Aviso

 

Contrariamente a la tesis de J.B. Say, economista francés del siglo XIX, la dinámica de la economía capitalista se sustenta en la fuerza de la demanda antes que en un comportamiento autónomo de la oferta.  Traducido a buen romance, esto significa que la producción de bienes y servicios únicamente tiene sentido si existe la posibilidad de colocarlos en el mercado. Esta lógica operativa se cumple para las distintas actividades económicas y, por supuesto, para el narcotráfico.

La demanda y el consumo de drogas psicoactivas tiene complejos –aunque identificables- orígenes en el funcionamiento  de las sociedades contemporáneas.

Expliquémonos. La mundialización del capitalismo, irresistible después del hundimiento de los socialismos burocráticos del Este europeo, ha tenido como principal consecuencia la difusión en extensión y profundidad de las reglas del mercado. Como se sabe, en una economía de mercado los nexos entre los

hombres tienden a condensarse en las despersonalizadas compra y  venta de mercancías. De modo que cuando cualquiera de sus miembros nada tiene que vender, tampoco tendrá nada que comprar, con lo cual su existencia social y física se encontrará amenazada. El corolario de esta fisiología esencial del capitalismo es que termina por introducir el desencanto, la ansiedad y el miedo como componentes estructurales del sistema; es decir, como generadores de una gama de conductas evasivas de los individuos. Éstas son las incuestionables raíces de la demanda  de narcóticos.

La oferta, por su lado, se construye también  por tortuosas determinaciones.

La tragedia de Colombia nos ilustra respecto de esto último.

Desde fines de los años setenta, nuestro vecino norteño se convirtió en un importante productor y exportador de drogas psicoactivas. Esto aconteció por el incremento de las ventas de cocaína y heroína, especialmente al vasto mercado de EE.UU., fenómeno  por lo demás sustentado en la ruina de los cultivos tradicionales, obligados a competir con el subsidiado agrobusiness estadounidense.

La nueva estructura de la agricultura colombiana tenderá a reproducirse en forma ampliada como correlato de los altos réditos que genera el narcotráfico, derivado sustantivamente de su criminalización por parte del Gran  Hermano.

Esta cara de la oferta de narcóticos se complementa con otra, altamente relevante.  ¿A qué aludimos?

Conforme a un estudio de la OCDE, los beneficios del negocio de las drogas  ascendía a nivel mundial a unos 400 mil millones de dólares anuales hacia fines del siglo XX, una cifra equiparable a la generada por la compraventa de armamento.

Dato importante: aproximadamente la mitad de los recursos generados por el narco son legalizados ( ¨lavados¨) por el sistema financiero estadounidense.

A la luz de lo expuesto, resulta ingenuo pensar que Washington y Wall Street se interesen alguna vez  en liquidar la narcoeconomía colombiana.