Aviso

 

“No olvidadizos sino olvidadores/ he aquí que también llegan/ entre otras herrumbradas circunstancias la degeneración/ las taras del olvido, la falsa amnesia de los despiadados/ Es ilusión de estos olvidadores/ que los otros las otras los otritos/ no sigan recordando su vileza/pero son fantasías sin futuro ni magia/ si la sangre de ayer alcanzó a Macbeth/ cómo no va a alcanzar a estos verdugos de pacotilla y pesadilla/ […] ocurre que el pasado es siempre una morada/ pero no existe olvido capaz de demolerla”. -Mario Benedetti, “Olvidadores”, en El olvido está lleno de memoria, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2000, p. 15.

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El 8 de febrero de 2024 se presentó un hecho que en otro contexto produciría risa y pena ajena: Joe Biden, presidente de Estados Unidos, compareció en una rueda de prensa en la Casa Blanca con la intención de demostrar su “buena memoria”. Se presentó allí para responder a las indicaciones de un fiscal federal que cuestionó la salud mental del presidente debido a sus continuos lapsus y olvidos en el interrogatorio a que lo sometieron como parte de la investigación por haber retenido, cuando ya era un ciudadano privado, información clasificada después de haber ejercido la vicepresidencia (2009-2017). En el informe dirigido al Fiscal General se hace una evaluación de la salud mental de Joe Biden a quien se describe como “un anciano simpático y bien intencionado” y se indica que la memoria del actual inquilino de la Casa Blanca es “difusa”, “significativamente limitada”, “defectuosa” y “pobre”. Entre los hechos que originan este dictamen se encuentra que, al entrevistarlo, Biden ni siquiera podía recordar la fecha en que se había iniciado y terminado su vicepresidencia, y tampoco se acordaba del día en que había muerto uno de sus hijos. Decir que Biden más que incurrir en lapsus verbales es un demente es acercarse a la demencia criminal de un imperialismo moribundo y nos recuerda que esa demencia es responsable de millones de muertos, causados por los Estados Unidos y por sus socios incondicionales, entre los cuales sobresale por su sadismo criminal el Estado de Israel.

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Los lapsus de Biden son frecuentes y han caracterizado su presidencia. Entre algunos de ellos vale recordar: confundió al presidente de Francia, Emmanuel Macron con François Mitterrand, fallecido hace unos años y a la excanciller de Alemania Angela Merkel con Helmut Kohl, también fallecido; dijo que había trabajado con Deng Xiaoping, quien murió en 1997, en el Acuerdo del Clima de Paris, firmado en 2015; que habla con los muertos es algo frecuente, porque Biden confundió a la primera ministra británica Theresa May con Margaret Thatcher, que ocupaba ese puesto hace 40 años; en varias ocasiones, al terminar o hacer unas pausas en sus discursos, se ha volteado a saludar, pero termina abrazando al aire porque no hay nadie a ese lado, ya que al parecer tiene contacto con los hombres y mujeres invisibles; el año anterior sostuvo con seguridad que Vladimir Putin estaba perdiendo la guerra en Irak (¡!) y que unos 100 estadounidenses habían muerto por Covid-19, cuando fueron millones; entre sus yerros más notables está el de haber confundido a los  All Blacks, un equipo de rugby de Nueva Zelanda, con los Black and Tans, que fue una fuerza paramilitar al servicio de los británicos para combatir a los independentistas de Irlanda en la década de 1920….

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Tras la aparición del Informe que cuestiona la salud mental de Joe Biden vino lo cómico, porque se organizó una rueda de prensa con la intención de despejar cualquier duda sobre su memoria a la que él mismo catalogó de ser “muy buena”. Y en ese momento un periodista le preguntó algo sobre Gaza y Biden la confundió, en pocas frases, con México y al presidente de este país con el de Egipto.

De esta forma, se confirmó, por el elemental efecto de demostración, que Biden es un individuo decrépito (clara expresión de una gerentocracia imperial en decadencia irreversible), con graves problemas, ha perdido buena parte de su memoria personal y lo caracteriza la incoherencia. Pero esto en realidad es lo de menos, lo importante es que reafirma el ocaso del imperio, por un lado, y, por otro lado, la memoria selectiva que caracteriza a las clases dominantes de Estados Unidos y a su complejo industrial-militar-financiero e informático, los cuales son responsables y están involucrados en los peores crímenes contra la humanidad, como el que lleva a cabo el estado nazi sionista de Israel contra el pueblo palestino.

