En compañía del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos -Cspp-, la Red de Hermandad y Solidaridad con Colombia -Redher- realizó la semana pasada una visita a las mujeres presas políticas del conflicto social, político y armado colombiano, en la cárcel El Buen Pastor de Bogotá. Aquí, su experiencia.
Para acceder al Buen Pastor hay que transitar en medio de la sede de la Conferencia Episcopal de Colombia y de la escuela militar de cadetes General José María Córdova. Iglesia, ejército y cárcel; una imagen del tridente institucional que reprime y adoctrina a la humanidad. Allí y según las religiosas que administran la cárcel para mujeres: “Bajo los preceptos de una instrucción moral y religiosa fortalecida, por la firmeza del espíritu, se lleva a cabo la rehabilitación de las mujeres”.
Esta cárcel fue encargada “a las Hermanas Misioneras del Buen Pastor para la vigilancia y control de las mujeres encomendadas”. Así, mantuvieron la administración de la cárcel hasta los años 80’s cuando pasó a manos de los directores nombrados por la Dirección General de Prisiones, hoy Inpec.
Después de toda la parafernalia burocrática que requiere el Inpec para el ingreso al Buen Pastor de cada uno de los visitantes, en la que incluso estampan cuatro enormes sellos en los antebrazos, llegamos al pabellón número seis. Condenadas de pertenecer a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia -FARC-EP- o al Ejército de Liberación Nacional -ELN-, allí se encuentran recluidas 42 presas políticas, un grupo reducido para el total de 1850 presas que componen la población reclusa del Buen Pastor.
La visita
Durante varias horas compartimos una pequeña parte de la vida diaria de estas presas políticas, repetitiva y monótona cada día. Diferente a las peligrosas terroristas, como nos presentan los medios de comunicación, nos encontramos con 20 mujeres, cada una con historias que merecerían libros que contasen sus vivencias; desde aquellas que narran a las combatientes caídas en enfrentamientos, pasando por lideresas sociales sometidas a procesos judiciales, condenadas por delitos de rebelión, secuestro o terrorismo.
El encuentro se divide en bloques acerca de las cuestiones que más afectan a las presas: la salud es quizás el tema destacado. Con cerca de 1900 mujeres en este establecimiento penitenciario, no hay un solo ginecólogo y, aunque algunas presas tienen a sus hijos con ellas, tampoco hay pediatras. La atención para su salud es precaria, se limita a las brigadas médicas que una o dos veces al año se desplazan allí para realizar visitas.
Cuando las presas consiguen, vía judicial, una tutela para obtener un determinado tratamiento, los fallos no se hacen efectivos, ni tan siquiera ante la amenaza de desacato; para las pruebas médicas siempre hay una excusa del Inpec que las niega. Entre las mujeres que nos acompañan, tres tienen heridas de combate que no han sido atendidas: Daniela, con una bala alojada en la cabeza; Florisenda, con el brazo sin movilidad y Yamile, que hace cinco años perdió el hueso fémur y anda con la ayuda de muletas.
De las 42 presas, 23 arrastran problemas de salud que precisan un tratamiento médico que denuncian no reciben.
Formación y trabajo
Anteriormente las reclusas que no tenían el grado de bachiller estudiaban para conseguirlo. Ahora los obstáculos para esa formación académica hacen que las presas organicen una auto-formación con talleres en un espacio logrado gracias a la lucha organizada que, como el resto de aspectos esenciales en sus vidas, es objeto de amenaza desde las autoridades penitenciarias.
Las autoridades no contemplan con agrado que las presas organicen talleres de estudio acerca del proceso de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC-EP, les amenazan con prohibirlo por considerarlo proselitismo político. Los trabajos manuales para conseguir reducciones en las penas también son una alternativa al encierro. Sin embargo denuncian cómo los jueces, encargados de supervisar las condenas y otorgar los beneficios penitenciarios, las tienen estigmatizadas y castigadas; ellas señalan una violación del derecho al debido proceso.
Sus familias
Para las presas las relaciones familiares con sus parejas, hijos e hijas, es otra de las cuestiones que les resultan difíciles de soportar debido al régimen de visitas en el Buen Pastor. Encarceladas lejos de los lugares donde fueron capturadas y residen sus familias, obliga a sus familiares a realizar largos y costosos viajes; dificultades para mantener cualquier relación afectiva y sexual.
Las dificultades para recibir dinero del exterior y las comunicaciones telefónicas son otros ejemplos de las penalidades que atraviesan las familias con sus mujeres encarceladas. Una de ellas nos cuenta cómo en los dos últimos años sólo ha podido ver a su hijo quince minutos; las hijas menores de edad de otra presa quedaron sin posibilidad de visitar a su madre hasta que alcanzaran su mayoría de edad.
En el marco de “la paz”
Durante la visita las presas pidieron un receso para conocer en directo las noticias sobre los avances de la negociación entre el Gobierno Nacional y las Farc, acerca de los “protocolos para implementar el acuerdo sobre cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo y dejación de las armas”.
Las presas siguen la evolución de ese proceso ya que les afecta personalmente, algunas llevan en prisión 2 años y otras sobrepasan los 17 años; cualquier acuerdo entre el Gobierno y las FARC les incumbe. Una de las reclusas nos cuenta que a pesar de que encontró pareja en la prisión, con la que tuvo un hijo, está próxima a salir en libertad pero ha pasado más de 14 años en el Buen Pastor, entró en la veintena y va a salir con mas de 40 años, dejado aquí los mejores años de su vida.
Las relaciones con las presas sociales o comunes es otra cuestión difícil. Las políticas a veces son percibidas como privilegiadas; por ejemplo, al disponer del pabellón en el que nos encontramos. Sin embargo, en ocasiones las presas comunes recurren a la experiencia de resistencia y organización de las políticas y es habitual que las autoridades penitenciarias vean la mano de las políticas detrás de cualquier reclamo formulado por las presas sociales.
La despedida
El mensaje es contundente: los principios, conciencia, moral y disciplina como combatientes, es lo que da fortaleza a las mujeres para resistir; la formación es el recurso para salir a la calle como unas líderes completas e integrales. Están optimistas y se encuentran esperanzadas con el proceso de paz entre el Gobierno y las FARC, y cómo les puede afectar de manera positiva, en su situación de reclusión para conseguir la anhelada libertad. También advierten que están preparadas para lo que se presente.