Por primera vez desde que el Tratado de Westfalia definió los Estados europeos modernos, todos los gobiernos de los principales países occidentales se están derrumbando o se desplomarían si tuvieran que celebrar elecciones. Como ya lo expusimos en Alí Babá y los infortunados del G7, primero fue el patético debate entre Biden y Trump, luego el papelón el presidente francés, Emmanuel Macron, el líder europeo más ansioso por enviar tropas a Ucrania, que sufrió una humillación en las elecciones de Francia, seguido por el colapso liberal de Rishi Sunak, que aportó su grano de arena para desaparecer a los conservadores ingleses, mientras que el japonés Kishida y el alemán Scholz siguen en el cargo solo porque el ciclo electoral no les obliga a sondear a los votantes.
El 72% de los estadounidenses piensa que Joseph Biden no está mentalmente apto para ser presidente, el 56% desaprueba su desempeño. Emmanuel Macron obtuvo apenas una quinta parte del voto nacional en la primera vuelta de las elecciones anticipadas, el Agrupamiento fascista de Le Pen, etiquetado tendenciosamente como “centro derecha”, obtuvo el 34% de los votos, mientras que la coalición de izquierda obtuvo el 28%. Los laboristas británicos lograron 412 escaños frente a 121 del gobernante Partido Conservador. Es el peor resultado en la historia moderna para los conservadores, también conocidos como los «tories».
Los tres partidos que componen la coalición gobernante alemana, la “coalición semáforo”, obtuvieron en conjunto apenas el 30% de los votos en las elecciones al Parlamento Europeo del 9 de junio. El peor resultado fue el del Partido Verde, con el 12% de los votos, frente al casi 20% que obtuvo en las elecciones al Parlamento Europeo de 2019. Los socialdemócratas, que en su día fueron el partido más grande de Alemania, consiguieron solo el 14%, mientras el pequeño Partido Demócrata Libre obtuvo solo el 5%, justo en el umbral de la representación parlamentaria. El segundo partido más importante del país, el fascista Alternative für Deutschland (AfD), obtuvo el 16% de los votos, suficiente para entrar a formar parte de una coalición.
¿Cuál es la agenda que los votantes de Occidente han repudiado? Al parecer, la guerra. Poco antes de que los votantes dieran un sorprendente revés a los partidos del establishment en las elecciones al Parlamento Europeo, los encuestadores internos del partido Alternative für Deutschland (Alternativa para Alemania) informaron que la guerra en Ucrania era la principal preocupación de los votantes alemanes. El 26% de los encuestados dijo que “garantizar la paz” era su principal preocupación, seguida de la seguridad social (con un 23%) y la inmigración (con un 17%), según un documento interno de AfD. Sorprendentemente, la inmigración descendió al tercer lugar de importancia.
Sin embargo, el terremoto político que sacudió a Europa podría tener consecuencias de largo alcance antes de fin de año. Las últimas votaciones son una protesta, pero todavía no un desastre. Los partidos nacional-conservadores de Europa occidental han roto con el molde de un solo tema “antiinmigración”. El próximo hito para los conservadores nacionales de Europa llegará en septiembre, con las elecciones provinciales en tres estados alemanes (Sajonia, Brandeburgo y Turingia), donde la AfD tiene una ventaja decisiva. Los partidos del establishment alemán declaran que no formarán una coalición con la AfD bajo ninguna circunstancia, pero una posible mayoría de la AfD en tres estados alemanes podría romper el bloque.
Uno de los primeros en intuir la catástrofe fue el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, quien lo expuso para el mundo durante su asunción a la Presidencia de la Unión Europea (provisional semestralmente). En esta ocasión, se presentó un logo y un eslogan que marcarían su presidencia. El logo fue el cubo de Rubik, creado por el húngaro Ernö Rubik en 1975, el rompecabezas más popular del mundo, simbolizando la necesidad de ordenar un cubo desordenado, reflejando así la situación europea. Pero lo que realmente llamó la atención fue el lema: «Make Europe Great Again«, el mismo eslogan utilizado por Trump durante su presidencia en Estados Unidos, destacando el grado de delirio en Europa.
Pero la osadía de Orbán no terminó en un logo. Un día después de asumir, inauguró su presidencia rotatoria de la UE con una visita oficial a Kiev e instó al presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, a considerar un alto el fuego para acelerar el fin de la guerra con Rusia. Como las negociaciones de paz son extensas y están plagadas de protocolos, un alto al fuego podría comenzar las conversaciones sin derramamiento de sangre, ya que para Europa la paz es central. Si el presidente ucraniano, cuyo mandato venció el 20 de mayo, abandonara el poder, el presidente de la Verjovna Rada (el parlamento de Ucrania) quien debería gobernar, podría derogar el decreto que Zelensky firmó prohibiendo cualquier negociación con el presidente de Rusia, Vladimir Putin. De no ser así todo indica que la guerra en Ucrania terminará con una rendición, no con un acuerdo negociado.
El otro protagonista que detectó el desagrado con la guerra fue Trump, quien ventiló un plan para la OTAN, una “reorientación radical” en la que Washington ceda el protagonismo a Europa y llegue a un acuerdo con Putin sobre Ucrania. Según Politico, Estados Unidos conservaría su paraguas nuclear sobre Europa durante un segundo mandato de Trump, manteniendo su poder aéreo y sus bases en Alemania, Inglaterra y Turquía, así como sus fuerzas navales. Mientras tanto, la mayor parte de la infantería, los blindados, la logística y la artillería pasarían finalmente de manos estadounidenses a europeas.