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En realidad, la memoria de Biden es selectiva y hay cosas de las que se acuerda de maravillas y otras de las que dice tener ni idea. Por ejemplo, a la hora de apoyar, financiar, armar y respaldar al régimen asesino de Israel Biden tiene todo claro, allí no hay ninguna duda ni titubeo. A la hora de vetar las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que exigen poner alto al fuego en Gaza, Biden las veta para que Israel prosiga con su carnicería. Pero cuando le hablan del genocidio perpetrado por Israel padece de disonancia cognitiva pretende ocultar su complicidad directa al proporcionar las armas, aviones y asesoramiento militar con el que Israel aplasta a los palestinos. Eso sí, recuerda que Netanyahu es su amigo personal, al que le escribió en una fotografía una “tierna dedicatoria”, en la que le dijo: “’Bibi, te amo, pero no estoy de acuerdo con ninguna de las malditas cosas que tenías que decir».

Está claro que a Biden no le importa que sus manos están untadas de sangre palestina, derramada en forma sádica por su querido amigo el genocida Benjamín Netanyahu, al que Biden solo le recomienda que use bombas menos potentes, digamos no de 2000 mil kilos sino las de 1000, porque con eso se atenuaría la intensidad de la masacre, el genocidio y la limpieza étnica.

A propósito de los “olvidos” de Biden vale traer a cuento las palabras de Mario Benedetti quien señaló que existe “una diferencia sustancial entre el amnésico y el olvidador, y entre éste y el olvidadizo, que es apenas un precandidato a olvidador. El amnésico ha sufrido una amputación (a veces traumática) del pasado; el olvidador se lo amputa voluntariamente, como esos reclutas que se seccionan un dedo para ser eximidos del servicio militar. El olvidador no olvida porque sí, sino por algo, que puede ser culpa o disculpa, pretexto o mala conciencia, pero que siempre es evasión, huida, escape de la responsabilidad”[1]. Es en este marco que deben ser analizadas las frecuentes metidas de pata de Biden, quien olvida los nombres de las personas que están a su alrededor, habla con el vacío al que suele saludar y confunde fechas y lugares, pero nunca olvida respaldar a los genocidas de Israel.

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Joe Biden es como todos los presidentes de Estados Unidos, un olvidador consumado y en eso es continuador de la saga de amnesia voluntaria que caracteriza a los círculos dominantes de Estados Unidos. Al respecto baste mencionar tres ejemplos sobre la forma como presidentes de los Estados Unidos intentaron borrar la memoria de la Guerra de Vietnam, cuando esa potencia cometió crímenes de lesa humanidad, por los cuales desde luego nunca ha sido juzgada. Sí, Vietnam, en donde una unidad de helicópteros de los Estados Unidos pintó este lema en uno de sus cuarteles (muy actual por el genocidio del pueblo de Gaza): “La muerte es nuestro negocio y el negocio va bien”.[2] 

En 1977, cuando se le preguntó a Jimmy Carter si Estados Unidos le debían algo a Vietnam y a los pueblos del sudeste asiático por los crímenes allí cometidos, respondió: “No tenemos ninguna deuda con ellos, la destrucción fue mutua”; unos pocos años más tarde Ronald Reagan afirmó: “Era una causa noble [la guerra de EE.UU.], nosotros teníamos razón, así que son ellos los que nos deben reparaciones”; y George Bush padre aseguró: “Estamos dispuestos a perdonar a los vietnamitas sus crímenes contra nosotros porque somos una nación indulgente. Si cumplen con una única responsabilidad, encontrar los huesos de los pilotos estadounidenses derribados por los malvados norvietnamitas mientras estaban en una misión de asistencia […]”[3].

Claro, no es solo lo de Vietnam, un pavoroso crimen de guerra, sino es toda la historia de los Estados Unidos, caracterizada por el genocidio permanente, que empezó con el exterminio de las comunidades indígenas, y ha continuado durante doscientos años en Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Filipinas, Irak, Afganistán, Japón y decenas de casos semejantes. Al respecto, dice un historiador: “Nuestra intervención en Vietnam se deriva de una pauta cultural que, basada en el racismo y en el imperialismo, se inició en 1622 con la primera guerra contra los indios registrada en Virginia, continuó durante el siglo XX con el ‘Destino Manifiesto’ y ahora está declinando durante el llamado ‘Siglo Americano’ […] [E]n Vietnam los soldados estadounidenses coleccionaban y exhibían orejas de vietnamitas del mismo modo que los colonos británicos asentados en Norteamérica recogían y exhibían cueros cabelludos de indios”[4].

