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Me dio la impresión, luego de haberlo visto en el trajín, que Gustavo Petro es hoy un hombre de izquierda que hace rato dejó de ser mamerto. Llegó al Hotel Ritz de Santiago, cenó en el restaurante Liguria que es como el Salinas bogotano y en la noche, cuando lo permitía su apretada agenda siempre tuvo tiempo para acompañar su comida con una buena copa de vino. Su equipo de trabajo está lejos de parecerse al de una campaña de la izquierda colombiana. Funciona como una maquinita en la que trabajan jóvenes expertos en redes y en estrategia electoral que tampoco son mamertos. Una de sus grandes operadoras, es hija de un oficial del ejército y su virtual jefe de campaña, que es el exsenador de La U, Armando Benedetti. tampoco es muy izquierdista que digamos. Benedetti aterrizó donde Petro hace más de un año y forma parte de ese grupo de dirigentes que vienen de la política tradicional que se ha ido arrimando Gustavo Petro.  ¿Quién sedujo a quién?  Difícil saberlo. Lo cierto es que Benedetti, a pesar de todo lo que representa, es el hombre que le habla al oído al exalcalde.  Yo recordaba a Petro como un político seco, desconfiado, brillante pero poco amable. El que me encontré caminando por las calles de Santiago es afable, tiene mejor cara y hasta tiene un sentido del humor que no conocía. Le gusta tomar de aperitivo Aperol con champaña y se le ilumina la cara cuando escucha la música de Víctor Jara o de Luis Eduardo Aute. Le recuerdan su época de mamerto, cuando recitaba casi de memoria el Canto General de Pablo Neruda. Su relación con la gente también ha cambiado. Hace cuatro años, en los aeropuertos muchos lo insultaban y no lo bajaban de guerrillero y terrorista. Ahora lo paran personas de diversas orillas y estratos, pero para tomarle fotos y abrazarlo. En Santiago, varios colombianos que lo reconocieron por la calle, se tomaron selfis con él, como si fuera un rock star. Le pregunto si eso le sorprende. Me dice que sí, que por primera vez siente que tiene una conexión con la gente y que eso le resulta toda una no 

Durante tres días seguí los pasos de Gustavo Petro en su visita a Chile como invitado especial a la posesión del nuevo presidente Gabriel Boric y, sin embargo, todavía tengo dificultades para descifrarlo.

Me dio la impresión, luego de haberlo visto en el trajín, que Gustavo Petro es hoy un hombre de izquierda que hace rato dejó de ser mamerto. Llegó al Hotel Ritz de Santiago, cenó en el restaurante Liguria que es como el Salinas bogotano y en la noche, cuando lo permitía su apretada agenda, siempre tuvo tiempo para acompañar su comida con una buena copa de vino. Su equipo está lejos de parecerse al de una campaña de la izquierda colombiana. Funciona como una maquinita en la que trabajan jóvenes expertos en redes y en estrategia electoral que tampoco son mamertos. Una de sus grandes operadoras, es hija de un oficial del ejército y su virtual jefe de campaña, que es el exsenador de La U, Armando Benedetti. tampoco es muy izquierdista que digamos.

Benedetti aterrizó donde Petro hace más de un año y forma parte de ese grupo de dirigentes que vienen de la política tradicional que se han ido arrimando a Gustavo Petro. ¿Quién sedujo a quién? Difícil saberlo. Lo cierto es que Benedetti, a pesar de todo lo que representa, es el hombre que le habla al oído al exalcalde.

"El presidente chileno, que tiene la edad de Nicolás, el hijo mayor de Gustavo Petro, lo trató como un jefe de Estado".

Yo recordaba a Petro como un político seco, desconfiado, brillante pero poco amable. El que me encontré caminando por las calles de Santiago es afable, tiene mejor cara y hasta tiene un sentido del humor que no conocía. Le gusta tomar de aperitivo Aperol con champaña y se le ilumina la cara cuando escucha la música de Víctor Jara o de Luis Eduardo Aute. Le recuerdan su época de mamerto, cuando recitaba casi de memoria el Canto General de Pablo Neruda.

