El arte y los sueños son espacios de trámite y resolución, están incorporados por la vida en su función simbólica, con ellos la vida abstrae, traza sentidos, avanza. No es pulsión puramente biológica la vida, ésta traza coordenadas sobre el vacío, siempre ha sido así, allí en donde hay un vacío la vida teje, lo mismo hacen el arte y la poesía: conjurar el vacío. La poesía está entre las múltiples dimensiones existentes entre el mundo real y el sueño, y si en algunos momentos del tránsito de la vida humana el arte tiende a la abstracción, también es cierto que hay otra fuerza que lleva al arte hacia la gravitación en la realidad, sobre estas tensiones entre irrealidad y realidad el arte y la vida recrean su obra.
En algunos momentos hay cansancio de la abstracción, sobre todo cuando esta pierde sus conexiones con la vida. Entonces la poesía vuelve a sus raíces, a su palmo de tierra, y esto ocurre no solo en el arte, en la filosofía ocurre algo
parecido, de un largo tiempo entre el conceptualismo y la abstracción, el pensamiento vuelve a buscar los elementos naturales, hoy son impensables la filosofía y la poesía sin una cartografía del entorno físico y vital, sin una mirada sobre ese medio viviente que algunos llaman “medio ambiente”.
Se limpiarán con éter las manchas en su blancura los poetas puros, y su pureza inmaculada la poesía blanca, es decir, las mentes coloniales, pero la poesía siempre está untada de tierra, de sangre, de dolor y nervio. La poesía y el pensamiento vuelven a consultar a los elementos, a los sueños, a las plantas, al chamán y la sibila: al fuego, al aire, al agua y a la tierra. El conocimiento está en los elementos, preguntémosle de nuevo a las plantas, es lo que hace Estefanía Ciro con sus preguntas a la coca y a la tierra y sus registros de los tiempos de guerra alrededor de una planta que no hace otra cosa que dar aliento al que desfallece.
Para el medio literario será extraño referirse a un género de poesía documental, pero ese es el género de Estefanía, registrar en la poesía el dolor intacto de la guerra, es investigación y arte. Aquí todo está a la luz de la realidad, porque la realidad, como la poesía, también ilumina. “Artefactos explosivos inmateriales”, llama Estefanía a sus poemas, veamos lo que propone:
El arte en Colombia y en el mundo tiene en este momento una fuerte tensión histórica, condición que entronca con la necesidad que tiene la vida de llevar el arte a la calle, de devolverlo a sus comunidades y a su raíz, a sus espacios naturales por fuera del mundo institucional, al medio vivo. De allí los artistas y las nuevas tendencias, intervenciones, performances, y todas las formas de ruptura con el medio convencional, y aunque muchos de los resultados son de un arte incipiente, lo experimental tiene siempre una tensión que renueva. En la escritura ocurre otro tanto, la vida del hombre común, y el poeta como hombre común, como ser de heridas, le reclama al poeta “iluminado” por sus olvidos y abstracciones puramente estéticas, conceptualistas, imaginativas, o por las falsas honduras postizamente eruditas de su arte cosmético.
La reacción estética ante el subjetivismo sin intuición, ante el desborde retórico de la imagen, no necesariamente es contestataria porque recurra a géneros extraliterarios, esos géneros que antes que a la literatura han pertenecido a los media: la crónica, al pasaje histórico, la vivencia común, o a la historia que antes de ser historia siempre es mito, es decir, vivimos la historia, sí, pero la historia siempre tiene un trasfondo mítico que se devela a través del lente del tiempo, no en el ahora. Estefanía recurre a la instantánea: arte trágico, nos dirá la poeta, no arte mágico, un arte construido con esquirlas y detonaciones de la realidad. No es el suyo un arte de taumaturgia, es un trabajo etnográfico.
La escritora caqueteña acompaña con la poesía su trabajo investigativo. Allí nos recuerda la etimología de investigar, su origen en la huella, el vestigio, pero es nuestro propio vestigio, el que traemos desde siempre, desde que la vida es, ese es el rastro seguido por Estefanía, no el camino trillado.