El cambio que prevén implicaría “reducir de manera significativa y sustancial el papel de seguridad de Estados Unidos, dar un paso atrás en lugar de ser el principal proveedor de poder de combate en Europa”, pero no en el negocio de las armas, que seguiría garantizado para EE.UU. Trump ha expresado constantemente su enojo por el hecho de que los aliados de la OTAN “nos estafan” al no cumplir con el objetivo de gasto del 2%. El objetivo es que los países miembros que aún no han cumplido con las metas del gasto en defensa, una década después de que los aliados de la OTAN se comprometieran a hacerlo, tendrán que bendecir con sus fondos al complejo militar industrial estadounidense.
La élite de Estados Unidos se propuso rehacer el mundo según su propia imaginación después de la caída del comunismo en 1991 y tenía poder suficiente para obligar al resto del mundo industrial a seguir su plan. La idea primaria fue un acuerdo global para aislar y debilitar a Rusia, ampliando la OTAN hasta la frontera entre ruso-ucraniana. En marzo de 2022, Biden prometió que las sanciones reducirían a la mitad la economía rusa; en cambio lo que resultó fue que en 2022 Rusia pasó a Alemania como la quinta economía y en 2023 a Japón como la cuarta.
El crecimiento económico de Rusia estaba muy por debajo de la media mundial y cerca del estancamiento. Sin embargo, tras la invasión de Ucrania en 2022, la economía ha estado disfrutando de un impulso del keynesianismo militar y actualmente es una de las economías de mayor crecimiento del mundo. Rusia ha cambiado su modelo económico y, tras décadas de austeridad, ha empezado a invertir fuertemente, estimulando el crecimiento en una nueva Putinomics. La guerra está demostrando ser una bendición para los rusos, ya que sus regiones más pobres han sido las mayores beneficiarias con nivel más bajo de inflación, el desempleo y la pobreza.
Estados Unidos está confundido sobre la interpretación de la autonomía estratégica. De hecho, creo que sólo Josep Borrell y la UE lo saben. Ha tenido dificultades para definir lo que significa realmente ese término desde que Von der Leyen lo convirtió en un tema central de su presidencia de la Comisión. La broma que circula en el bloque es que cada país tiene su propia versión. Para Francia, se trata de promover los intereses franceses, pase lo que pase; para los holandeses, se trata de alinearse con Estados Unidos. Lo que es cierto es que hace treinta años la UE representaba una cuarta parte del PBI mundial. Se prevé que en 20 años no represente más del 11 % del PIB mundial, muy por detrás de China, que alcanzará el doble, y por debajo del 14 % que le corresponderá a los Estados Unidos, al mismo nivel que la India. El problema de la UE se llama Estados Unidos.
El hecho de que ambas orillas del Atlántico estén dispuestas a dar codazos en cuestiones tecnológicas y digitales, a menudo en nombre de intereses económicos o nacionales, muestra la importancia que tienen ahora estas áreas en el Gran Juego geopolítico que enfrenta a Estados Unidos contra China. Es un reconocimiento por parte de los funcionarios occidentales de que la visión de Pekín, basada en la planificación central, las inversiones estatales masivas y la voluntad de elegir a los ganadores, ha tenido más éxito de lo que a muchos les gustaría admitir. No es que Washington, Bruselas y otras capitales democráticas vayan a copiar el manual completo de Pekín, pero la autonomía estratégica occidental definitivamente tiene un enfoque al estilo chino.
En 2018, el presidente Donald Trump impuso un arancel del 25% al acero extranjero, lo que afectó a Clips & Clamps Industries, un proveedor de automóviles de Michigan, aumentando los precios de sus materiales, dificultándole competir con rivales extranjeros y costándole varios contratos. Biden mantuvo en gran parte y elevó los aranceles de Trump: sobre el acero, el aluminio y una gran cantidad de productos procedentes de China.
Trump y Biden aparentemente no coinciden en prácticamente nada, desde los impuestos y el cambio climático hasta la inmigración y la regulación. Sin embargo, en materia de política comercial, los dos candidatos presidenciales han adoptado enfoques sorprendentemente similares. Esto significa que, independientemente de que sea Biden o Trump quien gane la presidencia, Estados Unidos parece dispuesto a mantener una política comercial proteccionista, una política que, según los expertos, podría alimentar las presiones inflacionarias.
La inclinación proteccionista de los dos candidatos presidenciales refleja la opinión generalizada de que la apertura del país a más importaciones, especialmente de China, eliminó empleos en el sector manufacturero estadounidense y provocó el cierre de fábricas. Es un tema político especialmente candente en los estados industriales del Medio Oeste, que probablemente decidirán quién gane la Casa Blanca. En los últimos años, sin embargo, creció la percepción de que, si bien el libre comercio beneficiaba a los hogares y las empresas, perjudicaba a los trabajadores, y los empleos estadounidenses eran víctimas de la mano de obra extranjera más barata. El costo es infinitamente mayor que los beneficios. Ahora hay que cerrarse y comenzar de nuevo.