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Alzhéimer y depresión: las armas políticas de moda 

La salud de los políticos se ha vuelto en más de una vez tema de la conversación política para buscarle un talón de Aquiles al contrincante. Le tocó a Virgilio Barco, a Antanas Mockus, a Juan Manuel Santos, y ahora a Gustavo Petro y Rodolfo Hernández.

Por: María Camila Díaz Esguerra

Esta vez se aventuraron los terrenos resbalosos de especular sobre la salud ajena, Armando Benedetti e Íngrid Betancourt. El primero insinuó que Rodolfo Hernández padece alzhéimer y lo retó a presentar un diagnóstico médico, cosa que es completamente confidencial, y a la que nadie está obligado. La segunda, comentó lo que sucedió con Gustavo Petro cuando era embajador de Colombia en Bélgica en los noventa. Entonces le dijo: “Yo creo que tú tienes alzhéimer”. En el debate del 13 de marzo de la revista Semana entre candidatos, Íngrid agregó “cuando fui a visitar a Gustavo, lo encontré en una gran depresión tirado en el piso y sin poder moverse”. 

El comentario le ha valido miles de críticas a la candidata, y como señala Juan Carlos Rincón, este tipo de anécdotas solo sirven para estigmatizar más la enfermedad y muestra una falta de empatía preocupante. 


Aunque lo dicho por Íngrid no contribuye en mayor cosa al debate electoral, sí da pie para hablar de dos temas, primero del uso de información malintencionada para desacreditar al oponente y segundo, de un tema rara vez tocado, “la salud mental de los políticos”. 

La enfermedad ajena como arma política

Como mencionamos en el artículo Noticias Falsas y Elecciones, la información malintencionada es problemática, porque a pesar de tratarse de información cierta está destinada a hacer daño al otro. Cuando se trata de los diagnóstico médicos de los políticos normalmente persigue dos objetivos: extender un manto de duda sobre las capacidades del oponente para cumplir con su trabajo o ridiculizarlo al aprovecharse de una situación que puede resultar vergonzosa y estigmatizante. 

En 2010, JJ Rendón trató de usar el diagnóstico de párkinson de Antanas Mockus en la campaña de Juan Manuel Santos, aunque este último vetó la estrategia. Sin embargo, las preguntas ante los temblores de las manos de Mockus en los debates sí pusieron sobre la mesa el tema, por lo que Antanas debió hacer público su diagnóstico y explicar que esta enfermedad no afectaba su capacidad mental. En 2018, una vez más volvió el tema a la mesa y la discusión terminó con un video de Juanita Goebertus en su defensa y otro del propio Mockus, que en su mejor estilo, decidió ponerle humor a las burlas de los demás. 

Virgilio Barco, quien fuera diagnosticado con alzhéimer poco antes de su muerte en 1997, también fue objeto de múltiples diagnósticos en los medios de comunicación. No son pocos los artículos que mencionan anécdotas del comportamiento del expresidente en la Casa de Nariño y en la embajada en Londres. Mientras algunos especulan que el comienzo de su enfermedad se dio décadas antes del parte médico y que esa era la causa de su mutismo y de su comportamiento extraño. Sin embargo, como menciona un artículo publicado por la Academia Nacional de Medicina, “conocida la enfermedad pocos años después de terminar su mandato, comenzaron las especulaciones que lo pusieron a padecerla desde sus días en la Presidencia y aun desde la campaña presidencial. No aceptar debates con sus contendores en campaña hoy se atribuye a un hipotético deterioro mental”.

Más allá de la falta de empatía, la divulgación sobre la salud de los políticos y personajes públicos en los medios no es poca cosa, pues se trata de un tema, que para la mayoría de nosotros es privado e íntimo, y que sin el menor reparo sobre la angustia que puede causar, pasa a estar en boca de todos. En época electoral, incluso, sirve para minar las posibilidades electorales de un candidato al poner en duda sus capacidades y opaca discusiones importantes en torno a las propuestas sobre el manejo del Estado.