Así como olvidador es Biden, gran parte de la población de los Estados Unidos es olvidadora consumada. Y esto se ha logrado, en gran medida, a través de la desinformación sistemática y planificada que hacen los medios de masas y por el tipo de historia que se transmite en las escuelas. Como lo documenta con detalle un libro dedicado a la enseñanza de la historia, en Estados Unidos se les repite hasta la saciedad a los estudiantes, desde la niñez, un conjunto de sandeces, presentados tal si fueran axiomas indiscutibles: ese país es una “tierra de oportunidades”; el “sueño americano” es una realidad y el que quiera, con simple esfuerzo y voluntad, puede triunfar y enriquecerse; se recalca que el individualismo extremo y el darwinismo social explican la pobreza, la riqueza y la desigualdad; Estados Unidos es un país benévolo, benefactor y la humanidad debe agradecerle por el bien que le ha hecho; jamás invade, ocupa o destruye un países y masacra a su población, siendo la “nación más pacífica del mundo”; las ocupaciones militares se hacen para beneficio de los que son invadidos; criticar a Estados Unidos es una muestra de un “antiamericanismo elemental” que odia sus grandes valores de justicia y libertad; los países asolados por las guerras de Estados Unidos son un modelo de éxito… y mil mentiras de este estilo. Una típica educación para olvidadores, en la que, por supuesto, se formó Joe Biden, y es la base de la arrogancia, la impunidad, el apoyo a los crímenes que favorezcan los intereses de Estados Unidos.

No es raro que en Estados Unidos los olvidadores sean legión, derivada de las mentiras y patrañas que les cuentan a sus habitantes. En esas condiciones:

“Presentar una nación sin pecado ‒que, por ejemplo, en sus políticas en Oriente Próximo siempre ha sido ecuánime, mostrando las mejores intenciones hacia palestinos e israelíes‒ es dejar a los estudiantes en la ignorancia, incapaces de comprender por qué irritamos a otros pueblos. Esa forma de retratarnos también alimenta el etnocentrismo de los alumnos: la idea de que nuestra sociedad es la mejor del mundo y que todas las demás naciones deberían ser como nosotros. Los estadounidenses son ya más etnocéntricos que cualquier otro pueblo, en parte porque las inmensas ventajas económicas, militares y culturales estadounidenses nos inducen a creer que nuestro país no es solo el más poderoso, sino también el mejor del planeta. Cualquier curso de historia que alimente todavía más este asentado etnocentrismo no hará más que reducir la capacidad de los alumnos para aprender de otras culturas”[5].

Pero, como bien lo dice Mario Benedetti, “el olvidador nunca logra su objetivo, que es encerrar el pasado (cual si se tratara de desechos nucleares) en un espacio inviolable. El pasado siempre encuentra un modo de abrir la tapa del cofre y asomar su rostro”. Aunque los olvidadores le apuesten al olvido es una tarea imposible porque sencillamente el “olvido está lleno de memoria”.

Hoy, ante el genocidio, que por lo menos nos quede la palabra. Que no tengamos miedo a hablar y denunciar a los genocidas, como Joe Biden. Y a eso es a lo que los olvidadores le tienen miedo, a que sus crímenes del presente queden en la memoria a través de nuestras voces, cuando ese presente sea pasado. El genocidio arrasa, pero esa palabra a partir de este instante adquiere una pavorosa acepción, que señala a los criminales con nombre propio, a Joe Biden, Benjamin Netanyahu, Olaf Scholz, Enmanuel Macron, Pedro Sánchez y a los gobernantes del Occidente imperial. Olvidadores como Biden tratan, inútilmente, de borrar las palabras que señalen su grado de sevicia genocida ‒bombardeando niños, mujeres, ancianos, hombres‒, pretendiendo además que eso se hace a nombre de la justicia, la democracia y la libertad.

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Como parte de la “buena memoria”, la memoria genocida de Biden, se destacan algunas de sus afirmaciones de los últimos meses. Por ejemplo, para justificar que Irán sea considerada la responsable de los ataques a algunas bases de los Estados Unidos en Siria, Irak, Jordania… dio esta brillante argumento: “Los hago responsables en el sentido de que están suministrando armas a las personas que lo hicieron”. Exactamente, ese es el reconocimiento de su responsabilidad directa en el genocidio de Gaza, porque sin las armas de Estados Unidos los genocidas de Israel no estarían asesinado al pueblo palestino.