Me dio la impresión, luego de haberlo visto en el trajín, que Gustavo Petro es hoy un hombre de izquierda que hace rato dejó de ser mamerto. Llegó al Hotel Ritz de Santiago, cenó en el restaurante Liguria que es como el Salinas bogotano y en la noche, cuando lo permitía su apretada agenda siempre tuvo tiempo para acompañar su comida con una buena copa de vino. Su equipo de trabajo está lejos de parecerse al de una campaña de la izquierda colombiana. Funciona como una maquinita en la que trabajan jóvenes expertos en redes y en estrategia electoral que tampoco son mamertos. Una de sus grandes operadoras, es hija de un oficial del ejército y su virtual jefe de campaña, que es el exsenador de La U, Armando Benedetti. tampoco es muy izquierdista que digamos. Benedetti aterrizó donde Petro hace más de un año y forma parte de ese grupo de dirigentes que vienen de la política tradicional que se ha ido arrimando Gustavo Petro.  ¿Quién sedujo a quién?  Difícil saberlo. Lo cierto es que Benedetti, a pesar de todo lo que representa, es el hombre que le habla al oído al exalcalde.  Yo recordaba a Petro como un político seco, desconfiado, brillante pero poco amable. El que me encontré caminando por las calles de Santiago es afable, tiene mejor cara y hasta tiene un sentido del humor que no conocía. Le gusta tomar de aperitivo Aperol con champaña y se le ilumina la cara cuando escucha la música de Víctor Jara o de Luis Eduardo Aute. Le recuerdan su época de mamerto, cuando recitaba casi de memoria el Canto General de Pablo Neruda. Su relación con la gente también ha cambiado. Hace cuatro años, en los aeropuertos muchos lo insultaban y no lo bajaban de guerrillero y terrorista. Ahora lo paran personas de diversas orillas y estratos, pero para tomarle fotos y abrazarlo. En Santiago, varios colombianos que lo reconocieron por la calle, se tomaron selfis con él, como si fuera un rock star. Le pregunto si eso le sorprende. Me dice que sí, que por primera vez siente que tiene una conexión con la gente y que eso le resulta toda una no

Su relación con la gente también ha cambiado. Hace cuatro años, en los aeropuertos muchos lo insultaban y no lo bajaban de guerrillero y terrorista. Ahora lo paran personas de diversas orillas y estratos, pero para tomarle fotos y abrazarlo. En Santiago, varios colombianos que lo reconocieron por la calle, se tomaron selfis con él, como si fuera un rock star. Le pregunto si eso le sorprende. Me dice que sí, que por primera vez siente que tiene una conexión con la gente y que eso le resulta toda una novedad.

"'A nosotros nos puede pasar lo mismo que le pasó a Gabriel Boric', me dijo subiendo el ceño, un ademán que siempre hace cuando quiere señalar algo importante".

Al pasar por el Palacio de la Moneda contó que tenía 13 años cuando se produjo el golpe contra Allende. Dice que ese hecho lo marcó para el resto de su vida porque lo empujó al activismo político a una muy temprana edad. Después entraría a la guerrilla nacionalista del M-19 que luego terminó desmovilizándose y formando parte de la nueva Constitución del 91 que hasta hoy Petro defiende. Hizo la promesa de que no vendría a Chile sino hasta que Pinochet muriera y, a diferencia de Gabo, la cumplió a cabalidad. Esta era su primera visita a Chile.

Gustavo Petro siempre ha sido un político complejo de descifrar. Es de difícil acceso y aunque ahora se le vea más liviano y tranquilo, es todavía hermético, como si estuviera siempre en guardia. No conozco todavía al primer periodista colombiano que haya tenido el número de su celular personal ni que no haya pasado por una odisea para entrevistarlo. Eso sí, nunca se sale de sus casillas cuando le hacen preguntas cargadas, que se derivan de las narrativas que la derecha ha ido construyendo sobre él y en las que se le retrata como el demonio que viene a acabar con todo lo bueno del país. En Chile, en cambio, hasta los diarios de derecha como La Tercera, lo trataron con cierta reverencia.

"Hay que ganar en primera vuelta, porque si nos vamos a la segunda, las cosas pueden ser a otro precio”.

