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Resultado de imagen para [Crónica] El acoso sexual, recurrente en la vida universitaria

El acoso y el abuso sexual parecen ser experiencias reiteradas para cientos de universitarias, en el país y el mundo. Las víctimas reconocen que los episodios dejan profundas secuelas que se representan en las formas de interactuar y relacionarse con los otros, así como en su seguridad

y confianza personal. En esta oportunidad, entrevistamos a tres mujeres universitarias colombianas acerca de sus experiencias de acoso sexual y el impacto en sus vidas.

 

Laura

 

Laura estudió en el Colegio Mayor de Cundinamarca. Cuando cursaba segundo semestre, un profesor la invitó a tomar café para hablar de la clase y de otros temas académicos. Un día, al preguntar por una nota que le faltaba de un exámen, el docente le respondió que lo esperara hasta el final de la clase para hablar del tema. Fueron a un café y allí el profesor se acercó a ella, le tocó la pierna y le invitó a pasar una noche con él con la promesa de que el hecho se vería reflejado en la nota final del curso. Ella se levantó sin decir nada y se marchó. Dejó de asistir a algunas clases y no comentó el episodio con nadie.

 

Tiempo después el profesor la abordó de nuevo para decirle que no se preocupará, que eso era normal y que él creía que ella estaba en otra dinámica con él. Que lo disculpara. Sin embargo, Laura si vio reflejado el acoso en su nota. El profesor puso varios ceros en muchas de sus notas y para el trabajo final esta tuvo que pedir un segundo calificador.

Lamentablemente esta no fue su única experiencia con el acoso. Hace tres meses, al interior del campus de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia -UPTC- en Tunja, casi fue abusada sexualmente por un estudiante de esa institución.

 

Una noche, Laura y sus amigos se encontraban bebiendo licor al interior del campus. En un momento ella decidió ir al baño y un conocido amigo de sus compañeros de vivienda, se ofreció a acompañarla. Ella contestó que no era necesario, que podía ir sola. Rumbo al baño, Laura notó que el chico la seguía pero no sospechó nada, pensó que tal vez también tenía ganas de ir, así que ingresó sin reparos. Al salir, el chico estaba de pie frente a su baño. Él le agarró los brazos y la jaló contra su cuerpo. Ella lo empujó y le gritó que la soltara pero él la sacudió con mucha fuerza y aprovechó para cerrar la puerta del baño. Le dijo que se callara que estaba borracha, que él sabía que ella quería, que dejara el escándalo. Laura siguió gritándole, manifestando que no iba acceder a nada.

 

Afortunadamente alguien que pasaba cerca de los baños escuchó los gritos y forcejeos. Golpeó la puerta y atrajo a varias personas que exigieron que se abriera la puerta, lo que terminó por atemorizar al hombre quién quedó paralizado. Laura aprovechó para soltarse y abrir el baño. Al salir, él insistió en que ella se le había “insinuado”, que todo era culpa de ella porque estaba borracha y que lo había convencido de ir al baño para tener relaciones sexuales.

Laura denunció la situación como miembro del Comité de Derechos Humanos de la UPTC. Sin embargo, la mayoría de comentarios que recibe la culpan a ella por estar borracha y no al hombre por intentar violarla.

 

Sara

 

Sara es estudiante de la Escuela Superior de Administración Pública -ESAP-. Un jueves en la noche, luego de beber un par de cervezas en compañía de su pareja y tres amigos, decidieron trasladarse a la casa de uno de ellos para pasar la noche. Cuando llegaron a la casa, el anfitrión le propuso a Sara para que se fueran juntos a otro cuarto. Ella, quien hizo caso omiso a las pretensiones del sujeto, continuó departiendo sin darle mayor relevancia al asunto. Sin embargo, su pareja se percató de las intenciones de su amigo y, mal interpretando el papel de Sara, salió alrededor de las 12:30 de la casa sin avisarle a Sara.

 

Cuando ella se notó su ausencia, salió a buscarlo sin obtener resultado. Al volver al apartamento, les pidió a sus amigos que le prestaran dinero para coger un taxi. Inmediatamente salió el dueño de casa alcoholizado quién le cerró la puerta con candado y le afirmó que ella no podría irse hasta que le diera lo que él quería.

 

Molesta por la situación, le contestó que quien se creía para obligarla a acostarse con él. Uno de los hombres que estaban allí, intervino para que el hombre no la siguiera acosando pero ya la había besado contra su voluntad, lo que ella contestó con una cachetada y reproches. El chico fue llevado a una habitación aparte para intentar calmarlo.

 

Posteriormente, los otros hombres le aseguraron a Sara que ya no habría problemas, que entrara y descansara para irse en la mañana. Aunque Sara se sentía lejos de su acosador, el hombre siguió insistiendo y en esa oportunidad le tocó las piernas y los senos, manifestando que se dejara, que ella estaba borracha, que “todas ustedes lo único que quieren es plata y que se las coman”. Sara volvió a cachetearlo e hizo un escándalo mayor, a lo que el hombre contestó con agresividad, gritándole que era “una perra, una estúpida”, que se dejara que “eso no pasaba nada, que todo quedaría entre amigos”.

 

Sara decidió salir de la habitación y los otros compañeros se encerraron con el acosador para poder vigilarlo. Le quitaron las llaves y se las entregaron a ella para que pudiera irse al amanecer.

 

Hace 5 meses Sara denunció penalmente a este hombre. Y desde entonces, procura no salir de su casa más allá de lo estrictamente necesario, es decir, ir a la universidad. Dejó de utilizar faldas y vestidos cortos por miedo a ser violentada.

