Son muchos los calificativos que a la opinión autorizada del mundo le ha merecido el bloqueo económico, comercial y financiero que arbitraria y unilateralmente los Estados Unidos impusieron a Cuba hace ya sesenta y un años, que pena les debería dar. Porque esa medida, finamente diseñada por los centros de pensamiento de la CIA y el Departamento de Estado con el pérfido propósito de generar tal situación de hambre y necesidad en la población, que ésta iracunda y desesperada se levantaría dando al traste con el gobierno revolucionario, fue un fracaso total en ese fin. Como dice la sabiduría popular, los Estados Unidos se quedaron con el pecado y sin el género. Porque el objetivo de causar el mayor sufrimiento al pueblo cubano sí, para qué negarlo, lo lograron. Pero el de derrocar el sistema nacido de la heroica gesta de 1959, sí está en veremos. Y muy en veremos, porque de ello no hay señas.
Pero lo que parecíamos anunciar en esta cuartilla era otra cosa. Los calificativos. Y es que al bloqueo ahora le cabe, manes de la inflexible historia, el de “trigésimo”. Porque es el término que como un prefijo se asocia al apelativo de “infame”. Así, ahora es éso pero por trigésima vez. Treinta veces perverso, y no porque lo diga una persona del común, sino por sentencia de una asamblea que con derecho puede reclamar ser la voz de la tantas veces falsificada comunidad internacional.
Y es que en el año 2022, y desde 1992, cuando se comenzó a hacer esa votación, la Asamblea General de las Naciones Unidas por trigésima vez votó abrumadoramente contra el bloqueo estadounidense a Cuba. ¿En qué proporción? 185-2. Casi empatan diría el cínico. ¿Y quiénes podrían ser esas dos anomalías en la opinión universal? Una, los Estados Unidos, que en beneficio de elemental sindéresis concedemos estaba en su derecho de no votar contra sí mismo; y la otra, Israel, cuyo prontuario en materia de vulneración de la juridicidad internacional da para varios tomos.
El bloqueo infame tiene en estos momentos unas dimensiones tan inclementes, que aprovechando la dramática crisis del Covid 19 que afectó a la humanidad al punto de que en aras de su supervivencia se levantaron muchas de las barricadas que enemistan pueblos y naciones, los Estados Unidos endurecieron el bloqueo en lo más sensible para los cubanos: tecnología, comunicaciones, internet, remesas de dinero de sus connacionales e importación de insumos para su industria farmacéutica y biotecnología. E hicieron más inflexible lo punitivo de esas medidas, haciendo valer el alcance extraterritorial que también arbitrariamente le dan. Es decir, ciudadanos y empresas norteamericanas o con capitales de ese origen así sean mínimos, no pueden comprar, vender, asesorar, financiar o asociarse con Cuba, ni transportar de o hacia ella, porque la potencia imperial les aplica draconianas sanciones. Además de gravar o coartarles su derecho a negociar con los mismos Estados Unidos. De modo que es una cuestión de sobrevivencia de esas empresas y personas en cualquier lugar del mundo.
Y mientras sortea tan penosas vicisitudes, a lo largo de los 61 años de bloqueo. la patria de Maceo y de Martí ha realizado misiones médicas en 164 países y en plena epidemia hizo brigadas anti Covid en 40 países. La más palmaria prueba de la fortaleza moral del humanismo socialista frente a la mezquindad del egoísta capital.