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Cada continente tiene su propia historia. Además, en ellos también hay diferencias regionales y sociales que marcan historias específicas. Y si bien América, en general y América Latina/Caribe, en particular, tienen una milenaria historia precolonial, con una riqueza de culturas que evolucionaron en distintas fases desde el poblamiento originario y las primeras comunidades de cazadores-recolectores, hasta llegar a la época de las grandes civilizaciones de Aztecas, Mayas e Inkas, la región pasó a formar parte de la historia de Occidente a partir de la invasión y conquista iniciada por Cristóbal Colón en 1492. Lo hizo como región subordinada al mercantilismo colonial. Y desde este momento se sentaron las bases históricas de la dependencia externa, el subdesarrollo, la jerarquización social, la explotación de minorías criollas blancas y blanco-mestizas sobre las enormes mayorías de las poblaciones y otros tantos “patrones” de evolución posterior, que fueron destacados medio siglo atrás por Stanley J. Stein y Barbara H. Stein en La herencia colonial de América Latina (1970).

 
A esa herencia se suman las nuevas condiciones creadas a partir de las independencias, por las repúblicas latinoamericanas, el modelo político definitivo, ya que fueron temporales los imperios en México y Brasil. Dominadas por poderosos terratenientes, empresarios del comercio interno y externo, por mineros y banqueros, las “democracias” proclamadas en el siglo XIX no solo fueron censitarias, sino “elitistas”, porque esas clases excluyeron expresamente a las poblaciones y los conflictos de la vida política se centralizaron en ellas. Durante el siglo XX, al compás del desarrollo capitalista, la afirmación de las burguesías latinoamericanas y el creciente ascenso y lucha de clases medias, trabajadores y sectores populares, las economías se volvieron complejas, la política se diversificó entre fuerzas sociales con diversidad de intereses y la región también pasó a integrarse en la vorágine mundial despertada con el desarrollo del imperialismo capitalista. La literatura social sobre estos temas es riquísima en la región. Y tuvo un crecimiento y profundidad impresionantes desde la década de 1960, especialmente por las investigaciones vinculadas con la teoría marxista, que hasta fines de la década de 1980 determinó las coordenadas de la ciencia social de la región, como lo analizaron a su tiempo obras como la de Aldo E. Solari, Rolando Franco y Joel Jutkowitz, Teoría, acción social y desarrollo en América Latina (1976) o la de Ciro F. S. Cardoso y Héctor Pérez Brignoli Los métodos de la historia (1984).
 
En lo que va del siglo XXI igualmente se ha esclarecido que el capitalismo latinoamericano ha ingresado a una nueva época, evidentemente más compleja, pero que tampoco ha superado viejas herencias coloniales y republicanas. Aún más, de la mano de gobiernos y políticas económicas neoliberales, la región revirtió “viejos” logros sociales, como los derechos laborales, y arrasó con las capacidades de los Estados, otrora potenciadas por las políticas desarrollistas y estructuralistas de las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo. Incluso las economías sociales avanzadas por los gobernantes progresistas fueron desmontadas al suceder gobiernos abiertamente empresariales y neoliberales.
 
En estos nuevos contextos históricos, vuelve a hablarse de “élites” que no solo controlan las riendas de la economía, sino que hegemonizan el poder, “capturan” los Estados y aseguran su dominación social. Al estudio pionero de Seymour Martin Lipset y Aldo E. Solari en Elites y desarrollo en América Latina (1967), se unen recientes estudios. Destaco cuatro obras que tienen singular importancia para el presente histórico: el libro de Inés Nercesian Presidentes empresarios y Estados capturados: América Latina en el siglo XXI (2020); Las tramas del poder en América Latina. Élites y privilegios, editado por Inés Nercesian, Francisco Robles-Rivera y Miguel Serna (agosto 2023); el dossier sobre “Élites y poder político en América Latina” coordinado por Edison Hurtado, Miguel Ruiz, Jonathan Báez (Íconos 77, diciembre 2023); y el reciente libro coordinado por Soledad Stoessel y Valeria Coronel La (des)regulación de la riqueza en América Latina. Lecturas interdisciplinarias en tiempos de pospandemia (2024). Lo importante es que en estas obras hay estudios sobre varios países, un asunto vital para comprender el fenómeno de las “élites” latinoamericanas y destacar que su presencia y las condiciones de su poder no son exclusivas de un país en particular, sino una realidad especial en la región.
 
A partir de esos estudios, resalto algo más sobre las nuevas circunstancias históricas analizadas en ellos. Es cierto que, en el presente siglo, las élites ya no se limitan a influir en el poder, sino que incursionan directamente en la política y capturan el Estado, de modo que no son raros los empresarios-políticos ni los presidentes-empresarios y, además, millonarios. Guiados por sus consignas neoliberales y ahora libertarias, no les interesa la justicia social (https://t.ly/csmv3), desprecian a los sectores populares, abiertamente buscan fórmulas para explotar a los trabajadores y usan el Estado, sus funciones y sus aparatos, para perseguir, judicializar y reprimir a los opositores y, ante todo, al progresismo y al izquierdismo sociales. Interesados exclusivamente en las mayores rentabilidades y la concentración de la riqueza y los recursos nacionales en sus manos, las “élites” (o mejor la alta burguesía) han dejado de preocuparse por el desarrollo económico. Es impresionante, de acuerdo con los datos aportados por los investigadores en los libros citados, cómo se ha agravado la concentración de la riqueza en medio de la pandemia del Covid del año 2020, al mismo tiempo que la polarización frente a la pobreza, el desempleo, el subempleo y la emigración. Y algo adicional, que se vuelve cada vez más visible, aunque lo vivió Colombia largo tiempo: algunas “élites” están rozando las vías por las que también transita la economía ilegal de mafias y crimen organizado, como se está destapando en la experiencia de Ecuador de los últimos siete años. Los responsables históricos de esta inédita situación son los gobiernos de Lenín Moreno (2017-2021) y del banquero Guillermo Lasso (2021-2023). A pesar de esa herencia, la matriz económica empresarial-neoliberal no se ha modificado con el gobierno del millonario Daniel Noboa.
 
Todo ello significa que la “democracia” ha dado un giro contra su propio ideal: América Latina ha retomado la senda que tuvieron las democracias elitistas del siglo XIX e incluso las conducciones del Estado, en manos de los empresarios-políticos, recobra las mismas características que tuvieron los Estados oligárquicos del pasado. Democracias en las que ya no se admiten las demandas e intereses de lo que cierta conceptualización sociológica denomina como “clases subalternas”. Que acuden al golpismo institucional cuando es necesario, como lo experimenta ahora el presidente Gustavo Petro en Colombia. Élites latinoamericanas abiertamente identificadas con el capital transnacional y, sin duda, con los Estados Unidos. Que cumplen con fidelidad al FMI. Son las democracias-oligárquicas del siglo XXI.

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