La salud mental de los políticos

Según el Estudio Nacional de Salud Mental 2003 el 40,1 por ciento de la población colombiana entre 18 y 65 años ha sufrido o sufrirá alguna vez en la vida un trastorno mental, Según la de 2015, 10 de cada 100 adultos de 18 a 44 años y 12 de cada 100 adolescentes tienen algún problema que sugiere la presencia de una enfermedad mental. La pandemia no ayudó, según el informe del Departamento Nacional de Planeación - ¿Cómo se relaciona la pandemia del covid-19 con la salud mental de los colombianos?- “El 52 por ciento de los hogares presentó un deterioro en la salud mental de los adultos durante 2020. 
 
Sumado a esto el conflicto y la violencia que se viven a diario en el país no ayudan. No obstante, la salud mental no es un tema que se trate muy a menudo. Así que aprovechando el comentario de Íngrid, que poco o nada aporta sobre la depresión o sobre lo que le estuviera sucediendo a Gustavo Petro en los noventa, sí permite abordar un tema que es tabú y que abrirlo ayudaría a humanizar la política y de paso, quizás la democracia y las políticas públicas: la salud mental de los políticos.

Como señala el artículo de Matthew Flinders '¿Gobernando bajo presión?'. El bienestar mental de los políticos (Governing under Pressure? The Mental Wellbeing of Politicians), las investigaciones en salud mental en este campo laboral son prácticamente nulas, a pesar de que está probada la correlación entre el estrés laboral y la ansiedad, la depresión, el abuso de sustancias, el agotamiento, la capacidad de tomar decisiones y el comportamiento respecto del riesgo, en campos como la medicina o la enseñanza, pero no se ha abordado en la política. Según las conclusiones del artículo, profundizar en la investigación contribuiría a una mejor atención de salud mental en el ámbito laboral, al entendimiento por parte del electorado de las responsabilidades y presiones que conlleva este tipo de trabajo (en distintos niveles políticos), y, por último, contribuiría a la efectividad en el trabajo de los políticos, que en últimas repercute en el bienestar de la democracia. 

No es difícil especular que la falta de investigación en este tema está relacionada con el estigma hacia tales enfermedades y con las dudas que podría crear sobre la capacidad que tiene un político o dirigente para hacer su trabajo, Basta mencionar a Winston Churchill, que hablaba de “un perro negro” que lo acompañaba, una vieja expresión que usaban las niñeras victorianas para describir los estados de ánimo oscuros, y que le ha valido a Churchill una serie de diagnósticos posmortem de trastorno de déficit de atención o incluso de trastorno bipolar.

Winston Churchill "El León Rugiente" en 1941.

Incluso se ha hablado de la salud mental de Winston Chuchill en numerosos artículos, sin que esto cuestione de ninguna manera su papel heroico en la historia, que le valió el apodo del León Rugiente. Crédito: Wikimedia Commons - Imagen de dominio público

Más allá de los rumores y de las “autopsias” en papel, no son pocos los presidentes que han batallado con condiciones crónicas y de salud mental. Según un artículo de la revista Time que habla sobre los presidentes y las drogas, George Washington tomaba láudano, un opiáceo, para lidiar con el dolor crónico que le causaba su dentadura postiza; Abraham Lincoln tomaba una medicina a base de mercurio para tratar la melancolía y la hipocondriasis, que tenía el efecto secundario de darle ataques de risa y la necesidad de salir corriendo de la casa a causa del envenenamiento, aunque se cree que dejó de tomarlas para la posesión presidencial, una vez hizo el vínculo entre las pastillas y el comportamiento errático; John F. Kennedy, también generó dependencia a los calmantes que tomaba para aliviar el dolor crónico que padecía en secreto debido a la enfermedad de Addinson; e incluso Geroge W. Bush tuvo una serie de adicciones en los años setenta. 

Dado que ni las enfermedades en general, ni la enfermedad mental son ajenas a los grandes dirigentes de la historia, dejar de usarlas como excusa y arma política para hacer daño, y tener otro tipo de conversaciones en torno a la salud mental seguramente ayudaría a desestigmatizar el debate y la política pública al respecto. Sin embargo, mientras llegamos a ese momento, quizá solo quede la estrategia de George W. Bush, respecto de su pasado, quien afirmaba, “no voy a participar en rumores sobre mí, para luego culpar a mis oponentes”.