A pocas horas del “golpe de Estado” en Turquía, surgen mil interrogantes sobre el papel que juega la manipulación mediática en la mente de los pueblos del mundo. Hipnotizados por la velocidad de los acontecimientos de ayer, presenciamos los eventos en Ankara y Estambul como si siguiéramos un partido de fútbol o un concierto de rock. Sin embargo, al bajar las
emociones, nos ponemos a pensar que quien dirigió ese cuartelazo no tenía por objeto derrocar a Erdogan. Si percibimos que de la maniobra se fortalecen la OTAN, su agresividad contra Rusia y la descarada intervención turca en Siria. Si nos fijamos con cuidado, nunca quedó claro qué era lo que querían los presuntos golpistas.
Ese despliegue espectacular de capacidad inmovilizadora (o viceversa) de ayer, es sufrida por la mayoría de los pueblos del mundo, y en algunos, donde factores históricos juegan contra la conciencia de las sociedades, es capaz literalmente de poner a la opinión pública a debatir sobre una realidad paralela, crear identidades ficticias y adorar dioses muy extraños. Los países centroamericanos son buenos ejemplos de ello, donde la agresión renovada de la derecha continental se está librando en la esfera de las emociones colectivas, aunque la violencia sigue siendo característica permanente.
A lo largo de la historia hemos visto que el alimento natural del desarrollo capitalista es la violencia, en todas sus formas. El dinero que mueve el tráfico de armas, supera ampliamente a todas las demás actividades del crimen organizado (trata de personas, narcotráfico, etcétera). Además, el dinero que aporta la violencia a la economía mundial es superior al de varios países industrializados y, seguramente, mucho más elevado que el modesto aporte que a la misma dan las economías centroamericanas. En términos concretos, la paz es un lujo para nuestros países, que además sufren “inyecciones”, letales en formas muy diversas que van desde la deportación de criminales desde Estados Unidos, pasando por el culto a la violencia que importamos de la cultura norteamericana vía cine, música y, sobre todo, de los medios de comunicación.
En esta etapa histórica, en la que la violencia impera como factor clave de la expansión neoliberal (de los países centroamericanos, Nicaragua es el único que mantiene índices de violencia bastante controlados), los medios de comunicación han jugado un papel decisivo en la imposición de la violencia como cultura. Cuando se valora la información producida, más del 75% está directamente asociada a actividad criminal de todo tipo. Con este auge, se encontró en la transmisión de información un elemento clave para aislar y consolidar al “Homo Consumismus” cuyas emociones, además de confusas, están dominadas por el miedo, la desconfianza, la inseguridad y la ansiedad.
De un modo abrumador el individuo común ya no reacciona a sus propias voluntades, sino que recibe instrucciones de los medios de lo que debe hacer, qué debe creer, qué color le gusta, y, sobre todo, le indica la diferencia entre el bien y el mal. Se ha mistificado el asunto de la realidad, que ha dejado de ser el estímulo directo de los sentidos; ahora sufrimos de necesidades que nunca antes tuvimos, no nos damos cuenta de el acelerado deterioro de nuestra calidad de vida, de la privación de nuestros derechos, y repetimos constantemente, con asombrosa coordinación, el lenguaje y las ideas de nuestros enemigos.
Los medios nos han creado una mezcla extraña que nos lleva a rechazar nuestros propios intereses y aplaudir cualquier circo que nos ponga enfrente aquel que históricamente apostó por destruirnos. Hablando con varios amigos especializados en comunicación, todos coinciden que hoy, en política, por ejemplo, es imposible ganar un proceso sin los medios de comunicación. Básicamente, nos declaramos vencidos de antemano, porque no encontramos salida al desafío enorme de transmitir nuestras ideas.
En el lapso de cuatro décadas, los medios de comunicación convirtieron las luchas revolucionarias de nuestras sociedades en batallas individuales por sobrevivir. En ese proceso nos insensibilizaron contra cosas que antes veíamos con repudio, por ejemplo, las muertes violentas que antes causaban estupor, hoy son parte de la vida cotidiana, ya no preguntamos de quién se trata, si acaso, nos preguntaremos cuántos muertos fueron. Exactamente en sentido opuesto, manipulan nuestras prioridades, y nos fabrican héroes, como el tema de la corrupción en que terminamos ovacionando las acciones de corruptos y corruptores, aferrados a lo que creemos son nuestros principios.
