Cuando acabe este año 2024 se habrán celebrado 76 elecciones generales en todo el mundo. Sin embargo, parece obvio que la de mayor trascendencia para la economía internacional será la presidencial que se llevará a cabo el próximo 5 de noviembre en Estados Unidos.
Máxima incertidumbre
Es muy difícil hacer una previsión concreta de las consecuencias económicas de esta elección sobre la economía mundial. No sólo porque dependerá, lógicamente, de quién gane, puesto que Harris y Trump llevan propuestas bastante diferentes en sus programas económicos. También, porque la posibilidad de aplicar con integridad cada una de ellas dependerá de la ventaja obtenida y del control que sus respectivos partidos tengan finalmente sobre el Congreso y el Senado, algo completamente impredecible.
De hecho, no se puede descartar que se produzca un empate técnico o una victoria tan apurada de alguno de los dos candidatos que obligue a tomar decisiones arbitrales que ocasionarían no sólo un retraso importante y muy problemático, sino quizá conflictos civiles postelectorales de consecuencias, ahora mismo, incluso difíciles de imaginar.
La situación, pues, es de máxima incertidumbre y es bien sabido que esta constituye por sí misma un factor de peligro y deterioro económico. Mucho más si, como acabo de decir, se prolongase a causa de un resultado impreciso o puesto en cuestión.
En todo caso, para tratar de intuir el efecto sobre la economía mundial de una victoria de Trump o de Harris hay que ir por partes.
Trump: proteccionismo que puede volverse contra Estados Unidos
Si Donald Trump ganase las elecciones se producirá como efecto seguro un potente reforzamiento del proteccionismo comercial estadounidense, pues su propuesta electoral es aumentar los aranceles entre un 10 y un 12 por ciento con carácter general y un 60 por ciento para las importaciones procedentes de China.
Incluso si finalmente los aranceles aplicados fuesen más reducidos, lo que se puede establecer de antemano es que, de entrada, harán daño a un buen número de economías asiáticas de base exportadora, también a otras europeas y a la economía global.
Se resentiría, en general, el comercio internacional, pero quizá no en el sentido que muchos informes apuntan y, desde luego, no en completo favor de Estados Unidos.
Su propia economía se vería afectada, disminuiría su crecimiento y posiblemente sufriría presión alcista de precios que obligara a movimientos de tipos de interés que, seguramente, provocarían tensión entre la Casa Blanca y la Reserva Federal, pues frenarían aún más la actividad.
Alternativamente, lo más seguro sería que una renovada estrategia proteccionista de Estados Unidos obligase a cada vez más países a unirse y reforzar los procesos de desdolarización y que acelerara la creación de nuevos espacios y relaciones de comercio alternativos. Y aunque China se viera lógicamente afectada por esa estrategia de Trump, no me parece realista creer que lo fuese en la medida tan exagerada que vaticinan algunos análisis: ¿no es muy ingenuo pensar que sus autoridades económicas no hayan preparado a su economía desde hace tiempo para enfrentarse a un escenario del comercial internacional como el que se anuncia? A mi juicio, más bien pudiera ocurrir que la amenaza trumpista se convierta en el incentivo más potente que pudiera tener la economía china para acelerar su autonomía estratégica, ampliar y diversificar mercados y consolidar lazos con otros socios comerciales.
Kamala Harris: menos Biden y con menos munición
Una eventual victoria de Harris llevaría a reforzar en mayor medida a la demanda interna (el consumo, la inversión y el gasto público) como motor de la economía de Estados Unidos. Es lo ocurrido bajo la presidencia de Biden, a quien hay que reconocer que lo hizo con bastante éxito, evitando una recesión, poniendo ciertos frenos al gran capital, reforzando a los sindicatos y preocupándose, en mayor medida que sus antecesores, por la redistribución del ingreso.
Sin embargo, ha sido la propia Kamala Harris quien se ha desmarcado ya de las medidas más avanzadas de su propio mandato como vicepresidenta. No sólo por la presión de los grupos que financian su campaña de última hora. También, y esto es muy importante, porque el aumento incesante de la deuda obligará a poner más límites que los soportados por Biden a la expansión del gasto en Estados Unidos. Sobre todo, como es lo más probable, si el Partido Demócrata no dispone de mayorías suficientes en las dos Cámaras.