 

Camila

 

Camila proviene de Arauca, vive sola en Bogotá en un ‘cupo universitario’ cerca la Universidad Nacional -UN-. Un viernes, alrededor de las doce de la noche, un hombre de casi 30 años (administrativo de la UN) y que vive en un cuarto contiguo al de ella, abrió la puerta de su habitación mientras dormía. Somnolienta, se dirigió a cerrar la puerta con la sorpresa de que detrás se encontraba ese hombre. Ella retrocedió por miedo y él aprovechó para entrar a su habitación, cerrar la puerta y decirle que “solo iba a pasar lo que ella quisiera” y que él “se detendría cuando ella se lo pidiera”. Temerosa pero firme, le dijo que se saliera pero él se mantuvo allí, tratando de esgrimir argumentos para que accediera a tener relaciones sexuales con él. Camila lo amenazó con gritar si no se iba inmediatamente, ante lo cual el hombre desistió y salió del cuarto rumbo al de su novia, quién también vive en esa casa.

 

Camila afirmó que antes del suceso, notó que el hombre aprovechaba para ingresar a su habitación cuando ella entraba al baño y que solía estar afuera cuando salía de ducharse, rondando sospechosamente las inmediaciones de su cuarto. Cuando Camila relató lo sucedido a la dueña de la casa quien no tomó ninguna medida al respecto.

 

Al día siguiente, Camila enfrentó al hombre y le advirtió que si volvía a pasar una situación similar, lo denunciaría penalmente. No obstante, jamás volvió a quedarse sola en su cuarto; prefería dormir en casas ajenas que ocupar el cuarto que pagaba. Pocos días después, la novia del hombre la abordó para preguntarle por lo ocurrido y pedirle que no lo denunciara. Le dijo que con frecuencia él le robaba dinero y salía con otras chicas a sus espaldas pero que igual lo amaba y no podía vivir sin él.

 

Después de un mes de lo ocurrido, el hombre un día decidió llevar a la policía a la casa para denunciar a Camila por “injuria y calumnia” pues, según él, jamás ingresó a su cuarto ni la acoso sexualmente. Camila tuvo que irse del cuarto y pasar las dos últimas semanas de la universidad en el trasteo y en los procesos de la denuncia. Asegura que la impotencia y el miedo que sentía viviendo allí no la dejaban dormir.

 

Una experiencia cotidiana

 

En lo que va corrido del año, la Universidad de Berkeley y la UCLA en California, Estados Unidos, la UAM Xochimilco en Ciudad de México y la Universidad de Guanajuato, han sido escenarios de protestas en contra del acoso y el abuso sexual ejercido por estudiantes, profesores y administrativos de dichos centros académicos.

En Colombia, campañas como ‘No es Normal’, ‘No más acoso en la UN’, protestas y denuncias públicas; colectivos feministas, de mujeres y de derechos humanos al interior de las universidades pretenden visibilizar, denunciar y dar acompañamiento a cientos de víctimas de esta conducta delictiva, reglamentada por el artículo 29 de la Ley de 1257 de 2008.

 

Si bien esta Ley afirma que “el que en beneficio suyo o de un tercero y valiéndose de su superioridad manifiesta o relaciones de autoridad o de poder, edad, sexo, posición laboral, social, familiar o económica, acose, persiga, hostigue o asedie física o verbalmente, con fines sexuales no consentidos, a otra persona, incurrirá en prisión de uno (1) a tres (3) años”, en los casos en los que no hay terceros que puedan testificar, ni pruebas materiales contundentes no hay celeridad en los procesos, ni un oportuno acompañamiento psicosocial. Muchas veces, las víctimas deben enfrentar un largo proceso burocrático en donde reinan los comentarios de reproche o el desinterés por parte de los funcionarios.

 

Los mecanismos judiciales infructuosos, el caso omiso de las universidades, los reproches a las víctimas y no a los victimarios de parte de amigos, familiares y administrativos siguen siendo la regla, no la excepción, ante los casos de acoso y abuso sexual.

 

Por otra parte, el miedo y la culpa impiden a la mayoría de las víctimas de acoso denunciar a sus victimarios. Sara, quien si denunció penalmente, afirmó que siente mucho temor de salir de su casa por miedo a que su victimario tome represalias ya que sus amigos cercanos le han contado que es una persona violenta, agresor de sus exparejas y hasta de sus familiares. Sara sostiene que ya no puede utilizar faldas cortas o vestidos porque tiene miedo de que alguien lo tome como excusa para violentarla.

 

Las tres mujeres afirmaron que ahora son muy distantes con todos los hombres, hasta con los amigos, para que no se confunda la amistad con algo más. Sara afirmó que el intento de abuso se volvió un ‘chisme de pasillo’ y no una denuncia que movilizara la indignación. Aseguró que muchas personas le hacen comentarios como “eso le pasa por borracha” o “pa’ que dio papaya”, además varios hombres se le acercan a coquetearle o a molestarla si la ven tomando.

 

Es fundamental el proceso de denuncia para transformar las prácticas, ideas y discursos que legitiman y reproducen la cultura del abuso en los diversos escenarios de las relaciones humanas. Laura, Camila y Sara coinciden en la importancia de denunciar la experiencia penalmente, pero también de socializar la experiencia con otros y otras para demostrarles que no están solos y que es fundamental la solidaridad y el apoyo mutuo.

 

Hoy cientos de personas, organizaciones y colectivos asumen la tarea pedagógica y política de acompañar a las víctimas y de denunciar las conductas que legitiman la cultura del acoso. Aunque los retos siguen siendo grandes, la invitación es a seguir construyendo juntos un nuevo mundo en el que podamos vivir en paz, sin miedo y con dignidad.