Esta construcción de terror, violencia y aceptación sumisa de lo inevitable, hoy nos pone en un escenario complicado, especialmente en los países del llamado “triángulo norte”, donde el neoliberalismo ha alcanzado proporciones de tragedia (ningún terremoto o huracán podría causar este tipo de desolación). Y el papel de los medios continúa creando nuevas moralidades y deformaciones éticas. En el lapso de un año, en Guatemala pasaron de la euforia causada por la salida (en realidad movida del imperio) de Otto Pérez Molina a repudiar profundamente a un presidente que resultó electo con más del 70% de los votos (en segunda ronda), sin darse cuenta, para los guatemaltecos no solo no cambió nada, sino que creció la frustración.
Y Guatemala sigue manteniendo elevadísimos niveles de pobreza, racismo, violencia, pero cada vez es más evidente que el sentimiento de frustración popular es controlado a través de la idea de que “los corruptos están pagando”. Cada vez que capturan a un corrupto, los medios se encargan de construir el gran espectáculo. La cruzada anti corrupción reemplaza la lucha revolucionaria necesaria para cambiar el futuro de la población mayoritaria en este país que ha sufrido tanto.
En El Salvador, la guerra asimétrica a través de medios tiene más resistencia gracias a la construcción de redes alternativas de comunicación del FMLN que tratan de entregar la verdad a la población. Sin embargo, sigue siendo patente la complicidad de los medios oligárquicos que ven pasivamente el flujo de criminales deportados intencionalmente por Estados Unidos, que agravan los problemas del gobierno progresista de Salvador Sánchez Cerén, mientras le hacen el eco al criminal bloqueo económico que sufre el ejecutivo desde el poder judicial. En pocas palabras, en El Salvador existe un Golpe de Estado en desarrollo y la población no lo puede percibir.
En Honduras, el poder de los medios es terrible, y el uso que hacen de él es criminal. Viviendo en medio de la peor crisis que se haya conocido, el país discute cualquier cosa menos esa crisis. Este es un país en el que impera la impunidad, nada es legal, nada es legítimo, pero la gente impotente sigue argumentando sobre la legalidad de las cosas, como si al régimen eso lo preocupara.
La indignación causada por la inconmensurable corrupción ha dado lugar a una sensación de impotencia que es sedada con más escándalos de corrupción y una interminable discusión política que a veces parece invocar un Golpe Militar como la salida a todos los problemas. El problema en la educación ha alcanzado niveles incontrolables, y el movimiento estudiantil ha alcanzado proporciones que no pueden ser destruidas desde un micrófono. Sin lugar a dudas, la lucha estudiantil universitaria actual está alcanzando los niveles de la resistencia contra el golpe de estado de 2009, pero no es el tema más relevante en la discusión pública. Además, los argumentos en los medios hacen que la frustración de la gente llegue a tal punto que cree invencible, insuperable, todo este caos que ven personificado en el presidente Juan Orlando Hernández.
En Honduras, es la desprestigiada OEA la que aportó una Misión de Apoyo Contra la Corrupción y la Impunidad, al estilo de la CICIG guatemalteca, en una tendencia clara a intervenir estos países. Ahora ya vemos intentos claros de agresión en El Salvador mediante una CICIES, y hay atisbos de una posible campaña de desestabilización contra Nicaragua en un año electoral. Todos estos elementos están conectados.
En el caso de Honduras, el papel de los medios causa consternación; ha llegado a tal extremo que los Estados Unidos pueden hacer aquí lo que quieran, a partir de escenarios que ellos mismo están creando. Juan Orlando Hernández es su punta de lanza, pero el país lo gobiernan ellos sin dificultades: la política económica la dirige el Fondo Monetario Internacional, la política de seguridad es llevada adelante por el Southcom, la NSA y la DEA, y la política exterior es dictada por el departamento de estado. Nadie parece haber notado la monstruosidad detrás de las declaraciones del Fiscal General que ha confesado tener un acuerdo con Estados Unidos para no perseguir casos de individuos que serán extraditados a aquel país.
Como hemos insistido muchas veces, el caso de Honduras es muy importante, porque es el espejo de lo que quieren hacer con el resto de Latinoamérica, comenzando por el Triángulo Norte, mientras nosotros seguimos sin percibir la maldición detrás de la Iniciativa para la Prosperidad diseñada por los gringos para Guatemala, El Salvador y Honduras.
El papel de los medios de comunicación en la destrucción de nuestras naciones es evidente, y el futuro que nos ha trazado el sistema posiblemente apunte a que dejemos de existir como estados antes de fines del siglo. La facilidad con que maniobran en la individualidad y lo que esto significa a nivel colectivo, no puede dejarnos dudas que debemos cambiar mucho nuestras estrategias de lucha, que implica necesariamente la construcción de un sistema alternativo de transmisión de ideas, y quizá no tengamos que hacer mucho por inventar, ya se ha hecho antes.