Nos dice Estefanía Ciro, en su investigación sobre la vida del Caquetá y el entorno de la coca: “Pensar en nuestra huella en la investigación, no como un legado sino como un rastro, los manchones en el mantel después de comer, la tinta en la mano en nuestra propia obra, es investigar“… “Estas líneas tienen ese fin, regresarme entre las páginas de mi trabajo investigativo y observar uno de los nudos que estoy en camino de apretar más, en una de las cosas que yo denomino poética etnográfica o de cómo la etnografía puede ser poesía.”
Su incursión en la vida de los campesinos cocaleros llevó a esta investigadora a ser reconocida en su trabajo por la UNESCO y a otorgarle el premio Juan Bosch en el año 2018, y es precisamente el espíritu del polígrafo dominicano el que es necesario en el arte latinoamericano de hoy, un arte en conexión con todas las esferas, y es está una de las preocupaciones de Estefanía Ciro, con ella sabemos que los investigadores son los observadores de vestigios, huellas vitales; reconocemos en su investigación un tiempo vivido más en la trocha que en el escritorio. Por este tránsito vital la investigadora se dio cuenta que más acá de su trabajo de tesis está la vida misma que tiene a la poesía como médium. Y aunque la vida se expresa por sí misma, es de la poesía el trabajo de descubrir su sentido, y entre vestigios, resonancias y duelos, recomponer los fragmentos de nuestras diarias confrontaciones, y en este caso, de nuestras confrontaciones históricas, de nuestra cruenta y ominosa guerra.
En sus poemas que nombra como artefactos explosivos inmateriales escuchamos las resonancias que vienen de sus primeros años en donde la tierra se estremecía al paso de las multitudinarias marchas de los campesinos del sur, en una década de transformaciones cruciales y de crisis agraria que llevó a los campesinos de Colombia, que tradicionalmente eran una numerosa población nómada que se caminaban el país a través de la multiplicidad de su geografía en las plantaciones caldenses y quindianas como recolectores de café, o las grandes sabanas costeras cono cosechadores de algodón, o el Valle y Tolima como trabajadores de la caña, o el arroz. Esta población migrante entre cultivos pasó a convertirse en colonos o en recolectores de hoja de coca en el Meta, el Guaviare y Caquetá, una fracción considerable del campesinado colombiano que la mala administración del sistema agroalimentario del país llevó a las márgenes, a las orillas de la historia, al Yarí, al Guaviare, o al Amazonas. No, esa no es la periferia de la historia nos dirá nuestra investigadora, es el centro del molino, la fuerza que construyó con sus “reservas” de caucho, petróleo y sangre la avanzada tecnológica del siglo XX.
En medio de nuestra conflictiva producción agraria la guerrilla es uno de nuestros diversos cultivos de origen. Cuando la guerrilla empezó a buscar en Colombia una vía política, el interés de Estefanía Ciro por este hecho histórico la llevó a los llanos del Yarí, y desde allí, como parte de su trabajo etnográfico, construyó sus primeros cuadros, realidad social que tituló Instantáneas del Yarí, notas en donde prevalece una tensión poética en contravía de la intención mediática que predominó en este proceso. En este enfoque, en el método y la perspectiva de su investigación Walter Benjamín le ofreció una de las posibles miradas: La auténtica actividad literaria no puede pretender desarrollarse dentro de un marco literario: antes bien, esa es la expresión acostumbrada de su esterilidad. La eficacia literaria trascendente sólo puede consumarse en la estricta alternancia entre hacer y escribir.
En el siglo XX Colombia vivió las multitudinarias marchas campesinas y las fuertes acciones políticas de las organizaciones agrarias en la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, (ANUC), las ligas agrarias y movimientos de base, sin respuesta alguna en la estructura agraria, detrás de una reforma agraria mil veces prometida y mil veces incumplida. En parte la derivación del conflicto agrario en formas insurgentes y en cultivos también insurgentes desde la economía corrió hacia el sur, como una forma de buscar la travesía a la sin salida social e histórica. De esos tiempos está el registro de las multitudinarias marchas de los cocaleros expresadas en estos poemas. Los efectos prevalecen hoy, como prevalece la negación del conflicto, y la negación de una parte de la población colombiana que es señalada, perseguida, tergiversada, y tan estigmatizada como esta planta milenaria que antes de ser plantación fue y sigue siendo en comunidades indígenas, cultura. Y es sobre estas negaciones, derivaciones y legitimidades en las que está inmerso el trabajo etnográfico y poético de Estefanía Ciro.