Y otra de las perlas que Biden ha dicho en estos días es de antología. Al justificar sus bombardeos en varios países que están cerca de Israel, indicó que “Estados Unidos no busca conflictos en Medio Oriente ni en ningún otro lugar del mundo”. Como parte de su olvido selectivo, el presidente de Estados Unidos intenta dar muestras de inocencia y presentar a su país como un amante de la paz mundial, un muy mal chiste con la tradición de agresor, invasor y más cuando esto lo dice luego de dar la orden de bombardear 85 lugares en Irak. Es el colmo del cinismo de un olvidador nato, el que piensa que en el mundo todos creen las estupideces que dice.

Como para que no quede ninguna duda sobre la lógica del olvidador y genocida Biden sigue afirmando que Estados Unidos es un referente para el mundo, claro de muerte y dolor, porque “somos, como lo dijo mi amiga Madeleine Albright, ‘la nación indispensable’”.  En el mismo momento en que en este discurso Biden reafirma su apoyo militar y financiero a Israel, con la cual se garantiza la continuidad del genocidio en Gaza, Biden tiene el descaro de decir: “Esta noche, hay personas inocentes en todo el mundo que tienen esperanzas gracias a nosotros, que creen en una vida mejor gracias a nosotros, que están desesperadas por no ser olvidadas por nosotros, y que esperan por nosotros. En momentos como estos, tenemos que recordar… debemos recordar quiénes somos. Somos los Estados Unidos de América; los Estados Unidos de América. Y no hay nada… nada más importante que nuestra capacidad si actuamos juntos”[6]. Claro, en Gaza los inocentes tienen esperanzas de que los aviones de Estados Unidos y sus “bombas inteligentes” [tan inteligentes como Biden] les proporcionen una vida mejor en el más allá y esperan con ansiedad que Israel los aniquile, porque ese es el distintivo de Estados Unidos y eso es lo que lo ha distinguido en la historia mundial en los últimos doscientos años.

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Joe Biden presume de tener un alto Coeficiente Intelectual [CI], es decir que, aparte de modesto sería muy inteligente. Así lo proclamó hace décadas, cuando en 1987, durante su primera campaña para la presidencia de los Estados Unidos, le respondió con desdén a un votante que le preguntó por el nombre de la universidad en la que había estudiado derecho y sobre el puesto que había ocupado en su promoción académica. En esa ocasión afirmó:

“Creo que probablemente tengo un CI mucho más elevado que el de usted […] Estudié derecho con una beca académica completa; fui el único de mi promoción que estudió allí con una beca académica completa […] y, de hecho, acabé en la mitad superior de esa promoción, Fui estudiante destacado en el área de ciencia política al terminar el curso. Me gradué con tres títulos de grado y 165 créditos, cuando solo necesitaba 123, y me gustaría sentarme un día con usted y comparar mi CI con el suyo”[7].

Esto de lo que alardeaba Biden era exagerado y falso, porque la beca que se le concedió fue parcial y por razones económicas y no académicas, fue uno de los peores estudiantes de su promoción, obtuvo solamente un título de grado y no tres y el que logró tenía doble titulación. Es un típico ejemplo, que se ha hecho tendencia mundial, de la manera como los políticos inflan sus credenciales académicas, con un agravante en el caso de Biden, presume ser muy inteligente.

Ahora entendemos para qué le sirve su CI: para proporcionarle armas a Israel con las que se masacra a miles de personas y vetar las resoluciones de la ONU que piden un alto al fuego o condenan las masacres sionistas; para bombardear a los hutíes porque reclaman el cese de las bombardeos de Gaza y se permita el ingreso de ayuda alimentaria; para matar niños en Afganistán; para ordenar que se ataquen a los pueblos que se niegan a aceptar el mundo de “reglas” Made in USA; para expulsar millones de migrantes del territorio estadounidense y alojar a muchos de ellos en jaulas en las que se encierran animales… Como puede colegirse, la gran inteligencia de Biden es una garantía segura para matar e infringir daño en cualquier lugar de la tierra, a donde se le antoje, con cobardía e impunidad, porque eso es propio de la “civilidad estadounidense”.

