Mientras el presidente brasileño apela a las mañas de la vieja política para asegurarse apoyos en el Congreso, la oposición navega con el viento en contra. Con una capacidad de movilización menguada y el balance de su derrota todavía en el debe, la izquierda se ilusiona con un posible proceso de impeachment que, de concretarse, no la tendría como actor protagónico.
Brasil perdió su segundo ministro de Salud desde que comenzó la pandemia. Sin completar un mes de trabajo, Nelson Teich renunció el pasado viernes 15. Los problemas
son parecidos a los que desencadenaron la salida de Luiz Henrique Mandetta, su antecesor. Mandetta había ganado visibilidad y se posicionaba de forma cada vez más contundente contra la gestión de la crisis del presidente Jair Bolsonaro, motivo que determinó su destitución. Pero Teich fue obligado a jugar un papel ridículo: no pinchaba ni cortaba, y eso quedó en evidencia el lunes 11, en una conferencia de prensa en la que el ahora exministro se enteró por los periodistas de que Bolsonaro había incluido entre las actividades económicas esenciales los gimnasios, los salones de belleza y las peluquerías. “¿Eso salió hoy?, ¿lo dijo ahora?”, preguntó ante los cuestionamientos de los periodistas. La cara lo decía todo. “¿Quién tomó la decisión?”, completó. Los días del ministro estaban contados.
Detrás de esta renuncia está la insoportable presión del presidente, que, al igual que Donald Trump, está obsesionado con el uso de la cloroquina como medicamento para combatir el coronavirus, a pesar de que aún no hay comprobación científica de sus efectos positivos en esas lides. Lo mismo pasa con el aislamiento. Bolsonaro propone flexibilizarlo en un momento en que la curva de casos todavía es ascendente y las muertes ya suman más de 18 mil.
El ahora ministro interino de Salud, el general Eduardo Pazuello, nombró a 13 militares para trabajar en la cartera, y Bolsonaro dijo que “se quedará por mucho tiempo” al mando de la sanidad del país. Este miércoles, el gobierno liberó la prescripción de cloroquina para pacientes en cualquier nivel de avance de la enfermedad. Mientras, la posibilidad de un eventual impeachment contra el presidente, aunque todavía lejana, sigue tomando fuerza y la oposición debe asumir un doble papel: resistir el presente y pensar las salidas a futuro.
Perdiendo amigos, comprando aliados
Pese a que en las elecciones de 2018 su Partido Social Liberal obtuvo 52 diputados –contra uno solo en la elección de 2014– y cuatro senadores, la articulación de Bolsonaro con el Congreso siempre había sido escasa. Para colmo de males, a fines de 2019 el presidente minó su base de apoyo al pelearse con el resto del partido, al que abandonó. Ahora, su conducción de la crisis del coronavirus agrava la situación y coloca de nuevo sobre la mesa la posibilidad de un impeachment.
Enio Verri, líder del opositor Partido de los Trabajadores (PT) en la Cámara de Diputados, dijo a Brecha que “sin dudas hay un caldo” favorable al juicio político y que este “es un tema de todos los días y en todos los sectores”. Sin embargo, “todavía no se llegó al punto más alto de la crisis”, el que generaría la coyuntura adecuada para que el Congreso enjuicie al presidente. El caldo, dice, fue condimentado en varios sentidos por las actitudes recientes del propio Bolsonaro: “En la medida en que profundiza su radicalización con relación a la pandemia, pierde el apoyo de varios sectores. Son elementos que hacen oposición, pero que de ninguna manera son de izquierda, sino del campo conservador”.
Hay varias señales claras en ese sentido. Joice Hasselmann, la mismísima líder del Partido Social Liberal en Diputados, presentó el 24 de abril un pedido de impeachment contra el mandatario y llegó a decir que “nunca hubo en la historia un presidente que haya generado tanto caos”. Tres días después, el Movimiento Brasil Libre, clave en la caída de Dilma Rousseff y en la elección de Bolsonaro, hizo lo propio. Verri dice que buena parte de los diputados de una derecha que él llama “elegante” –léase las viejas elites políticas liberales como el Partido de la Social Democracia Brasileña de Fernando Henrique Cardoso– manejan la hipótesis de avanzar hacia la destitución del presidente, pero que esperan a que primero pase la pandemia.