Poemas
La Cristalina
Falla orgánica multisistémica,
choque séptico,
síndrome de dificultad respiratoria aguda,
neumonía adquirida en comunidad,
neumonía nosocomial,
síndrome neurológico piramidal y extrapiramidal,
enfermedad autoinmune,
y granulomatosis de Wegener.
En Cali muere.
La remiten de Florencia,
en Coomeva no establecen ninguna dolencia.
Quince días en casa de su suegro.
Manchas en su cuerpo,
no puede respirar,
dolor de huesos,
un brote alrededor de la nariz,
dificultad para caminar.
Suspensión involuntaria del embarazo
de cuatro meses.
Legrado uterino obstétrico,
aborto incompleto.
Transportada en la noche en vehículo expreso,
viene de La Cristalina,
– Solita-,
120 kilómetros de trocha.
Es Amanda.
Dos hijas pequeñas,
un marido.
Bañada por la aspersión aérea de gramoxone
– Cuatro helicópteros,
tres avionetas-
cuando lavaba la ropa en la quebrada.
Formas de parir
En el Huila, estaba por enfermarme de la niña
y cuando vi yo que la iba a tener,
arreglé las maletas
y subí tres horas de camino para buscar al papá
que estaba trabajando por ahí.
Apenas lo vi le dije,
vengo con dolores,
vengo enferma
y él me recibió.
Ahí había una casa, y yo le dije,
oiga lo que oiga, no se le ocurre entrar,
déjeme sola a mi.
Ahí en la habitación
yo acomodé un caucho,
alcohol, tijeras, algodón,
hice como una especie de camilla
y me acomodé.
Ahí recibí a mi niña, en una colcha,
ahí fue donde mi primer niña nació.
Yo la desombligué
y salió la placenta,
ahí fue el parto,
yo misma la tuve.
Las colombianas nos enfermamos,
las mexicanas nos aliviamos.
Yo me alivié en El Paso.
Y busqué la selva.
En el Caguán cocinaba en un plante de coca.
Mientras eso, yo pensaba cómo iba a ser este parto.
Si lo tengo acá, de aquí a que me saquen de acá….
éramos muchos trabajadores
y dormíamos en los árboles
porque en las noches pasaban los zorrillos en manada.
Ese martes yo sentí dolores,
me fui a parir y le avisé al patrón.
Yo recogí el caucho de los que utilizan para secar la hoja de coca
y me encerré en una pieza ahí,
y alisté todo lo que necesitaba,
como lo hice la primera vez,
el alcohol y esas cosas.
En el Caguán nació el niño,
yo sola lo tuve ahí encima de ese caucho.
Yo recogí la placenta.
En el Huila tuve la niña
En el Caguán tuve al niño
Yo recogí la placenta
Yo lo tuve encima de ese caucho.
Las colombianas nos enfermamos,
las mexicanas nos aliviamos.
Yo me alivié en El Paso.
La coca camina, la tierra tiembla
Somos miles.
Salimos de El Doncello y llegamos a La Montañita,
todo el camino está lleno de gente.
Yo llegué al San Pedro y no se han venido aún los últimos de allá,
todos a pie,
todos caminando.
Cuando caminamos
la tierra tiembla.
En la salida de El Doncello,
los militares prendieron llantas,
estaban disparando para que no pasáramos.
Cuando llegó el momento
todos arrancamos.
No se imagina usté el gentío
parecíamos como hormigas.
Para el lado de Las Pavas,
se vinieron otra vez.
Unos venían por encima,
otros por debajo,
entonces los encerramos,
ellos disparaban y quemaban llantas,
pero la gente en multitud es muy aterradora,
nosotros pasamos como si nada,
por encima de esas llantas prendidas.
Cuando caminamos,
la tierra tiembla.
Ya van veinte días acá,
ahora hay hartísima gente.
Primero salió El Puerto,
después salió San Vicente,
después salieron Remolinos y el Caguán.
Esto es bonito
y miedoso.
Por ahí en la noche
ya no hay nadie,
no se sabe si es que se van o los matan.
En todo caso no están.
y por la tarde, otra vez
esto lleno de gente,
todos diferentes.
