El gobierno israelí de Benjamín Netanyahu comenzó la movilización de su operación de genocidio hacia Líbano. Luego de casi de un año de destruir sistemáticamente la Franja de Gaza y dejar como saldo más de 40 mil palestinos y palestinas asesinadas (en su mayoría, mujeres y menores de edad), ahora, el poder militar del Estado israelí golpea a otro país vecino. Los resultados están a la vista: en apenas 24 horas, Israel es responsable de la muerte de 500 personas en territorio libanés.
La justificación de esta nueva matanza ―que lleva la firma, de puño y letra, del primer ministro israelí― es Hezbolá, la organización político-militar libanesa. El régimen israelí siempre tiene excusas al alcance de sus manos para dar luz verde a operaciones donde confluyen la limpieza étnica, la impunidad y el desprecio sostenido hacia el derecho internacional que, a duras penas, todavía rige las relaciones diplomáticas, políticas y de defensa en el planeta. Eso a Israel no le importa. Pero todavía hay más:
Netanyahu y sus ministros se vanaglorian del genocidio que cometen en Gaza. La crueldad y la impunidad, en el caso israelí, van de la mano. Hasta ahora, Naciones Unidas y la mayoría de los gobiernos (principalmente las potencias internacionales) mantienen o una posición de alianza descarada con el Estado de Israel o una impotencia preocupante ante un genocidio que se transmite en vivo y en directo.
Ahora el turno es del Líbano. Y digo Líbano, porque los ataques militares contra ese país están centrados contra los pobladores de la otrora pequeña Suiza de Medio Oriente. Aunque, por estos días, se escuchará una y otra vez que el responsable de los ataques es Hezbolá. Una y otra vez, vamos a oír este mantra en los grandes medios de comunicación, saliendo de la boca de «analistas» y «politólogos» de diverso pelaje y de una dirigencia política rendida a los pies de Netanyahu (el caso argentino es, tal vez, el más notorio, donde el gobierno de Javier Milei expresa de manera reiterada su respaldo al genocidio que comete Israel en Gaza y demostró un desprecio pocas veces visto hacia las víctimas palestinas).
Hezbolá no es una organización terrorista, como muestra Israel y sus aliados: es un partido político, con un ala militar, surgido al calor de la resistencia a la invasión israelí al país entre las décadas de 1980 y 2000. Hezbolá participa en la política pública del Líbano, tiene representantes legislativos elegidos en diferentes comicios y forma parte, a través de varios ministros, en el gobierno central de Beirut. Nos puede gustar o no su ideología, pero no se puede negar su arraigo en grandes sectores del pueblo libanés como tampoco ignorar el trabajo social que realiza (en una nación en permanente crisis económica desde hace muchos años) y su peso militar en el sistema de defensa del Líbano.
Pero estemos seguros de que vamos a escuchar una y otra vez que Hezbolá es el responsable de la masacre en curso, que el partido liderado por el jeque Hasan Nasrallah es la encarnación del diablo en la tierra y que cada civil asesinado por Israel o es un militante de la organización o es “potencialmente” un futuro militante. Esto último no es una exageración, sino la gran justificación que esgrime la dirigencia israelí para cometer todo tipo de atrocidades contra los palestinos y las palestinas, y, en menor medida, contra los pobladores libaneses (esa “menor medida”, en el caso del Líbano, no es para nada menor, sino que, al lado de la destrucción humana y material en Gaza, aparece como terroríficamente insignificante).
En la actualidad, la impunidad de Israel parece blindada. Pero, en todo el mundo, se multiplican las movilizaciones masivas en contra del genocidio que el gobierno de Netanyahu comete en Gaza. El gran problema es la clase política (con honrosas excepciones), que se encuentra totalmente desconectada de esos reclamos que tienen su epicentro en Estados Unidos y Europa. Para la Casa Blanca y los presidentes de las potencias europeas, lo que Israel hace en Gaza y en Cisjordania los tiene sin cuidado. Más allá de declaraciones públicas y de tibios llamados al alto el fuego, el respaldo político y las toneladas de armamentos siguen fluyendo hacia Tel Aviv.
El Estado de Israel se convirtió hace mucho tiempo en una maquinaria que sólo produce muertes y que desprecia la diversidad que nos conforma como humanidad. Días atrás, Mikel Ayestarán, periodista vasco y corresponsal en Medio Oriente, reflexionaba lo siguiente en su cuenta de la red social X: «La brutalidad extrema de la operación en #Gaza nos ha anestesiado y 500 muertos en un día en #Libano para mucha gente ya es como si nada… ¿Dónde vamos a situar el umbral del dolor?».
Esa pregunta es la que como pueblos debemos responder de forma urgente y no dejar para mañana las denuncias de un genocidio en curso que parece no tener fin.