Frente a ese escenario, Bolsonaro hizo, a comienzos de mayo, una de las tradicionales jugadas de la política brasileña que él tanto criticaba en el pasado. Compró el apoyo del famoso centrão –el oportunista y supuestamente centrista sector mayoritario del Congreso, decisivo para obtener mayorías parlamentarias– entregándole varios cargos públicos con altos presupuestos. Se trata de posiciones importantísimas de cara a futuras elecciones, porque permiten, a quienes las ocupan, ejecutar obras públicas en las regiones donde viven sus votantes. Con esta apuesta, el gobierno amplió su menguada base en el Congreso.
De todas formas, aunque se podría pensar que con jugadas como esta Bolsonaro garantiza la continuidad de su mandato al impedir que haya votos suficientes para votar su destitución, los del centrão no son kamikazes, recuerda Verri. Si la ven fea, se bajan. “Buena parte de los ministros del centrão estaba en el gobierno de Dilma. Dejaron el cargo el viernes de noche y el domingo votaron en su contra.” Así, aunque hoy Bolsonaro tiene al fin base parlamentaria para aprobar alguno de sus proyectos –y aplazar el impeachment–, si el presidente continúa perdiendo base social, difícilmente el centrão quiera hundirse con él.
El impeachment posible
David Deccache es asesor económico de la bancada en Diputados del Partido Socialismo y Libertad (Psol), agrupación formada en 2004 a partir de una ruptura por izquierda con el gobierno de Lula da Silva, que en 2016 rechazó el impeachment a Rousseff y en 2018 apoyó al PT en la segunda vuelta. Deccache dijo a este semanario que en el Congreso se ha consolidado una unidad “de reducción de daños” que actúa frenando algunas propuestas del gobierno y proponiendo alternativas. Es una especie de oposición pragmática que incluye a los partidos progresistas y algunos sectores del centro y la derecha. Pero “todavía no hay demasiada convergencia, e incluso hay divergencias sobre si actuar o no para interrumpir el mandato de Bolsonaro”.
Lo cierto es que el impeachment difícilmente vendrá sin el centrão, el empresariado y las Fuerzas Armadas. La izquierda tiene muy pocas posibilidades de liderar ese proceso. Rodrigo Maia, presidente de la Cámara de Diputados, no pondría a debate un proceso de ese tipo sin articular previamente los apoyos necesarios para que prospere. Lo contrario no le convendría a él ni a nadie en la oposición y podría tener efectos contraproducentes, fortaleciendo a Bolsonaro.
La oposición de izquierda presentó ayer, jueves 21, un pedido de impeachment conjunto, firmado por los partidos que la integran y más de cuatrocientas entidades, movimientos sociales populares y religiosos. (1) Además, el PT buscará aprobar una enmienda constitucional para que, en caso de que el pedido prospere, se convoque nuevas elecciones. Una funcionaria del Congreso, asesora de una de sus comisiones, comentó a Brecha que le parece muy difícil que se consolide un juicio político a Bolsonaro mientras el Parlamento funcione de forma remota a causa de la pandemia. Algo que parece un detalle menor, pero que tiene sentido si pensamos en lo performático del impeachment contra Dilma Rousseff y las grandes movilizaciones que lo apoyaron. El fin del aislamiento social todavía es una incógnita, e incluso con plazos ideales el impeachment demandaría por lo menos seis meses. No parece un camino simple ni rápido para frenar la sangría que sufre Brasil.
La unidad
A esta altura parece un mantra. La famosa unidad de la izquierda sigue sonando precioso, pero, al menos en Brasil, es dificilísima de alcanzar. La definición de las candidaturas para las elecciones municipales de octubre de este año –que probablemente serán aplazadas por la crisis sanitaria– ya empieza a evidenciarlo. Las municipales son muy importantes para definir el escenario en que se dará la elección presidencial: generan bases de apoyo popular y deciden espacios de poder como intendencias, juntas y concejales.
