“Me han sorprendido un montón de mujeres, mujeres de fuego, mujeres de nieve”. Silvio Rodríguez
El escritor y periodista Fernando Millán Cruz, en un bello texto recién salido de la imprenta “Con ojos de mujer”, da forma a las voces de nueve ex combatientes de las FARC que relatan episodios capitales de su vida guerrillera. Pero además de esto, algo que siempre será del interés de un observador interesado en el fenómeno humano: saber el
cómo y el por qué una mujer que vive en la relativa seguridad de su entorno social, sea el universitario de la joven inquieta intelectualmente, sea el de la niña tocada por un pasado de violencia y marginalidad, troca sus sueños de hogar y superación por los avatares de la vida guerrillera.
Es preciso decir los nombres de estas protagonistas: Sandra Ramírez, Olga Marín, Carolina García, Yaritza Paniagua, Ivonne Rivera León, Milena Reyes, Paula Sáenz, Isabela Sanroque y Antonia Simón. E introduciéndonos en estas cautivantes historias de vida tan naturalmente narradas, donde refulge la autenticidad y falta de pretensiones heroicas -que bien lo merecieran-, es forzoso hacerse la reflexión sobre cuánto las estructuras del poder político y mediático dominantes han desnaturalizado y vulgarizado el concepto “héroe”, “heroína”, hasta radicarlo en forma exclusiva a aquellos hombres y mujeres dedicados a la defensa del Establecimiento y del statu quo. Y esto, sin reparar en los simples motivos de codicia o ambición personal que los llevó a ese destino, o peor, como son legión los casos historiados, en la forma como ejercieron esa “noble” misión de “defendernos a todos los colombianos”, incurriendo en atrocidades que la imaginación se rebela a concebir aún en una mente criminal. No. Todos héroes y punto. Es lo presente y lo real. Lo otro, aún lo de nuestros antepasados Galán y los Comuneros, Antonia Santos, Policarpa Salavarrieta y García Rovira son antiguallas, nostalgias de tiempos idos, épocas superadas donde tenían validez gritos de insurgencia y rebelión. No hoy.
Porque ¡cuánto de valor y de renuncia, de sacrificio y altruismo hay en estos relatos de vida! Desmontando mitos y demoliendo infundios, constituyen además de las experiencias personales, una panorámica justa de lo que eran las FARC-EP como organización político-militar: disciplina, ideología, cultura y solidaridad; todo, en medio del ingrediente principal: una profunda imbricación y fidelidad con su razón de ser, el pueblo. Sí: el escarnecido pueblo en cuyo propio nombre se lo ha martirizado, no sólo en estos cincuenta años de acción contrainsurgente, sino en los últimos doscientos de vida republicana.
Y entre esos mitos deshechos está el del “machismo” de las Farc, uno entre los miles de pecados que sus enemigos de todas las vertientes le enrostran a la organización guerrillera. Nada de eso. Con la carga de feminismo justo y equilibrado, muy distante de aquel desvío creado y promovido desde el centro imperial del capital y que tanto daño hace al movimiento social y aún revolucionario distorsionando el objetivo de las luchas y trastocando la identidad del enemigo, estas ex combatientes señalan cómo dentro de las Farc las mujeres tenían el mismo valor de los hombres, el mismo respeto, deberes y derechos, ello en el marco de un horizonte donde eran la justicia y la democracia para toda la guerrillerada la razón de la lucha.
Representativos del espíritu de todas las que integran “Con ojos de mujer”, destacamos tres historias:
Milena Reyes –Érika Leaneth Valencia Quintero-, no había cumplido quince años cuando por absoluta y libérrima voluntad, ingresó a las Farc. “Por loca” es la única explicación que puede dar. Y claro, qué conciencia de nada podía tener en ese momento. Sin embargo, una vez ingresada, jamás dudó de su decisión ni de permanecer, a pesar de que se le objetó su edad, y de las vicisitudes, carencias y momentos trágicos que tuvo que vivir, uno de los más, estar en el campamento de Jorge Briceño, el legendario Mono Jojoy cuando el brutal bombardeo que le quitó la vida. “Sentí que me moría”.
Recia de carácter y de fuertes convicciones, hoy Milena estudia comunicación social y sueña tener un futuro en este campo y en el diseño de modas. Al tiempo que como las demás protagonistas de este libro, asumen con fe y disciplina las tareas de construcción del partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común. Es la compañera del entonces miembro de Secretariado de las FARC Carlos Antonio Lozada desde poco tiempo después de ingresar a la guerrilla. Y hoy como muchos ex guerrilleros, han contribuido a la verdad de eso que ha sido denominado en metáfora feliz “Los hijos de la Paz”. Por los pasillos y salones del Partido donde se dan graves discusiones, corretea feliz la pequeña Dalila.
