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Los BRICS revelan que la guerra comercial es también una guerra de clase

La reciente cumbre de los BRICS en Kazán dejó decepcionados a quienes esperaban una señal clara de desdolarización. A pesar de las iniciativas y las reuniones estratégicas, el bloque aún no parece dispuesto a desafiar de manera frontal la hegemonía del dólar. Esto no debería sorprender, la idea de que los BRICS avanzaran hacia una desdolarización inmediata resulta poco realista, al menos a corto plazo, tal como argumentamos en nuestro artículo de septiembre, ¿La desdolarización es sólo cuestión de tiempo?

La cuestión de fondo gira en torno a si a China le conviene realmente abandonar el sistema dominado por el dólar. La respuesta parece ser negativa, al menos por ahora. En 2023, China registró un superávit comercial de 814 mil millones de dólares, centrado en bienes intermedios de exportación, que sostienen a más de 120 millones de trabajadores. Si China no logra redirigir su excedente de exportaciones –dado que ningún otro país tiene la capacidad de consumo de Estados Unidos–, ni puede absorber estos bienes en su mercado interno, ¿Cómo mantendría esos millones de empleos en caso de que el dólar perdiera su hegemonía? Es poco probable, entonces, que China lidere una ofensiva contra el dólar en el corto plazo.

De todos los indicadores en que los BRICS han sobrepasado al G7, el sector financiero es el mayor talón de Aquiles, aunque tiene una explicación simple. El acuerdo que propusieron las elites americanas a las chinas en las relaciones económicas y comerciales tiene, según el economista Yanis Varoufakis, al menos, un punto oscuro. Desde el shock de Nixon en 1971, cuando el dólar dejó de estar respaldado por el oro, Estados Unidos ha utilizado su moneda para reciclar los excedentes de países exportadores como Japón y, más tarde, China.

En este esquema, Estados Unidos trató a China como a un “Japón más grande”, en palabras de Varoufakis. Los productos japoneses, chinos y coreanos inundaron Walmart, y las ganancias resultantes permitieron a los capitalistas asiáticos invertir en dólares, bonos del Tesoro, propiedades y otros activos en Wall Street. Sin embargo, esta dinámica vino con un costo para la clase trabajadora: en Estados Unidos, la desindustrialización y el traslado de empleos a Asia deterioraron las zonas industriales del país, mientras que en China la rápida industrialización trajo consigo explotación laboral en sus centros urbanos, donde millones de campesinos emigraban en busca de salarios bajos y condiciones de trabajo precarias.

Esta situación refleja un mismo fenómeno, el reciclaje global de excedentes en el que el dólar desempeña un papel crucial. La dependencia de la demanda estadounidense de importaciones sigue siendo un motor fundamental para el crecimiento de muchas economías en el Sur Global. Aunque las exportaciones de China a Estados Unidos representan solo el 2,3% de su PIB, su dependencia de las reexportaciones a Estados Unidos ha aumentado considerablemente desde 2020.

Mientras que las exportaciones de China al Sur Global aumentaron más del doble, pasando de unos 60.000 millones de dólares al mes a 140.000 millones de dólares mensuales, las importaciones estadounidenses desde el Sur Global crecieron de unos 60.000 millones de dólares al mes a 100.000 millones de dólares mensuales durante los últimos cuatro años. Vietnam y Méxicolos dos lugares favoritos para la reubicación de la producción de China en países que EEUU considera aliados o «amigos», en lugar de competidores como China.

Entre 2020 y 2023, las importaciones de México de productos chinos aumentaron de 323 mil millones de dólares a 476 mil millones de dólares, mientras que las importaciones de Vietnam aumentaron de 79 mil millones de dólares a 114 mil millones de dólares, lo que pone de relieve la creciente vía de transmisión del gigante asiático de exportaciones a estas economías, mientras EEUU pone aranceles a los productos chinos.

Por lo tanto, los superávits comerciales, como el de China o Alemania, convirtieran su exceso de producción — sus exportaciones netas— en rentas en Estados Unidos: bienes inmuebles, bonos del gobierno estadounidense o cualquier empresa que Washington les dejara adquirir. Sin el dólar como andamio del comercio global, países como China y Alemania no habrían podido acumular esa plusvalía colosal generada por sus trabajadores ni guardarla en activos seguros, como propiedades y bonos en EE.UU.

Por lo tanto, suponer que solo Estados Unidos defiende la hegemonía del dólar es una falacia. Si alguien intentara eliminar el dólar de su posición dominante, enfrentaría la resistencia de poderosos intereses: industriales alemanes, jeques saudíes, banqueros europeos y, en el corto plazo, las élites chinas.

En el libro “Las guerras comerciales son guerras de clases”, Michael Pettis y Matthew C. Klein exploran cómo el libre comercio ha beneficiado principalmente a los países más ricos y a los sectores de mayor poder adquisitivo, promoviendo un sistema económico desigual, como mostró el acuerdo entre élites.

Las guerras comerciales no son simplemente conflictos entre naciones por el dominio económico, sino que, en esencia, son conflictos entre clases sociales, donde las decisiones comerciales y políticas responden principalmente a los intereses de las élites económicas y políticas. El comercio y la economía global no son esferas neutrales, más bien, están moldeados por relaciones de poder y desigualdad que favorecen a ciertos grupos a expensas de otros. La hipótesis sugiere que, aunque se presenta como una estrategia de crecimiento y desarrollo, el libre comercio beneficia desproporcionadamente a los ricos y perjudica a los trabajadores y sectores de menores ingresos.

El sistema económico global protege principalmente los intereses de los países más poderosos y sus élites económicas, mientras que los trabajadores de todo el mundo sufren las consecuencias, como la pérdida de empleos y la caída de salarios. En este sentido, las guerras comerciales son manifestaciones de un conflicto más amplio y constante entre clases sociales, exacerbado por un sistema que protege el capital y desestima los derechos y el bienestar de la clase trabajadora.

Nadie niega que la forma natural de la evolución económica y financiera termina descartando o compartiendo el comercio con el dólar, pero como vimos, la biología no acompaña a los deseos. Además de sus estrategias monetarias, los BRICS están explorando nuevas formas de cooperación en áreas clave, como el comercio de cereales ideando una bolsa de cereales, demostrando que se están transformando en algo más que un mero “club” de países con ideas afines en una asociación que apunta a incorporar plataformas prácticas para promover los intereses económicos y el desarrollo.

Los países miembros del BRICS producen una cantidad considerable de cereales; las estimaciones de diversos agregadores de datos sobre producción de materias primas oscilan entre el 40% y el 54% de los suministros mundiales. Y como los nueve estados miembros del BRICS representan el 45% de la población mundial, constituyen una porción significativa del consumo mundial de granos, casi el 45%.

Establecer precios de granos “justos y predecibles”, así como proteger a los países participantes de la especulación de precios, la escasez artificial de alimentos, resguardar los mercados nacionales de cereales de las interferencias externas y facilitar el comercio de cereales en monedas nacionales, es un buen inicio para derivar en una bolsa de materias primas.

Más allá de las exageraciones, los BRICS ven el mundo como un “orden mundial justo” y un sistema global “más justo”, basado en el respeto mutuo, pero hay demasiadas interacciones entre la división de ambos mundos creada. Por ahora, aunque se quieran destruir, se necesitan más que su mutua desaparición.