El diputado Marcelo Freixo, del Psol, que aparecía hasta hace poco como un candidato fuerte al gobierno de la ciudad de Río de Janeiro y parecía contar, incluso, con el apoyo del PT, se bajó de la carrera este viernes 15. En entrevista con O Globo, Freixo dijo que su decisión era un gesto que buscaba llamar a la unidad. Según él, se ha alcanzado cierta madurez de la izquierda en el Congreso y eso debería extenderse a las contiendas municipales.
Lo cierto es que en las últimas semanas hubo algunas disputas internas dentro de su partido y dificultades de articulación para consolidar alianzas con formaciones como el Partido Socialista Brasileño y el Partido Democrático Laborista del exministro de Lula y excandidato presidencial Ciro Gomes. Freixo ha dicho que no hay vuelta atrás a su decisión, pero algunos analistas consultados por Brecha coinciden en que todavía hay tela para cortar y la situación puede cambiar. Algunos especulan que su actitud es un gesto extremo para forzar la unidad con los sectores que hasta ahora se negaban, para luego volver a asumir la candidatura.
Deccache no cree en esa posibilidad. Para él, lo de Freixo “no es estrategia”. Si así fuese, en la izquierda no se estarían manejando otros nombres para disputar Río, argumenta. “Además, esta unidad de la que Freixo habla no la empezó a intentar ayer. Ya insistió mucho en eso, fueron interminables diálogos y debates que parecen haberse agotado y que desembocan en esta situación.”
En tanto, en filas del PT ya se sabe que Fernando Haddad, que sonaba con fuerza como aspirante a la gobernación de San Pablo, tampoco será candidato. Según fuentes del partido, el excandidato a presidente trabaja con la idea de que, gane o pierda en las municipales paulistas, su candidatura debilitaría su tarea prioritaria: volver a disputar el gobierno del país en 2022. Quien sí es precandidato al gobierno de San Pablo es Guilherme Boulos, excandidato a la presidencia de Brasil por el Psol y dirigente nacional del Movimiento de Trabajadores Sin Techo.
A Valter Pomar, de la dirección nacional del PT, este escenario le parece “un desastre”. Para él, Haddad y Freixo están, sin quererlo “dando espacio para que las elecciones municipales de las dos principales ciudades del país se decidan entre las fuerzas de centro y las de extrema derecha”. En su opinión, dejar que esta disputa se dé entre las fuerzas conservadoras “sería un suicidio y un error. Un suicidio, porque va a acabar con la izquierda y un error, porque no va conseguir la derrota de la extrema derecha”.
Por su parte, Deccache cree que la izquierda viene en un proceso de fragmentación desde 2018 y cita como una manifestación importante de esa deriva el durísimo enfrentamiento entre Lula y Ciro Gomes en la campaña electoral de ese año. “Todas estas disputas son también sintomáticas de la dificultad de renovación de cuadros dentro del campo progresista. Y se manifiestan en casos como estos, en que se baja Freixo y tenemos enormes dificultades de encontrar quien tome ese lugar. Se genera una suerte de vacío.”
La calle sin la calle
Las dificultades de movilización y organización de la izquierda por fuera de las instituciones son muchas. Brasil ya venía sufriendo duras derrotas políticas y sociales sin grandes muestras de resistencia: reforma de las jubilaciones, reforma laboral, congelamiento del gasto público, entre tantas otras. Los movimientos sociales y las centrales sindicales ya no consiguen colocar suficiente gente en la calle.