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Como clara muestra de su memoria selectiva, Biden ha dicho que recuerda sus viajes a Dachau, el infame campo de concentración en Alemania nazi, y lo observado allí le sirvió para catalogar los ataques de Hamas del 7 de octubre como una continuación del odio a los judíos. Indicó que lo sucedido ese día “sacó a la superficie recuerdos dolorosos y las cicatrices dejadas por milenios de antisemitismo y genocidio del pueblo judío”. Afirmó que “si no existiera Israel, ningún judío en el mundo estaría en última instancia a salvo”. Agregó que él había llevado sus nietos a Dachau, porque les quería mostrar la crueldad del Holocausto y la complicidad y silencio de la sociedad que lo permitió. En el discurso en el que concedió pleno respaldo al genocidio de Israel dijo sobre sus nietos en Dachau: “Quería que vieran que era imposible no saber lo que estaba pasando”. Se autocalificó un “sionista de corazón” y añadió que su primera parada al llegar a Israel fue el Yad Vashem, el monumento al Holocausto, para poder “renovar nuestro voto de nunca más”. Y al final de ese discurso, de plano respaldo a los genocidas de Israel, concluyó: “Nos aseguraremos de que el Estado judío y democrático de Israel pueda defenderse hoy y mañana, como siempre lo hemos hecho.  Es tan simple como eso.»[8]. Al momento, Biden, el olvidador y superinteligente presidente de los Estados Unidos, envió armas, municiones, aviones, tanques, equipo militar para que Israel se “defendiera” genocidamente.

Biden dice que llevó a sus nietos a Dachau, según él para que aprendieran de lo que fue la carnicería nazi en la Segunda Guerra Mundial y tomaran conciencia de que eso no se repitiera. Estas son unas palabras mentirosas y cínicas, si tenemos en cuenta que Biden financia, apoya, aplaude el genocidio en Gaza, que es la repetición de Dachau y de Auschwitz en el siglo XXI. Esta es una clara consecuencia de la forma como los olvidadores, Biden a la cabeza de ellos, distorsionan y tergiversan la memoria de esos campos de concentración. Como puede verse, pese a su gran CI, Biden no aprendió nada de lo que vio en Dachau o, mejor, sí aprendió, pero de los represores, torturadores y criminales nazis, puesto que hoy apoya a sus sucesores de Israel en su genocidio del pueblo palestino. Como lo ha comentado el periodista polaco Maciek Wisniewski; “si Auschwitz o Dachau no sirven para defender a los más débiles (los migrantes, los refugiados, los colonizados), ¿entonces para qué sirven?”[9].

La respuesta es simple y contundente: los campos de concentración nazi les sirven a los olvidadores del poder para aprender a reprimir, perseguir y matar como parte de la lógica criminal del capitalismo realmente existente, para aplicarlos contra los pueblos pobres y no blancos del Sur Global. Hitler tiene mucho que enseñar a los capitalistas e imperialistas de nuestro tiempo, en la medida en que el capitalismo adquiere connotaciones cada vez más nazis. Como bien lo ha dicho Carl Amery, Hitler es un precursor del capitalismo actual y Auschwitz “no fue una catástrofe natural sin vínculo alguno con el devenir ordinario de la historia, sino una anticipación aún primitiva de una opción posible del siglo que comienza”[10]. Anticipación que están haciendo realidad, con sus prácticas genocidas, Biden, Netanyahu y compañía.

NOTAS:


[1]. Mario Benedetti, Variaciones sobre el olvido. Disponible en: https://revistaharoldo.com.ar/nota.php?id=518

[2]. Noam Chomsky y Vijay Prashad, La retirada. Irak, Libia, Afganistán y la fragilidad del poder de Estados Unidos, Capitán Swing, Madrid, 2022, p. 16.

[3]. Citado en N. Chomsky y V. Prashad, op. cit., pp. 57-58.

[4]. James Loewen, Patrañas que me contó mi profe. En qué se equivocan los libros de historia de los Estados Unidos, Capitán Swing, Madrid, 2018, pp. 440-441.

[5]. Citado en J. Loewen, op. cit., p. 463.

[6]Embajada y Consulado de EE.UU en España y Andorra, Joe Biden, Declaraciones Presidente Biden sobre respuesta de E.E.U.U a ataques terroristas de Hamás contra Israel y la brutal guerra de Rusia contra Ucrania, octubre 20 de 2023.  Disponible en: https://es.usembassy.gov/es/declaraciones-del-presidente-biden-sobre-la-respuesta-de-estados-unidos-a-los-atentados-terroristas-de-hamas-contra-israel-y-la-brutal-guerra-de-rusia-contra-ucrania

[7] Citado en Michael Sandel, La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?, Debate, Barcelona, 2021, p. 110.

[8]C Megerian, “A ‘Zionist in my heart’: Biden’s devotion to Israel faces a new test”, Octubre 12 de 2023. Disponible en: https://apnews.com/article/joe-biden-israel-gaza-dachau-holocaust-hamas-919058eec36dca4c06cf9fc4355fe302

[9].  Maciek Wisniewski  “Trump, Biden y dos postales desde Dachau, La Jornada, febrero 3 de 2024. Disponible en: https://www.jornada.com.mx/2024/02/03/opinion/013a1pol

[10]. Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, Turner, Madrid, 1998, p. 181.