A la memoria del Dr. Eusebio Leal Spengler por los 501 años de la fundación de la ciudad.
En mi libro La Habana que pasó abordo aspectos quizás poco referenciados sobre la fisonomía evolutiva de la aldea de conquista ubicada en las márgenes del puerto Carenas, que con posterioridad daría origen a nuestra ciudad. Aún hoy su primitivo urbanismo y la arquitectura vernácula desarrollada entre los siglos XVI, XVII y XVIII suscitan múltiples interrogantes, si bien historiadores como Francisco Pérez de la Riva, Emilio Roig de Leuchsenring, y arquitectos de la talla de Joaquín E. Weiss y Daniel Taboada Espiniella hayan escrito relevantes obras sobre el tema.
Una de las edificaciones de La Habana antigua que encarna dicha evolución y hace gala de sus enigmas es la Casa de la Obra Pía. A este inmueble dediqué más de tres años de estudio y trabajo de campo, con el propósito de aproximarme a su origen mudéjar e indagar acerca
de las transformaciones a que fuera sometida después de 1648, año en que fue adquirida mediante acto de compraventa por el acaudalado don Martín Calvo de la Puerta.
El siglo XVII trajo a la villa de San Cristóbal de La Habana un incipiente florecimiento económico que se reflejó fundamentalmente en el desarrollo de su urbanismo y arquitectura. Por tal razón, la Casa de la Obra Pía es una de las reliquias que aún perviven en la ciudad como exponentes del auge constructivo de tan lejana centuria. La historia de su evolución arquitectónica, su arte, e incluso los misterios alrededor de dicha edificación siempre darán motivos para interesantes reflexiones. Sin embargo, su valor intrínseco radica en la posibilidad de reunir elementos artísticos y constructivos de dos momentos o etapas indispensables para la arquitectura habanera: el período mudéjar y el período barroco.
El inmueble, de exquisita portada curvilínea, patio semiclaustral y columnas achatadas, puede ser visto hoy como la expresión más representativa de las reformas inmobiliarias realizadas entre dos siglos. Según el Dr. Francisco Pérez de la Riva, esta casa, construida de piedras cuadradas de una tercia de grueso, y vara y media y una vara de cuadra como era costumbre entonces en las edificaciones sólidas, constó desde su fabricación de dos plantas y tejado, sólida y maciza, al estilo de los palacios de Castilla, brindando eficaz protección sus anchos muros contra las epidemias y los posibles ataques de piratas, bajo cuya amenaza se encontraba en esos días nuestra capital”.[1] Si algo resultó sorprendente desde los inicios de su construcción fue la esbeltez de una vivienda que poco a poco se alzaba como un alminar en medio de una primitiva villa con edificaciones realizadas mayoritariamente de madera, paredes de embarrado o adobe, y techumbres de guano.
Portada de la excepcional casona de la Obra Pía.
La casa comenzó a fabricarse durante la primera mitad del siglo XVII. Su cuerpo inicial se ajustó a la porción de terreno que abarcaba la esquina conformada por la calle de los Mercaderes y la que entonces era conocida como la calle de la carnicería. Esta zona era en aquel tiempo un centro urbano en desarrollo donde solían adquirir sus terrenos los vecinos más notables. Los primeros moradores del inmueble fueron doña María de León y don Francisco Núñez Milian, que la hizo construir para obsequiarla a su esposa. En el ya citado año de 1648 pasó a engrosar el patrimonio de don Martín Calvo de la Puerta, quien instituyera en ella, mediante cláusula testamentaria, la acción benéfica u obra pía por la que todavía hoy es reconocida dentro del imaginario habanero.
Las notables mejoras que durante el siglo XVIII se introdujeron en el primitivo inmueble datan aproximadamente de 1776, época en la que el ingeniero don Antonio Fernández Trevejos según afirma el Dr. Pérez de la Riva— comenzó a proyectar el Palacio de los Capitanes Generales, y quien, con seguridad, dejó su impronta en las nuevas transformaciones de la Obra Pía.
Tras el dominio británico La Habana aprovechó esta resurrección económica para embellecerse, comenzando nuestras principales familias a construir sus casas con mayor lujo que el usado hasta entonces y muy por encima del que ameritaba aún su escasa población y la pobreza relativa de su Capitanía General”.[2] Don Gabriel María Castellón de Cárdenas y Santa Cruz, marqués de Cárdenas de Monte Hermoso, era el propietario de la vivienda en el momento de las nuevas reformas. Su linaje provenía de la alta clase habanera para la que también trabajó el ingeniero Fernández Trevejos.
La primera remodelación que recibió la vivienda fue realizada entre 1659 y 1669 por don Martín Calvo de la Puerta para unificar la residencia esquinera con la propiedad contigua, pues en el año 1659 Calvo de la Puerta también adquirió mediante acto de compraventa el solar del fondo y la casa de tapias y guano que pertenecieron a don Antonio Montaña y su esposa doña Juana de Ocanto. La segunda intervención introdujo ricos elementos del barroco y, además, consagró el inmueble como un valioso exponente de este estilo arquitectónico.
Detalles decorativos de la hermosa edificación.