Gilmar Mauro, de la dirección nacional del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra, dice a Brecha que el problema es más profundo: “Sufrimos también una crisis desde el punto de vista teórico y político, pero, sobre todo, estratégico. La izquierda se acostumbró a disputar elecciones y hemos cometido errores metodológicos muy graves que todavía persisten”. Y puntualiza tres cuestiones centrales. Primero: “Las organizaciones de la clase trabajadora fueron producidas para un tiempo en el que el desarrollo del capitalismo permitía conquistas económico-sociales. Por lo tanto, son de tipo defensivo, cuando precisaríamos organizaciones ofensivas contra el orden capitalista a escala planetaria”. Segundo: “La izquierda tiene grandes dificultades para planificar, no consigue hacerlo ni siquiera para dentro de dos o tres meses”. Tercero: “Existe una gran dificultad de ampliar y estimular el poder popular y la participación, de consolidar la formación política e ideológica. Y también existe el error de separar la lucha económica y la lucha política, como si la lucha política fuese sólo del partido y la sindical y popular sólo de los movimientos y sindicatos”.
A todo eso se suma, afirma Mauro, la burocratización: “Muchos instrumentos políticos, llamados partidos, se distanciaron tanto de la realidad socioeconómica y de la vida concreta del pueblo que se convirtieron en burocracias. Otros movimientos sindicales y populares que no debaten política se convirtieron en economicistas de corto plazo y por eso no se avanzó en la politización. Eso es separar el presente del futuro”.
Vitor Quarenta, de la dirección nacional del PT, dice que es verdad que este partido se alejó de sus bases: “Cuando el PT llegó al gobierno, pasó a hacer política exclusivamente a través del Estado. Eso es imperdonable para un partido socialista”. Sin embargo, invierte la idea de burocratización: “La política del PT fue hegemonizada por la política estatal, lo que es más grave aún que la burocratización. Burocratizarse sería fortalecerse a través de la estructura del Estado. El PT hizo al revés: se debilitó. Se lo chupó el gobierno y el partido, y la organización popular fue dejada de lado”. Ahí está, dice, uno de los principales desafíos de la formación, salir a disputarle las periferias urbanas al bolsonarismo.
El lunes 18, en un encuentro virtual en vivo organizado por la Fundación Perseu Abramo, vinculada al PT, el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos fue duro con los sindicatos: “Se acomodaron, sus cuadros fueron al poder y no continuaron la lucha sindical, perdieron práctica. Se percibe una cierta pasividad del movimiento sindical brasileño. Hubo ataques brutales a la clase obrera después del golpe contra Dilma, y se ve a sindicatos calculando la sobrevivencia de los líderes en lugar de poner en la línea de frente los intereses de los trabajadores y las trabajadoras”.
Este es un momento extraño, sostiene Mauro, porque el coronavirus ha obligado a repensarse: “Estamos encerrados, entonces tenemos que pensar. Resistir desde nuestras ventanas, con cacerolazos y lives en las redes sociales es algo que no estaba en nuestro quehacer cotidiano, y evidentemente es una situación bastante difícil. Pero tenemos que aprovecharla para planificar una estrategia de discusión con el pueblo. Ahora no hay una correlación de fuerzas que nos permita un cambio inmediato, pero debemos sembrarla”.
Quarenta afirma, por su parte, que la militancia digital a la que obliga la pandemia ya era un enorme desafío desde antes: “Hasta ahora la militancia online no consigue ser una organización política online. Las personas son espectadores de páginas de izquierda, opinadores, pero no están, de hecho, involucradas en una estrategia de organización y de militancia política digital. Entramos en la segunda década del siglo XXI con una organización parecida a la de mitad del siglo XX”.
Mauro cierra el difícil diagnóstico: “Cuando hablo de los errores de la izquierda no estoy tirando la izquierda a la basura. Lo que quiero decir es que lo que hay no es suficiente para enfrentar los desafíos que tenemos actualmente. Pero es lo que tenemos, y debemos trabajar con eso y no desanimar”.
Nota
1) Ver manifiesto (en portugués) y firmas: Impeachment popular para salvar vidas
Brecha
correspondenciadeprensa.com/2020/05/22/brasil-viento-en-contra-la-izquierda-frente-a-la-catastrofe-sanitaria-y-el-posible-impeachment/