Hablar de vacunas en Medellín y el área metropolitana del Valle de Aburrá es un secreto a voces; se trata de un delito fácil de ejecutar por los combos, complejo de asimilar por parte de las víctimas y difícil de solucionar por parte de las autoridades.
Para Álvaro*, un hombre cuya edad ronda los 60 años –y que se ha beneficiado de las ‘vacunas’ a diferentes tipos de víctimas–, las modalidades de extorsión en la ciudad han evolucionado “y los bandidos cada día se ingenian diferentes estrategias para cobrarlas”.
Protección violenta
No es extraño ver cómo a las personas que viven en sus casas ubicadas en diferentes barrios, o que tienen sus negocios también en el centro, los integrantes de combos les llegan pidiendo una colaboración por vigilancia, y si la gente se opone es amenazada e intimidada; “paga o paga”, asevera Álvaro, quien ha implementado esta estrategia en la Comuna 13 y en el sector de Aranjuez en diferentes épocas.
Para él esta modalidad es más fácil de ejecutar porque a la gente le da miedo, y al que no colabore le hacen un daño: “se les mata un ‘cucho’ o un ‘pelao’ para que aprendan. Eso deja un mensaje claro a la comunidad. La gente dice: “¡Vea, fulano no quiso pagar y le mataron un hijo… O le mataron al papá!”. Es un efecto de intimidación muy fuerte ¡y la gente se baja de plata de una!”, explica fríamente Álvaro.
Las cuotas que piden en los barrios de estrato bajo por cada casa van desde $2.000 a $5.000 pesos semanales por una supuesta vigilancia en el sector. Cuando es un barrio de mejores condiciones se cobra en cada vivienda hasta siete mil pesos semanales, “o más, si se puede”. Adicional a estas cuotas semanales, los combos piden colaboraciones extras para hacer eventos como sancochos comunitarios, asados y festejos especiales. “Y la gente aporta”, expresa con ironía Álvaro.
Una modalidad que se ha utilizado en barrios periféricos y corregimientos es entregarle a la gente animales, como gallinas o cerdos, para que los tengan en los solares de las casas o en los patios, o también la ponen a criar perros de raza. Luego el combo vende los huevos, la carne y las mascotas. Es decir, “montamos granjas y la gente sabe que nos tiene que comprar los productos a nosotros y no a los proveedores que llegan normalmente a surtir los barrios”, explica el sujeto.
En contexto: El parásito de la extorsión en Medellín (Parte 1)
“La gente se acostumbra y colabora con el negocio, y saben que nos entregan los productos a medida que se necesitan”, expresa Álvaro describiendo la forma que tienen para extorsionar en algunas zonas, a través de la cual a la gente se intimida para que preste espacios de sus lugares de vivienda para el lucro de los grupos armados ilegales. “La ventaja para nosotros es que la gente no puede decir que ¡no! No tiene derecho a hablar porque la gente está desprotegida”, manifiesta Álvaro con seguridad y explica por qué.
“Los policías que suben a los barrios altos o periféricos vienen es por la plata de ellos, porque ellos también nos ‘vacunan’. Dicen que tienen que llevarles plata a sus comandantes para que no los molesten por operativos. ¡Eso viene de arriba pa’ abajo! Y la tarifa depende de los negocios ilícitos que se tengan. Por ejemplo, si es una plaza de vicio, se llevan un millón de pesos semanales, porque comen el patrullero y los comandantes. Y hay una condición en esta complicidad entre la delincuencia y la policía: si el ‘tombo’ coge mal ubicado al jíbaro (expendedor de drogas) y le coge mercancía, es otra plata extra para la Policía. Por eso se mantienen pendientes de las entradas y salidas de los jíbaros en los barrios”, narra Álvaro. Y asegura que: “en el negocio de la ‘vacuna’ los que más ganan son los policías, porque comen de todas las rentas ilegales que manejamos los combos. Por ejemplo, de las ‘vacunas’, ellos suben por ‘ligas’ de 200 mil o 300 mil pesos semanales o quincenales. Pero si empiezan a comer mucho también hay que calmarlos y se les quiebra un agente para que dejen de ser ‘garosos’”.
Vacunas a los comerciantes
Los locales comerciales deben pagar una cuota semanal de ‘vacuna’ acorde al tamaño y el movimiento del negocio; son sumas que van de 50 mil pesos a 300 mil pesos mensuales o más. Además, les exigen dinero o cuotas extras para las fiestas que organizan los combos. “Por ejemplo a las licoreras les manda uno a decir que envíen dos cajas de aguardiente (dos litros); pero cuando la cosa va a ser grande, como en navidad, se les pide una caja de medias de aguardiente. Si no aportan, ellos saben que se les hace el daño en el negocio y es más lo que pierden en surtido o en instalaciones del local”, cuenta Álvaro, quien reitera que los comerciantes saben que “tienen que pagar ‘vacuna’. ¡Hoy en día no hay nadie que se rebele!”.
Álvaro rememora y recuerda que cuando empezó el auge de las extorsiones, o la mal llamada vigilancia, sí había que hacer mucho daño (secuestros, asesinatos, hurtos), pero reconoce que “ahora la gente se acostumbró a este delito en Medellín y en otros municipios y no pone tanto problema”.
Cuenta que la estrategia de la vigilancia en los barrios consiste en tener ‘pelaos’ toda la noche y todo el día ‘enpistolados’ (armados) andando en motos para que los combos enemigos de otros barrios no se les metan y les quiten el dominio del territorio que han ganado. “Realmente se trata de una vigilancia para el combo para que no nos quiten el poderío, y se disfraza de una supuesta vigilancia para el barrio. Entonces la gente los ve rondando y se comen ese cuento y pagan”, dice con tono sarcástico Álvaro.