El efecto de esa estrategia sobre la economía de Estados Unidos es relativamente fácil de predecir, un menor impulso al crecimiento. Por tanto, lo más realista es pensar que la fuerza de la economía estadounidense como fuente de alimentación del comercio y la economía internacionales no aumentaría si gana Harris. Lo más probable es que disminuya, aunque quizá no tanto como en el caso de una victoria de Trump.
Volatilidad financiera y efectos diversos en la lucha contra el cambio climático
Por otro lado, en ambos casos se puede tener plena seguridad sobre algo quizá aún más decisivo. Las fuentes de ingresos que reciben para sus respectivas campañas electorales permiten aventurar con bastante certeza que Estados Unidos seguirá siento el centro de financiarización de la economía internacional, generando y trasladando volatilidad e inseguridad a los mercados financieros y, por derivación, a la economía productiva de todo el planeta.
Por el contrario, es posible que haya diferencias notables en cuanto a la lucha contra el cambio climático, para la cual Estados Unidos debería ser un pilar fundamental. Parece claro que una victoria de Trump incluso podría suponer un paso atrás muy peligroso, no sólo en su propio país, sino en todo el planeta, dada la naturaleza sistémica y global de este problema.
Auge del militarismo y mayor riesgo de guerra
Aunque debido a causas distintas, me parece que gane quien gane las próximas elecciones en Estados Unidos, de ellas se derivará un incremento del gasto en defensa, del militarismo y del riesgo de guerras consiguiente, lo que inevitablemente hará que empeore el desenvolvimiento general de la economía internacional.
La apuesta militarista de Harris se deduce no sólo de lo ocurrido durante su mandato como vicepresidenta. También de sus declaraciones durante toda la campaña electoral. Lo más probable es que Harris no se separe ni un milímetro de la estrategia de seguridad formulada por los grandes centros de diseño estratégico de Estados Unidos y defendida a capa y espada por Biden durante su mandato. Me refiero a sentir que China le representa un riesgo existencial y que cada minuto que pase sin hacer directamente frente a ese conflicto juega en su contra.
Por eso creo que la tónica de una posible presidencia de Harris será la de seguir aumentando el presupuesto de defensa, exigir mayores compromisos militares a sus socios de la OTAN y la apertura de nuevos frentes bélicos que contribuyan a debilitar la posición geoestratégica de China o de sus posibles aliados.
Y algo parecido ocurriría en caso de una victoria de Trump, aunque por una razón diferente.
Cabe la posibilidad de que este quisiera depender en menor medida -como tantas veces ha anunciado- del paraguas colectivo de la OTAN. Pero eso produciría un semejante incremento del militarismo y de contaminación al conjunto de las economías. Especialmente en las europeas, pues tendrían que elevar mucho más cuantiosamente su gasto militar.
El efecto de cualquiera de estas dos posibilidades será que habrá muchas más dificultades para financiar políticas de bienestar y estabilidad, menos empleo global y más dificultades para el desarrollo de la actividad en la economía productiva y civil. Muy particularmente, en Europa.
Malos tiempos
Todos estos elementos me llevan a pensar, parafraseando la copla popular, que ni con Harris ni con Trump, tienen los males del mundo remedio. Ninguno de los dos ha hecho propuestas que apuesten con determinación para hacer frente a los grandes males de la economía mundial y ambos hacen apuestas militaristas, de proteccionismo comercial o, en ambos casos, de financiarización y unilateralidad en el planteamiento de los asuntos internacionales que van a impedir que la economía mundial mejore gracias al antiguamente llamado «dividendo de la paz» o al de la cooperación entre países de diferentes regímenes políticos y económicos. No hay nada más nocivo y peligroso que la resistencia de un imperio para evitar a cualquier coste su inevitable decadencia. Y lo que en realidad se juega en estas elecciones de Estados Unidos no es que esta potencia actúe de otro modo en la economía mundial, sino de qué manera echa sobre la espalda de las demás economías el daño que a sí misma le produce el declive que sufre como potencia imperial.