La escena es única en toda la historia de la humanidad. Todos están atentos. Sin quitar los ojos del picadito de fútbol en el cielo. Ese cielo del Dios justo en el que creo. Ese Dios que no rechaza a los que piensan diferente y que jamás le cerraría las puertas a quienes murieron convencidos de su lucha por un mejor país, con igualdad de oportunidad para todos, en el que acaben las fronteras y las odiosas distinciones entre pobres y la “gente de bien”.
–¿Qué es esa bullaranga? –, pregunta Pedro de camino hacia la enorme ventana. Luego, sonriendo, comienza a llamarlos a gritos:
–Muchachos vengan, rápido. Vengan.
–¿Y el partidito de fútbol?
–Tranquilos, tienen toda una eternidad para retomarlo. Vengan, no se pueden perder esto…
Y en cuestión de segundos, todos arremolinados. Hay jóvenes de Cali y del resto de Colombia. Murieron asesinados cuando ejercían su derecho a la protesta social. Los asesinaron con balas oficiales. Dieron su vida por el Paro Nacional.
–Bacanísimo ese monumento de Puerto resistencia–, comenta uno, con los ojos brillando de emoción.
–Parcero, mirá a Luis Enrique, a Carlos, a Julio y a Sandrita…
–Pillate, mis cuchos están allí entre la multitud…
–Hasta la vecina, la que nos cuestionaba tanto, está entre la gente…
La sonrisa amplia alumbra el rostro de Pedro. Comparte el gozo de los muchachos. “¿De primera línea, dizque les decían?”, murmura antes de decir, con voz emocionada:
–Muchachos, nadie los ha olvidado. Viven en la memoria de todos. En adelante, cada vez que pasen por Puerto Resistencia, recordarán el tiempo en que todo un país soñó con una realidad distinta, de igualdad y justicia para los marginados. Y los padres les dirán a sus hijos que ese monumento se construyó a los que regaron con su sangre, las semillas de esperanza que jamás morirán porque están sembradas en la historia de un país que está despertando del letargo de muchos años.
Y las risas de todos celebran ese momento único e irrepetible porque saben que Colombia se puso de pie para aplaudir con gratitud, su actitud valerosa y que ese rumor de los aplausos no se terminará jamás porque viven en los corazones de quienes creemos en un cambio con justicia social.
MONUMENTO A LA RESISTENCIA
Hace mucho tiempo no se erigía un símbolo gigantesco—algo más de doce metros—que recogiera la esperanza de todo un pueblo. El “Monumento a la Resistencia” fue construido en tiempo récord, desde mediados de mayo pasado.
«Es la representación de un puño que sostiene la palabra ‘resiste’ con los colores de nuestra bandera de Colombia como mensaje de unidad de que esto no sólo lo hizo nuestro pueblo caleño sino el colombiano. Estamos haciendo un sentido homenaje a las víctimas del paro», indicó Juan, vocero de los manifestantes de esa zona.
En su diseño y armazón se invirtieron muchas horas, algunas de ellas bajo el sol incandescente de una ciudad como Cali, que arde desde que amanece hasta que cae la noche. Nada los detuvo, hasta que dieron por concluida la tarea, hoy visible varios kilómetros a la distancia.
AUTORIZACIÓN OFICIAL
Aunque al alcalde, Jorge Iván Ospina, no lo quieren ver ni en pintura por considerarlo un traidor de las clases populares, no tuvo más remedio que aprobar la construcción.
Una comisión del Departamento Administrativo de Planeación de la Alcaldía realizó una inspección al monumento para que fuera seguro para quienes estuvieran en la zona.
«Hay que reconocer ese monumento como una expresión cultural del momento histórico que estamos viviendo como ciudad y eso no necesariamente está mal”, afirmó el director, Roy Alejandro Barreras.
De haber dependido plenamente de una firma del pretendido mandatario local o de la gobernadora, Clara Luz Roldán, hubieran negado la autorización. Comprensible. Hiere su sensibilidad. Desde su perspectiva militarista, el momento puede parecerles una expresión de extrema izquierda o reivindicación del terrorismo.
UNA INAUGURACIÓN SINGULAR
La celebración del acto inaugural rompió los esquemas. Hubo música, alegría desbordante en los rostros, lágrimas entre quienes han perdido sus familiares a manos de las fuerzan del establecimiento y algo fuera de serie: un cacerolazo con acordes de sinfonía.
¿Cuántos estuvieron? Miles. Y cuando decimos miles, son miles. Por supuesto, los que dejaron de asistir, fueron los pocos privilegiados que se sienten –equivocadamente, por cierto—con la capacidad de definir qué está bien y qué está mal. Se quedaron en casa mordiéndose el codo, porque esa gigantesca mano empuñada, les recuerda una y otra vez, que sus esfuerzos de acallar la protesta social, han sido vanos y con el tiempo, perderán toda su fuerza.
El momento luce mejor y debe convertirse en un referente de Cali, antes que el Sebastiano de Belalcázar, que recordaba el genocidio del pueblo indígena americano…
Blog del autor https://cronicasparalapaz.wordpress.com/