Es evidente que Petro vino a Chile no solo porque quería conocer a Gabriel Boric, que es sin duda el representante de una nueva izquierda latinoamericana, sino porque lo que suceda en Chile puede ser la antesala de lo que puede sucederle a él en Colombia, si gana la presidencia como él confía. Cada ceremonia a la que asistió, cada acto, cada diálogo con la gente de Boric, fue un ejercicio de comparación obligada con lo que podría sucederle en Colombia.

Y si algo quedó claro de este ejercicio es que al progresismo de Petro le faltan todavía fichas muy importantes. En Chile, la voz de las mujeres feministas, es lo que ha jalonado el cambio que Boric está apuntalando. Sin embargo, se vio claramente que en el discurso de Petro no están ni esos colores ni esas voces del movimiento feminista. En la reunión que tuvo Petro con varios de los ministros y ministras que integran el gabinete de Boric, y en la que se vieron dos estéticas de izquierda muy distintas, estas falencias fueron muy evidentes. El gabinete de Boric llegó de tenis, con atuendos informales y con sus tatuajes. Gustavo Petro, se fue con su pinta burguesa, zapatos Ferragamo, pantalón y chaqueta de flanel, y sin corbata. Petro resaltó la necesidad de cambiar el modelo extractivista como el epicentro de una política progresista, pero Camila Vallejo, vocera y ministra de comunicaciones y Giorgio Jackson, el hombre más cercano a Boric, pusieron énfasis en que el cambio en Chile pasaba fundamentalmente por los logros del movimiento feminista. Boric no solo nombró un gabinete de mujeres, sino de mujeres feministas.

El progresismo de Petro es hasta ahora un asunto de hombres y si quiere estar a la vanguardia de la nueva izquierda, va a tener que abrirle campo a esos liderazgos que empujan los cambios, como el de Francia Márquez, porque de lo contrario, puede terminar más cerca de AMLO que de Boric.

Petro me dice que todavía no ha pensado en cómo sería su gabinete si gana las elecciones, pero no le creo. Si es tan precavido como dicen que es, debe estar estudiando los nombres de sus posibles candidatos, detalle a detalle, como lo hizo Gabriel Boric. El único nombre que me revela es el de Luis Gilberto Murillo, exministro de Medio Ambiente de Juan Manuel Santos, a quien Petro quisiera ver de embajador en Washington. Me dice que no es cierto que esté pensando en poner como su fórmula presidencial a la esposa de Daniel Quintero y que todavía no ha pensado en ese nombre. La vicepresidencia es un cargo florero en el que no se hace básicamente nada, pero siempre hay que estar presente. Si yo fuera Francia Márquez, que es la que suena, le pediría a Petro un ministerio que es donde está el poder.

Sin duda, Gustavo Petro es hoy el nombre más mentado en las casas colombianas. La derecha que lo ha demonizado, lo desprecia por haber sido guerrillero; el centro lo pordebajea porque no lo ve a su altura y la izquierda colombiana, que nunca ha llegado al poder, y que está llena de dinosaurios, lo considera su redentor.

Sin embargo, algo debe estar haciendo bien, porque no solo va de puntero en las encuestas, sino que acaba de obtener la votación más alta de todas las consultas que se hicieron el 13 de marzo. Él solo puso casi 6 millones de votos. Su lista al Senado tan cuestionada por tener a nombres como el de Álex Flórez o como el de Piedad Córdoba, logró obtener por lo menos 16 curules y en las cámaras, el Pacto Histórico se ha convertido en todo un fenómeno electoral. En la Cámara por Bogotá puede llegar a tener más de seis representantes, un hecho histórico para un movimiento de izquierda. Sus votantes también han ido cambiando. Ahora sus simpatizantes no solo están en la izquierda, sino en los estratos medios y altos que votan tradicionalmente por la derecha. 

