se volverían prácticamente desechables para el sistema.
En las condiciones estipuladas, el sistema no tendría ni los medios ni el interés en absorber la fuerza de trabajo que ha demostrado ser excedente debido al aumento de la productividad. La alternativa de apoyar a estas personas superfluas a través de la asistencia social pública tampoco se considera aceptable. No hay que olvidar que el neoliberalismo se opone decididamente al uso de los recursos públicos para prestar asistencia social a los necesitados.
Entonces, ¿cómo resolver este problema? La lógica aplicada por el neoliberalismo es relativamente simple. Si hay un excedente poblacional que amenaza con perturbar las cuentas públicas, es necesario eliminarlo. Los teóricos (y también los teólogos) del neoliberalismo no admiten bajo ninguna circunstancia que los recursos públicos se “despilfarren” en actividades que consideran improductivas y despreciables, como proporcionar alimentos, asistencia médica y educativa a los pobres que no pueden pagar estos servicios. El dinero sagrado de las arcas públicas sólo debe ser utilizado para causas «nobles y benditas», como, por ejemplo, la remuneración de los tenedores de bonos del tesoro público y, ocasionalmente, la absorción de deudas que involucren a bancos u otras grandes empresas del sistema capitalista.
Como los avances tecnológicos siempre apuntan al hecho de que se necesitará menos mano de obra para el proceso productivo, los neoliberales se preocupan por encontrar formas de eliminar el número de seres humanos que se vuelven desechables, inútiles para el mantenimiento del sistema. Al mismo tiempo que actúan para impedir o dificultar al máximo la organización sindical y social de los trabajadores, los agentes del neoliberalismo también buscan encontrar formas de no permitir que la gran cantidad de seres «inservibles» ponga en peligro la continuidad del modelo económico que defienden. Por lo tanto, políticas de tinte eugenista pueden ser bienvenidas.
No fue tan sólo por casualidad que los ideólogos del nazismo bolsonarista en Brasil, incluidos los pastores y sacerdotes identificados con las teologías de la prosperidad y del dominio, se esforzaron por bloquear las medidas sanitarias que tenían como objetivo evitar la propagación del covid-19 entre nuestra población. Como sabían que su letalidad era especialmente fuerte entre la gente de mayor edad y de menores recursos, estos ideólogos vieron en la pandemia una especie de enviado divino que tenía la misión de purificar el mundo. Por perverso que esto pueda sonar, pudimos ver y escuchar a varias personas que se identificaban como cristianas defendiendo la política genocida del gobierno nazi-bolsonarista. Allí estaba la oportunidad de conseguir que un millón de seres «inútiles» dejaran de «chupar» las tetas del Estado. Murieron unas 700 mil personas. Por poco el número meta del bolsonarismo no se alcanzó en su totalidad.
Por lo tanto, en términos sociales, una mejora de la capacidad productiva por la elevación del nivel tecnológico no necesariamente indicará que toda o la mayor parte de la población la vaya a disfrutar. A depender del sistema socioeconómico que esté en vigor y de la existente correlación de fuerzas entre las clases que se disputan la riqueza de la sociedad, en lugar de apuntar en la dirección de una vida más digna y cómoda, el avance tecnológico puede actuar como acentuador del nivel de desigualdad y ser un factor intensificador del proceso de exclusión.
La filosofía que mueve el neoliberalismo aclama y busca imponer una libertad amplia y absoluta para los intereses relacionados con el capital, mientras emplea toda la fuerza a su alcance para bloquear y someter cualquier intento de alcanzar autonomía por parte de los grupos a él sometidos. Por eso, para las mayorías populares, los avances tecnológicos siempre van a reforzar la necesidad de organizar y ampliar la lucha por la superación misma del neoliberalismo y, en última instancia, del propio capitalismo, que es el principal responsable por engendrarlo.