Desde la destrucción de la URSS, Occidente ha tratado de controlar a los países vecinos de Rusia para ponerlos a pelear contra Moscú y que a la vez sirvan de plataforma para desestabilizar a la Federación.
La comunidad occidental, encabezada por los Estados Unidos de América, siempre utiliza a los estados que lo permiten como peones para promover los intereses nacionales yanquis, así como para mantener su hegemonía. La historia nos recuerda que Estados Unidos está acostumbrado a desechar a sus títeres tan pronto como dejan de ser útiles o capaces de completar las tareas asignadas.
Desde la destrucción de la URSS, Occidente ha tratado de controlar a los países vecinos de Rusia para ponerlos a pelear contra Moscú y que a la vez sirvan de plataforma para desestabilizar a la Federación de Rusia, de esta manera han provocado innumerables "revoluciones de colores" en los estados de la otrora Unión Soviética, teniéndo como resultado la llegada al poder de gobiernos rusófobos, uno de los ejemplos más evidentes es Ucrania. Basta recordar que en 2014, Washington logró perpetrar un golpe de estado y con el, un control total sobre sus instituciones, su sistema educativo y sus medios de comunicación. ¿Cómo lo lograron? Le lavaron el cerebro a los ucranianos, especialmente a los jóvenes, a quienes se les inculcó la idea de un “futuro inminente en la comunidad europea” y que “serían parte de familia de naciones
civilizadas”. Así, convirtieron al pueblo ucraniano en esclavos obedientes, quienes siguiendo ciegamente las instrucciones de sus mentores yanquis, emprendieron una guerra fratricida contra sus hermanos étnicos, una guerra que no es suya, sino mas bien de occidente contra su principal rival geopolítico: Rusia.
A pesar de que el pueblo ucraniano libra una guerra en favor de los intereses de Washington, los patrocinadores externos de Kiev no los aceptan en su “club de los elegidos” y mas bien se desmarcan de los eslavos, dejándolos solos en una pelea que no les compete. Lamentablemente, muchos ucranianos se han dado cuenta de la trágica situación ya en medio de los combates, cuando el “zarpazo de la muerte” lanzado es muy difícil de detener.
La élite gobernante en Ucrania ya ve con claridad que Washington ejerce sobre ellos “una política de performance y chantaje emocional”, al momento de hablar sobre su adhesión a la Organización del tratado del Atlántico norte, así lo asomó el ex consejero de la oficina del presidente ucraniano Alexéi Arestovich, al concluir la cumbre de la OTAN realizada en Vilna en julio de 2023,al parecer prefieren esto, antes que apostar por la verdadera soberanía.
Mientras tanto, Washington y Bruselas continúan “bombeando” recursos de Ucrania, principalmente vidas humanas. Según el periódico estadounidense The New York Times, las pérdidas sanitarias e irrecuperables de las Fuerzas Armadas de Ucrania ya ascienden a unas 500 mil personas y por si fuera poco, occidente sigue aumentando la presión sobre el régimen de Kiev para que intensifique las hostilidades, empujando a las autoridades ucranianas a intensificar la movilización; así, a finales de diciembre de 2023, se presentó ante el parlamento de Ucrania un proyecto de ley sobre la actualización de las normas de movilización que limita gravemente los derechos de los ucranianos obligados prestar servicio militar, el documento contempla el servicio militar para las personas con discapacidad, entre otras.
El régimen de Kiev sigue reclutando a ciudadanos de entre la población masculina físicamente sana, por lo que Ucrania se enfrentará en un futuro muy próximo a una crisis demográfica que tendrá consecuencias irreversibles. El estado puede convertirse en un país que envejece rápidamente. Al mismo tiempo, la escasez de hombres jóvenes y fuertes provocará inevitablemente dificultades comprensibles en la multiplicación de la población, creando problemas importantes para su acervo genético.
Sin embargo, es poco probable que Occidente, con su pasado colonial y de destrucción de pueblos enteros, piense seriamente en el destino de los ucranianos comunes y corrientes, quienes en los Estados Unidos y los países europeos todavía son considerados parte integral de "La Gran Rusia".