Me dio la impresión, luego de haberlo visto en el trajín, que Gustavo Petro es hoy un hombre de izquierda que hace rato dejó de ser mamerto. Llegó al Hotel Ritz de Santiago, cenó en el restaurante Liguria que es como el Salinas bogotano y en la noche, cuando lo permitía su apretada agenda siempre tuvo tiempo para acompañar su comida con una buena copa de vino. Su equipo de trabajo está lejos de parecerse al de una campaña de la izquierda colombiana. Funciona como una maquinita en la que trabajan jóvenes expertos en redes y en estrategia electoral que tampoco son mamertos. Una de sus grandes operadoras, es hija de un oficial del ejército y su virtual jefe de campaña, que es el exsenador de La U, Armando Benedetti. tampoco es muy izquierdista que digamos. Benedetti aterrizó donde Petro hace más de un año y forma parte de ese grupo de dirigentes que vienen de la política tradicional que se ha ido arrimando Gustavo Petro.  ¿Quién sedujo a quién?  Difícil saberlo. Lo cierto es que Benedetti, a pesar de todo lo que representa, es el hombre que le habla al oído al exalcalde.  Yo recordaba a Petro como un político seco, desconfiado, brillante pero poco amable. El que me encontré caminando por las calles de Santiago es afable, tiene mejor cara y hasta tiene un sentido del humor que no conocía. Le gusta tomar de aperitivo Aperol con champaña y se le ilumina la cara cuando escucha la música de Víctor Jara o de Luis Eduardo Aute. Le recuerdan su época de mamerto, cuando recitaba casi de memoria el Canto General de Pablo Neruda. Su relación con la gente también ha cambiado. Hace cuatro años, en los aeropuertos muchos lo insultaban y no lo bajaban de guerrillero y terrorista. Ahora lo paran personas de diversas orillas y estratos, pero para tomarle fotos y abrazarlo. En Santiago, varios colombianos que lo reconocieron por la calle, se tomaron selfis con él, como si fuera un rock star. Le pregunto si eso le sorprende. Me dice que sí, que por primera vez siente que tiene una conexión con la gente y que eso le resulta toda una no

 

Dos días antes de las elecciones del 13 de marzo, Petro me dijo esta frase premonitoria, cuando caminábamos tranquilos, sin escoltas, por las calles del centro de Santiago. “A nosotros nos puede pasar lo mismo que le pasó a Gabriel Boric”, me lo dijo subiendo el ceño, un ademán que siempre hace cuando quiere señalar algo importante. “Si yo gano la presidencia, me va a tocar gobernar con un Congreso de derechas, como a Boric”, señaló.

Su premonición resultó ser cierta. El Congreso que se acaba de elegir es de centro derecha y si Petro gana la presidencia tendrá que hacer alianzas hasta con el gato si quiere conseguir apoyo para su agenda de cambio.

Su mayor preocupación sigue siendo su seguridad. El temor de que lo maten siempre lo ha acompañado desde que comenzó su carrera política. Sin embargo, en esta campaña ese temor se ha ido incrementando en la medida en que sus triunfos electorales lo han catapultado. Ese temor no se menciona, pero se siente en la manera como se resguarda la seguridad de Gustavo Petro. Su número de celular solo lo tiene su esposa, Verónica Alcocer y muy contadas personas. Petro se comunica con la gente de su campaña a través de una aplicación especial que nadie sabe cómo se llama. Su anillo de seguridad lo integran ocho escoltas, más los 15 o 20 que le ponen cuando se desplaza en su caravana a los rincones del país. Cada vez que se sube a la tarima -y en esta campaña lo ha hecho cerca de 45 veces-, sus escoltas afinan su esquema de seguridad por temor a un atentado.

Para evitar escándalos de aportes a su campaña como los que tuvo en el pasado, decidió no pedir un préstamo a un banco, sino a una cooperativa, de 7.000 millones de pesos que espera pagar con la reposición de votos. Así se ha blindado para evitar que sus enemigos le monten procesos, le saquen videos o lo maten. “Hay que ganar en primera vuelta, porque si nos vamos a la segunda, las cosas pueden ser a otro precio”, me dice cuando repasa la tracalada de enemigos que tiene por enfrentar.

El presidente chileno, que tiene la edad de Nicolás, el hijo mayor de Gustavo Petro, lo trató como un jefe de Estado. Y no solo se tomaron la foto, sino que Petro y Boric se cayeron bien. Si Petro llega a la presidencia, no hay que descartar que esta dupla de Petro-Boric, reescriba la historia de una nueva izquierda latinoamericana.

Boric es ya el primer presidente de izquierda en asumir el poder luego de 50 años en Chile. Y si Petro gana, sería el primer mandatario de izquierda en toda la historia de Colombia. Todos los candidatos que han intentado llegar al poder cuestionando al establecimiento han caído asesinados en el país. Ojalá esta vez las balas no trunquen la democracia.