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Estamos ya a mitad de abril de 2024. Los días siguen pasando, como siempre, y faltan apenas unos pocos meses, nueve, si queremos ser exactos, para que se cumplan dos siglos de la batalla de Ayacucho, que tuvo lugar el 9 de diciembre de 1824 en tierras peruanas.  Y es que esa batalla fue sin lugar a dudas la más importante, gloriosa y definitiva de todas las que nuestros pueblos sudamericanos libraron a lo largo de más de dos décadas de combate y resistencia, para que, contando básicamente con nuestras propias fuerzas políticas y militares, y también con el tardío pero al cabo creciente apoyo de nuestros pueblos, lográramos, al fin unidos, independizarnos del persistente colonialismo español que nos había mantenido sujetos a su dominio desde el propio siglo XVI, al que comúnmente se sigue llamando siglo del Descubrimiento.

Pero es que da la impresión de que, en este mundo actual, en el que se vive sólo en un presente eterno, cotidiano e indefinido, carente de pasado y sobre todo de futuro, olvidando o ignorando que esa batalla ha sido la única gran victoria que, como intento serio de Patria Grande, hemos obtenido hasta ahora en el accidentado curso de nuestra historia colectiva. Y dado también que la misma historia nuestra se nos ha olvidado, y que parecería que, a la mayor parte de nuestros pueblos, esa batalla grande y heroica le parece hoy algo demasiado lejano y carente de importancia.

En lo poco que modestamente a mí me toca, solo puedo recordar que con este artículo son tres las veces que en estos dos últimos años, ya sea en cursos, foros o en prensa, he tratado de llamar la atención, creo que sin mucho éxito, sobre esa batalla gloriosa, al parecer subestimada, en la que la mayor parte de nuestros países independentistas sudamericanos, como ejército de esa Patria grande, unidos bajo el mando de Bolívar y de Sucre,  enfrentaron y derrotaron  en combate impecable y heroico  a las principales y mejores tropas españolas que, desde el firme dominio que tenían aún sobre el Perú, seguían tratando de mantener a nuestros países bajo la sujeción colonial a España.

Aquí me limito solo a precisar dos cosas. La primera de ellas es mostrar cuáles fueron los países y pueblos hermanos de esta Sudamérica rebelde que en 1824 combatieron juntos por nuestra independencia en Ayacucho y cuáles los que rechazaron o eludieron hacerlo, mostrando sus razones o simplemente su abierta indiferencia. La segunda, en próximo artículo, culminación inmediata de este, sería examinar, con apoyo en su situación actual, en los gobiernos que tienen y sostienen, y en las posiciones políticas que asumen, cuáles de esos países sudamericanos, por su dignidad y por la defensa que hacen de su soberanía, merecerían participar en la celebración colectiva y orgullosa de esos doscientos años de la gloria de Ayacucho. Y, por supuesto, cuáles serían también los que por el declarado y hasta orgulloso servilismo de sus gobiernos ante el Imperio yankee que nos sigue dominando y explotando con su apoyo, están lejos de merecer compartir esa presencia y ese honroso protagonismo que sin duda desprecian o que no les interesa.

Hago notar que en la batalla de Ayacucho sólo participaron los países y pueblos sudamericanos colonizados que seguían en su lucha independentista contra España, pues México, el país hermano más grande y más norteño, se encontraba entonces recuperándose del fracasado Imperio de Iturbide, y los países y pueblos de América central como Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, o bien seguían todavía bajo el dominio colonial español, o apenas estaban empezando su lucha armada contra España por lograr la Independencia. Mientras, en nuestra Sudamérica, todavía española, en ese 1824, año de la campaña y batalla de Ayacucho, el ambiente, centrado en la lucha por la independencia que encabezaban Bolívar y sucre, rebosaba por doquier de ansias patrióticas de combate y de victoria.

Empiezo, pues, por Panamá, el cual, por su admiración a Bolívar, se integra a la Nueva Granada y se convierte así en parte integral de Colombia, la que llamamos Gran Colombia. De hecho, su participación solidaria es nominal, pues Panamá no combate en la batalla.

La que sí combate y es la verdadera heroína de la batalla, es Colombia, a la que llamamos la grande, pero que solo se llama entonces a sí misma Colombia, integrada como está por tres actuales países hermanos: por Nueva Granada, liberada por Bolívar después de una heroica campaña el 7 de agosto de  1819 en la batalla de Boyacá; por Venezuela, liberada también por Bolívar tras culminar otra campaña heroica en la batalla de  Carabobo el 24 de junio d 1821, y por Ecuador, liberado por Sucre en la batalla de Pichincha el 24 de  mayo de 1822. Los colombianos, es decir, los venezolanos, neogranadinos y ecuatorianos, forman la gran mayoría de los soldados criollos que combaten en Ayacucho, y esas combativas y heroicas tropas resultan invencibles, sobre todo sus llaneros, sin olvidar a las tropas auxiliares extranjeras, que en este caso eran británicas.

Pero Perú es el gran problema porque no puede contarse con él para ganar la guerra final de independencia, pues es a un tiempo el último y necesario objetivo central de esa lucha independentista por su decisiva importancia y tamaño y al mismo tiempo el país cuya plena libertad es indispensable para que esa libertad e independencia tengan sustento material y alcance americano pues las mayores y mejores tropas españolas tienen su sede en tierra peruana. Pero también y sobre todo, salvo contadas excepciones, porque Perú es el problema por el carácter servil y colonizado de los miembros de su corrupta e hipócrita clase dominante, experta en mentiras y traiciones, que no quiere cambiar sus pelucas, medias de seda, parasitismo, títulos de nobleza recién comprados y sus dóciles criados por un sistema que, sin serlo, a ellos les huele demasiado a democrático y hasta a igualitario y que por supuesto nada en él les simpatiza.

Bolivia como tal no existe todavía, y es entonces llamada Alto Perú, combativo e infatigable territorio que creó desde 1809 las primeras Juntas criollas que llamaban a la lucha por la independencia y que no cesó de luchar por ella desde entonces. El rey español Carlos III, que hizo tantos cambios en la estructura política y territorial sudamericana, convirtió al Alto Perú de territorio dependiente hasta entonces del Virreinato del Perú en parte del Virreinato de la Plata, es decir, parte del norte de la extensa provincia que era  Argentina. Esta, por su parte, libró una fuerte lucha, llena de altibajos, por su independencia. En 1819 San Martín liberó a Chile y en 1820 declaró la Independencia del Perú. Pero esta fracasó por la hipócrita y traidora complicidad de la élite peruana, por lo que fueron Bolívar y Sucre los que asumieron el relevo y lucharon desde entonces sin descanso hasta lograr al fin la Independencia peruana en Ayacucho.

Pero antes, el extenso y desigual Virreinato del Plata terminó tempranamente dividido y de él se separaron Chile, ya libre, y ligado a la Argentina, y sobre todo Paraguay, que solo mediante su ruptura con esa prepotente Argentina pudo conservar su libertad en manos del doctor Francia y aislándose de la lucha sudamericana independentista. Es decir, que el voluntariamente aislado Paraguay no tuvo ninguna presencia en Ayacucho.

Y tampoco la tuvo el futuro Uruguay, que para entonces solo existía como Banda Oriental que Argentina y el Imperio portugués, colonialista y esclavista de Brasil se disputaban, hasta que los imperialistas ingleses, por su interés comercial, la convirtieron en el estado tampón que desde 1828 se hizo llamar Uruguay y que por ello tampoco había tenido participación activa en Ayacucho.

Pero falta lo principal, lo actual. Seguimos la próxima semana.