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Los comentarios publicados en los medios estadounidenses han demonizado abiertamente al pueblo palestino y han justificado la masacre en Gaza.

A pesar de las incesantes afirmaciones del gobierno de EE.UU. de que está haciendo esfuerzos para lograr un alto el fuego, el genocidio que está teniendo lugar en Gaza durante el último año ha sido el resultado del accionar conjunto de EE.UU. e Israel. Israel no podría ejercer el nivel de violencia que está infligiendo al pueblo palestino sin las armas, la inteligencia y el respaldo político de Estados Unidos.

Para implementar esta política de exterminio de los palestinos, el gobierno estadounidense necesitaba del apoyo de una masa crítica de sus ciudadanos. Para lograrlo, el gobierno de Biden ha desplegado un férreo discurso en defensa de Israel y ha justificado el accionar israelí y el propio esgrimiendo «el derecho de Israel a defenderse».

Voces influyentes en los medios de prensa estadounidenses han contribuido a crear las condiciones ideológicas necesarias para que el público acepte las atrocidades israelíes, cometidas con ayuda de EE.UU. Los medios y el gobierno de Biden son parcialmente responsables del genocidio de Gaza.

En 2003 la Corte Penal Internacional para Ruanda dictó las primeras condenas por incitación al genocidio denunciando que «el daño genocida causado por la programación» [de Radio y Televisión Libre des Milles Collines] durante el genocidio ruandés en 1994. La incitación al genocidio es «anticipatoria» es decir, que promueve la ejecución de un crimen y constituye un delito por sí misma.

Según la Corte Penal Internacional para Ruanda, para demostrar que alguien es responsable de incitación al genocidio no es necesario dar pruebas de que su discurso motivó directamente a una persona a ejecutar actos genocidas. Como afirma este académico, para que un genocidio ocurra, debe existir un clima propicio para que tales crímenes sean posibles.

Este criterio puede aplicarse a comentarios publicados en The New York Times, The Washington Post y The Wall Street Journal. Algunas figuras reconocidas de esos periódicos han participado en incitación al genocidio, aunque esta sea una forma diferente porque los estadounidenses no necesitan ir a Palestina a matar gente para colaborar en un genocidio; solamente tienen que aceptar que su gobierno participe.

En el artículo «Atrocity Speech Law: Foundation, Fragmentation, Fruition», Gregory S. Gordon presenta ideas interesantes sobre la incitación al genocido y otros tipos de discursos de odio. Al aplicar sus argumentos a la cobertura estadounidense sobre el conflicto Israel-Palestina a partir del 7 de octubre de 2023, sugiere que gran parte de esta cobertura se define como «incitación al genocidio». Gordon, un académico legal internacional y ex-Fiscal de la Corte Penal Internacional para Ruanda, sostiene que la demonización es una forma de incitación. Dice que esta modalidad se enfoca en «demonios, malvados y otros personajes nefastos».

Un artículo publicado en The New York Times en octubre pasado contiene precisamente esta terminología: «Si Gaza fuera la prisión a cielo abierto que muchos críticos de Israel dicen que es, no lo es porque los israelíes sean caprichosamente crueles sino porque muchos de sus residentes representan un peligro mortal». En esta nota se presenta a muchos palestinos como criminales letales que merecen castigo colectivo. En el mismo sentido, el 7 de octubre un editorial del Wall Street Journal dice que Israel está en un «barrio malo».

Un artículo de opinión del Washington Post publicado pocos días después sostiene que Israel libra una «batalla contra la barbarie». En otro artículo, el autor se pregunta si «sería inútil aplicar la lógica política a los horrores perpetrados por fanáticos religiosos de ISIS o Hamás. Ellos actúan siguiendo el imperativo religioso de asesinar ‘infieles’ y ‘apóstatas’, sin que importen las consecuencias».

Un artículo publicado en The New York Times en noviembre ofrece un punto de vista similar al describir a Hamás como un «culto terrorista de la muerte». Esta caracterización de Hamás es engañosa y abiertamente simplista; vilifica a los palestinos como salvajes atávicos con el fin de transmitir el mensaje de que hay que exterminar a esos bárbaros irracionales, cualquiera sea el costo.

Según Gordon, los intentos de persuadir al público de que las atrocidades en curso están moralmente justificadas es otra forma de incitación, la cual ha sido ampliamente difundida en la cobertura sobre Gaza. La dirección que estaba siguiendo la política israelí era claramente identificable desde el 13 de octubre pasado cuando Raz Segal, un profesor de Estudios sobre el Holocausto y Genocidio, escribió que Israel estaba realizando un «ataque genocida en Gaza de manera muy explícita, abierta y desvergonzada».

Sin embargo, tres semanas después de iniciada la ofensiva israelí, un artículo publicado en The Washington Post rechazaba los llamados a un alto el fuego e incluso la idea de que Israel debería «limitar su respuesta a ataques aéreos selectivos y redadas para eliminar a miembros de Hamás de alto rango, y liberar a los rehenes». Sostenía que, si Israel acordaba con un cese el fuego en ese punto, sería «equivalente a premiar a los agresores e invitar a más agresiones en el futuro».