La coca camina,
la tierra tiembla.
No sé por qué no
Estudié demasiado lejos de la escuela,
Era hora y media caminando descalzos por caminos
Y cuando llovía nos tocaba irnos así,
Estudiábamos sin zapatos.
Porque no sé
No sé por qué no,
Porque éramos pobres,
Mi papá trabajaba en esa finca era para la comida.
Y nos íbamos a estudiar descalzos
Y en unos morralitos echábamos los libros
Y cuando llovía,
Nos compraban de esos cauchitos
Así de colores
Y nos arropábamos con eso y nos íbamos.
Llegábamos allá y nos íbamos por ahí a las 6
Y allá llegábamos a veces cuando nos íbamos ligero.
Dentrábamos a las 7 y salíamos a las 12
Dentrábamos a las 2 hasta las 4.
Allá estudié
Hasta tercero,
Ya no volví a estudiar.
Ya desde los 7 años me tocó trabajar,
Hacer de comer para los trabajadores
Él hacía contratos grandísimos
Contrataba de 8 a 10 trabajadores
Entonces nos tocaba que levantarnos a hacer desayuno
A asar arepas
A hacer caldo con chocolate
Y echarlo en vasijas e ir a llevar allá lejísimos.
Allá mi papá consiguió un pedacito de tierra y nos hicimos a una casita.
Vivía de mayordomo en una finca grande de un ganadero
Estudié demasiado lejos de la escuela
Porque no sé
No sé por qué no
Porque éramos pobres,
Mi papá trabajaba en esa finca era para la comida,
Estudié demasiado lejos de la escuela.
Nos distinguían muy bien
Lo del eme diecinueve lo alcancé a sufrir,
yo estaba muy pequeño pero me tocó,
me tocó ver cómo se vivió la violencia
me tocó ver cómo sufrían los viejos para subsistir.
Unos que estaban ahí
Nos distinguían muy bien
Porque resulta que de los que estaban ahí eran unos muy amigos,
El comandante que entró allá era muy amigo.
Y hubo un tiempo en que pasó toda una semana en la casa,
mirando la forma de cómo lo conquistaban a uno,
porque uno estaba chino todavía,
para que uno también siguiera ese camino.
Y uno mirando lo de la alimentación,
Porque el ejército se la daba racionada a uno,
No podíamos comer más de lo que ellos decían
y lo que decían era una librita de arroz
y lo que decían era una librita de alverja,
era una cosa muy mínima.
Cuando eso, mi papá era matarife
Nosotros salíamos cada ocho días al pueblo
A la pesa.
Y una vez estábamos nosotros en una vaquería
Íbamos embalados detrás de una res
Cuando otro compañero que iba
Se le abrió la bestia
Y pum
Se cayó
Se cayó
Se cayó sobre un montón que había ahí
Y cuando se para todo asustado
habían tres tipos que tenían ahí acostados,
los habían matado,
y los estaban cuidando.
Los otros se reían y nos pasaron una carta
para que fuéramos a llevársela al mismo ejército
y con eso tuvimos nosotros problemas grandísimos.
Pero…
Unos que estaban ahí
Nos distinguían muy bien
Porque resulta que de los que estaban ahí eran unos muy amigos,
El comandante de policía que entró allá era muy amigo.
Habló por nosotros allá
Si no, para esa fecha
Tampoco existiríamos.
Me empujan
Estoy vendado
Paso de allá para acá por un pasillo,
Antes de que me pusieran la venda pude ver.
Hay gente hincada por ahí.
Lo que va pasando acá se va quedando acá.
Cada ocho días tengo que venir a declarar.
A decir que hacemos por allá.
Unos que estaban ahí
Nos distinguían muy bien
Porque resulta que de los que estaban ahí eran unos muy amigos,
Los comandantes eran mis amigos.
Si no,
No existiríamos.
Vida y muerte de una escuela rural
La escuelita
tuvo
niños y niñas
y una junta
que cargaban madera
y el zinc
para alzarla
y esperar a la maestra.
La escuelita
tuvo
padres y madres
marchando
por una maestra
por un pan
por un libro.
Los asfixió
el lacrimógeno.
La escuela
no tiene niños
ni niñas
porque el ganadero
ya compró
todas las parcelas.
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