Vale acotar que la remodelación realizada en el siglo XVIII no modificó la totalidad del edificio, como erróneamente se ha afirmado. Aquellas mejoras aportaron soluciones artísticas y constructivas que no solo engalanaron la imagen de la vivienda, sino que dotaron de mayor funcionalidad y amplitud algunas áreas domésticas como la escalera, el nuevo zaguán con su arco mixtilíneo y el amplio salón de la planta superior. También fue enriquecida su carpintería con múltiples detalles decorativos propios del barroco. Las modificaciones se llevaron a cabo con sumo cuidado dentro de la estructura y la planta del preexistente inmueble de estilo mudéjar, cuyos elementos fundamentales —el puntal, la anchura y longitud de las columnas, la extensión de sus arcadas y el espesor de sus muros— no pudieron ser variados. La pieza más representativa y majestuosa de las reformas dieciochescas fue sin duda la portada. En su libro Portadas coloniales de La Habana”, el profesor Joaquín E. Weiss analiza su composición: Aquí los órdenes superpuestos laterales han sido tallados en esviaje, o sea, en perspectiva; ambos se enlazan en la parte superior por una moldura contorsionada que, a manera de fantástico dosel, cobija el enorme escudo nobiliario; por último, las columnas están flanqueadas por unas curiosas líneas zigzagueantes que diríanse la rúbrica del ignorado artista, quien logró, mediante la teatralidad de esta portada, dar personalidad y hasta popularidad a esta vieja casona”.[3]
Las aportaciones del período barroco a la vivienda son incuestionables y han sido referenciadas por los investigadores, sin embargo, poco se ha hablado de los escasos pero importantes elementos del primitivo origen mudéjar. Estos constituyen los afortunados sobrevivientes del proceso reformador del siglo XVIII y de tantas adiciones y mutilaciones sufridas por la edificación durante sus casi 380 años de existencia. Conocemos que el siglo XVII representa para La Habana antigua la etapa de esplendor del período mudéjar. En su viaje transcultural desde las ciudades del sur de España, el mudéjar se asentó en esta villa traído de la mano de los alarifes y maestros de obra que hacían escala en la ciudad para continuar luego su traslado hacia el continente e intervenir en los trabajos constructivos y de remodelación solicitados por los nobles del Virreinato de Nueva España. Pero el periplo transcultural ya había comenzado en la Baja Edad Media al integrarse los elementos de la civilización hispanomusulmana. Su arte y arquitectura representan, por tanto, una corriente que sintetiza estas raíces culturales. La Casa de la Obra Pía ha conservado algo de aquellos aires. Por lo general, las casas habaneras de dos plantas construidas en el siglo XVII obedecen a los cánones constructivos y al ambiente mudéjar; cuentan con un patio rectangular, rodeado de arcadas sostenidas por columnas achatadas de muy escasa altura. Este patrón se encuentra sujeto a posibles variaciones de acuerdo a las dimensiones del terreno donde se alza la edificación.
Para unificar ambos inmuebles bajo un título de propiedad, don Martín Calvo de la Puerta se vio obligado por la ley a realizar nuevas obras constructivas. La fabricación era la única garantía para convertir las edificaciones en una sólida y lujosa mansión, ya que las viviendas originales se encontraban separadas por una tapia y una franja de terreno yermo. Así comenzó a transformarse la fisonomía de la calle de la Carnicería en una extensa fachada, a la que se le agregó la que ahora consideramos una primitiva portada custodiada por pilastras muy sencillas que definen el vano. Las reformas constructivas transformaron el pequeño patio de la casa esquinera en un hermoso recinto semiclaustral, que ahora ocupa el centro con tres galerías a sus lados. Este ejemplo de patio central resultó muy novedoso, y hasta insólito, en la arquitectura doméstica de la época, pero como ya expresé, debe su origen a la necesidad de comunicar ambas residencias.
Patio semiclaustral de la vivienda.
Aunque el investigador Pedro A. Herrera sostiene el criterio de que el patio fue construido un siglo después, los estudios realizados por el profesor y arquitecto Joaquín E. Weiss, y las evidencias jurídicas encontradas durante mi labor investigativa las cuales contienen las disposiciones legales emitidas por el cabildo habanero que regulaban de manera clara y específica la materia constructiva y urbanística—, demuestran que el patio fue el legítimo resultado de la unificación de las viviendas. Además de la primitiva portada y el armonioso conjunto que conforma el patio semiclaustral de columnas achatadas, existen otros elementos mudéjares preservados hasta la actualidad: los arcaicos aleros de tejaroz y la pequeña galería de la planta superior, contigua al salón comedor, con cubierta de madera y tejas, apoyada sobre pies derechos también de madera. Este hermoso corredor en forma de L que comunica la antigua cocina con el resto de la planta superior se encontraba deshecho y fue rescatado durante la restauración, como bien acotara en una de nuestras conversaciones el arquitecto Daniel Taboada Espiniella, restaurador de la Obra Pía.
Notas:
[1] Francisco Pérez de la Riva: Panoramas de Ayer. Una casa cubana del siglo XVII, Arquitectura, XII (136-137): 412-414, La Habana, noviembre-diciembre de 1944.
[2] Dr. Francisco Pérez de la Riva: Ob. cit.
[3] Joaquín E. Weiss: Portadas coloniales de La Habana, Ediciones Boloña, La Habana, 2004, p. 110.