El mensaje solapado es que las acciones de Israel están justificadas éticamente, sin importar que EE.UU. e Israel hayan matado casi 3.800 palestinos en los primeros 13 días del asalto a Gaza, eliminando a familias enteras. En ese momento, la secretaria general de Amnistía Internacional, Agnès Callamard, describió así el accionar de Israel: «pulverizan calle tras calle de edificios residenciales […] matan civiles a escala masiva y destruyen infraestructura esencial» y al mismo tiempo limitan lo que puede entrar a Gaza, entonces, la Franja estaba «quedándose rápidamente sin agua, medicinas, combustibles y electricidad».

El artículo de opinión publicado en noviembre por The New York Times (mencionado arriba) promovió el punto de vista novedoso de que los palestinos se beneficiarían al ser masacrados. Concedía magnánimamente que «en el corto plazo, por supuesto: Las vidas de los palestinos podrían ser salvadas si Israel detiene el fuego». Pero el artículo sostenía que, si la ofensiva de EE.UU. e Israel finalizaba mientras Hamás seguía gobernando en Gaza, el resultado significaría «una garantía virtual de ataques letales masivos contra Israel, con represalias aún más grandes de parte de Israel y mayor miseria para el pueblo de Gaza». Según esta lógica, es una virtud que EE.UU. e Israel ayuden a los palestinos realizando una ofensiva que ha convertido a Gaza en un «cementerio para miles de niños» y un «infierno para todos los demás».

Los intentos de legitimar las muertes masivas infligidas por EE.UU. e Israel no se desvanecieron después de las primeras semanas de la masacre en Gaza. En enero, un artículo de opinión de The Washington Post sostenía que la muerte y destrucción en Gaza era una tragedia para sus habitantes, pero «la culpa principal la tiene Hamás porque lanzó un ataque no provocado contra Israel». Al sugerir que la ofensiva de EE.UU. e Israel responde a un ataque palestino «no provocado» se da a entender que dicha ofensiva militar es justificada. Este argumento no resiste ningún tipo de escrutinio: en los días, semanas y meses previos al 7 de octubre, Israel había bombardeado repetidamente Gaza y disparado contra palestinos en la valla que rodea el territorio mientras los sometía a un asedio brutal e ilegal, por no hablar de los más de 75 años de desposesión que condujeron a ese día.

Debido a que Israel ejecutaba operaciones de guerra contra los palestinos en Gaza previamente al 7 de octubre, la ofensiva israelí no puede ser catalogada como «autodefensa». Sin embargo, en los medios de prensa estadounidenses, los apologistas de EE.UU. e Israel han dicho que «Israel tiene el derecho y el deber de defenderse». Presentan la cruzada estadounidense-israelí como justa y, por lo tanto, digna de apoyo. No les importa que la “defensa” de Israel haya provocado una “guerra implacable” contra el sistema de salud de Gaza y haya incluido ataques aéreos contra hospitales y trabajadores de la salud, además de la matanza de palestinos al ritmo más letal que cualquier conflicto de este siglo.

A fines de febrero, un editorial de The Wall Street Journal criticó a la congresista palestino-estadounidense Rashida Tlaib y a otros arguyendo que «el alto el fuego que ellos quieren tendría el efecto de dejar a los combatientes [de Hamás] con vida y libres para reconstruir un Estado terrorista. El sufrimiento en Gaza es terrible, pero la causa principal es el uso de civiles como escudos humanos, por parte de Hamás».

En ese punto, Israel había matado a más de 7.729 niños. Sin embargo, para The Wall Street Journal, el horror se justificaba si Hamás era derrotado; las decenas de miles de civiles palestinos asesinados podrían explicarse empleando de manera dudosa y selectiva el concepto de escudos humanos.

En marzo, otro artículo de The New York Times reflotó las mismas viejas y gastadas falsedades para tratar de persuadir a sus lectores de que la conducta de EE.UU. e Israel en Gaza era apropiada, esgrimiendo el argumento de que «Hamás comenzó la guerra» y que «Israel está luchando una guerra dura contra un enemigo diabólico que pone a sus propios civiles en peligro». El gobierno de Biden, señalaba el artículo, debería «ayudar a Israel a ganar la guerra de manera contundente para que los israelíes y palestinos puedan conseguir la paz algún día». Dos semanas antes, el Relator Especial sobre el derecho a la alimentación de la ONU, Michael Fakhri denunció: «Israel ha emprendido una campaña intencionada para hacer padecer hambre al pueblo palestino que evidencia genocidio y exterminio». Para algunos personajes influyentes de Estados Unidos es moralmente aceptable que su país continúe participando en esta situación.

Los medios de comunicación que publicaron estos artículos podrían haber realizado una cobertura más amplia, que incluyera reflexiones serias sobre cómo promover la paz, la justicia y la liberación de Palestina. En cambio, le han dado espacio a voces que incitan a la masacre perpetrada por EE.UU. e Israel. Cuando se escriba la historia de este periodo sangriento, se deberá incluir un capítulo sobre los medios de prensa que ayudaron a encender el fuego del genocidio y a mantener las llamas.

Greg Shupak es un académico que escribe ficción y análisis político. Es autor de The Wrong Story: Palestine, Israel, and the Media.