Paula Sáenz Rochi -María Alexandra Marín-, la niña de la casa, la menor después de seis hombres varones. Heredera como víctima por partida doble de la violencia: sus padres sufrieron la conservadora de los años cincuenta, y su generación la paramilitar de los noventa que se ensañó con todos en Tuluá, Trujillo y Ceilán en el Valle. En últimas, su vinculación con la guerrilla se dio porque algunos años antes de su ingreso, toda la familia y ella siendo apenas niña, fue sacada de Tuluá a la zona del Caquetá bajo control de las Farc., por orden directa de Manuel Marulanda quien sabía que había un dispositivo paramilitar para matarlos.
Y una vez ingresada, como los comandantes suponían que ella era apenas miliciana y estaba en tareas de formación haciendo temporales trabajos de guerrillera, un día por orden del Bloque le dieron la salida. Y al exigirle que entregara la dotación, muy firme se les paró: “No señor. No me voy. Porque entonces, ¿dónde va a quedar todo lo que he hablado, la lucha que he dado en células y todo lo que he hecho para que se cumplan las líneas y la disciplina de las Farc?”.
Paula, de compañía de orden público que con ametralladora PKM tuvo que enfrentar la ferocidad del Plan Colombia, enfermera del frente, camarógrafa. Y de pronto, la cristalización de la paz, y la orden de Carlos Antonio Lozada: Ud. va a ser maestra de ceremonias y relacionista pública en la X Conferencia de las FARC en los Llanos del Yarí, el histórico evento donde con la presencia de cientos de periodistas de todo el mundo, la guerrillerada ratificó el Acuerdo de Paz, la decisión de dejar las armas y convertirse en partido político. Y esa tarea tan extraña para ella la asumió con la naturalidad y entereza con la que asumía los momentos más duros: “Era consciente de que en cualquier momento a uno lo iban a matar y ya no había nada qué hacerle.” (….) “La muerte es muy tenaz Lo único que yo le digo es que cuando uno mira a un compañero caer en combate eso da más fuerza para seguir aguantando las inclemencias de la guerra”.
Isabela Sanroque –Sandra Carolina Suárez Quilagüy- una chica bogotana hija única de una madre amorosa con quien vivía en la mayor armonía, a los veinte años de edad y cinco semestres de ciencias sociales en la Universidad Distrital, decidió irse para la guerrilla. ¿Por qué? Por una convicción profunda nacida de los vínculos y el conocimiento adquirido en el medio universitario, pero precipitada por la oleada de detenciones de mediados del año 2004 de personas del Partido Clandestino donde militaba. También veterana del bombardeo al campamento del Mono Jojoy en septiembre de 2010, donde participaba en un curso de comandantes de frentes. Lo que no dijeron los medios ni los partes oficiales, es que después del devastador bombardeo, el ejército con abrumadora superioridad tuvo que enfrentar quince días de combates con los sobrevivientes que en esa forma honraban la memoria de su querido líder.
Lo más duro para Isabela, en medio de la de por sí dureza de la guerra, ver morir a sus más queridos camaradas como cuando el asalto en el año 2009 al campamento en la vereda Nazaret en el páramo de Sumapaz, donde mataron a quince entre ellos Mariana Páez y su menor amiga la odontóloga bogotana Valentina Salazar. Y lo más cruel, cuando en agosto de 2007 en el Caquetá mataron a Cristóbal el amor de su vida, en honor de quien tomó el apellido Sanroque.
Vino el proceso de paz. Isabela estuvo en todo en proceso. Hacer la necesaria pedagogía de la paz entre las bases guerrilleras, el relacionamiento con la población en la vasta zona del Yarí, luego en Cuba apoyando en la organización de los diálogos y las agendas de los colectivos visitantes. Regresar al Yarí para ayudar en algo tan colosal como la logística de la X Conferencia, y después múltiples labores y responsabilidades en la dirección del Partido Farc. Hoy a los treinta y cuatro años inició sus estudios universitarios que tendría que haber terminado hace once, pero considerando ganancia lo vivido. Tiene la alegría de la vida, ella que la supo tan frágil y fugaz. ¡Ah! Y con una insumisa fe en el futuro.
Alianza de Medios por la Paz
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