Reflexiones sobre la coyuntura política venezolana
En Venezuela está en curso un proceso de transformación social y política con aspiraciones antiimperialistas, inspirado en un ideario de reformas democráticas y de lucha por el socialismo. Es un proceso que se desató con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de la república en 1999, y se ha nutrido del apoyo popular y la resistencia social de los de abajo, cuyas potencialidades se habían expresado ya a través del caracazo diez años antes. A pesar de las dificultades y vicisitudes por las que ha venido atravesando, es prematuro afirmar que tal proceso haya concluido.
La contundencia de los hechos dice que en Venezuela se ha instalado un gobierno democrático-popular que le disputa a la burguesía local el control pleno del Estado y la producción, en un conflicto que lo enfrenta al mismo tiempo con el capital internacional y el imperialismo, lo que lo hace sustancialmente diferente de los gobiernos de centro-izquierda y progresistas de la región.
Con el apoyo y la movilización de los trabajadores y el pueblo, este gobierno ha tenido que enfrentar la intromisión imperialista de los Estados Unidos y otras potencias, así como la ofensiva y los intentos de sabotaje de los inversionistas extranjeros. Pero de igual manera, ha tenido que lidiar con la resistencia de la oligarquía venezolana, que en forma sistemática acude no sólo al sabotaje económico sino también al golpe de estado, así como al terrorismo y la violencia abierta contra el gobierno y otras instituciones estatales. Durante tres lustros continuos de gobierno, el chavismo le ha propiciado derrotas políticas y electorales contundentes a la burguesía venezolana, lo que unido a la recuperación estatal de la renta petrolera, la expropiación de sectores importantes de la economía y las políticas de reforma agraria, ha significado un debilitamiento sustancial de los factores reales de poder del establecimiento burgués y oligárquico. Sin embargo, ello está aún lejos de constituir una derrota histórica y definitiva de la burguesía venezolana. Chávez lo sabía, y por experiencia propia sus herederos políticos lo saben también. El triunfo obtenido por los partidos de la derecha en las elecciones para la Asamblea Nacional Legislativa de 2015, así como el apoyo que suscita entre las burguesías de la región, de Norteamérica y Europa, ponen de presente que la burguesía venezolana no se ha dado por vencida y que está dispuesta a participar de futuras batallas por el control definitivo del Estado y la economía de ese país. Y en este empeño ha contado y cuenta con el apoyo irrestricto de los gobiernos de EEUU, que tampoco se resigna a perder la fuente de
hidrocarburos más importante en esta parte del mundo, ni a tolerar otro experimento revolucionario en el continente.
Desde la llegada de Maduro a la presidencia el chavismo enfrenta un desafío frontal y violento de la burguesía local, con el propósito manifiesto de desalojarlo del gobierno y de todas las instituciones centrales del Estado con el fin de restaurar el orden oligárquico subvertido desde la llegada de Chávez al gobierno.
Frente a esa arremetida, el chavismo no ha hecho sino defenderse, como lo haría cualquier gobierno legítimo, elegido democráticamente. A diferencia del Dilma y el PT en Brasil, los chavistas no capitularon, por el contrario, le han hecho frente a la ofensiva restauradora convocando a las masas a la movilización en defensa del gobierno y las conquistas de la revolución. La decisión del presidente Maduro de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente como escenario de diálogo y paz y como alternativa política e institucional a la crisis, le permitió al chavismo retomar la iniciativa y recuperar el control pleno de la situación política, tras haber resistido durante varios meses la más feroz escalada de violencia y terror por parte de la derecha. Una audaz movida táctica que puso a los chavistas en posibilidad de recuperar parte del apoyo de masas perdido por efectos de la crisis económica y los errores cometidos, con lo cual ha comenzado a gestarse nuevamente un cambio de la correlación interna de fuerzas a favor de la revolución.
Es cierto que el chavismo ha obtenido un triunfo transitorio al lograr desactivar la escalada violenta y terrorista y doblegar la intentona golpista y destituyente de la derecha, cuyos partidos, en su gran mayoría, han aceptado participar de las próximas elecciones para alcaldes y gobernadores convocadas por el gobierno que han pretendido derrocar. Con todo, los riesgos de una contraofensiva burguesa aún permanecen. La derecha local continúa activando sus relaciones internacionales con los gobiernos y partidos de la burguesía tanto de Europa como de Norteamérica, buscando apoyos y respaldos para sus planes de desestabilización mientras prepara una nueva contraofensiva. Particularmente preocupantes son las recientes amenazas del presidente de los EEUU de no descartar una operación militar contra Venezuela. Aunque una acción de esta naturaleza no aparezca viable en lo inmediato, sería un error desestimarla. Por tal razón, Venezuela y el chavismo requieren hoy de la más amplia y efectiva solidaridad del movimiento obrero y la izquierda mundial contra la intervención militar y la agresión económica y financiera de los EEUU.
Ahora bien. La izquierda marxista del continente, así como el chavismo, tendrán que admitir y reconocer, con sentido autocrítico, que la escalada de la derecha durante el gobierno de Maduro se debe en buena parte a los desaciertos y equivocaciones en que ha incurrido la dirección chavista durante todo el período revolucionario, mismas que son el producto de las vacilaciones y tardanzas en tomar decisiones fundamentales sobre el rumbo de la revolución, particularmente en cuanto se refiere a dos asuntos esenciales para la suerte del proceso; en primer lugar, la necesidad de haber adoptado un plan económico estratégico complementario de la nacionalización de la renta petrolera, que asegure el monopolio estatal de los sectores claves de la economía (comercio exterior y sector financiero), resuelva el abastecimiento alimentario de la población y diversifique la producción interna, buscando la superación progresiva del modelo rentista de la economía, y en segundo lugar, la creación de las condiciones políticas que propicien la presencia cada vez mayor de los trabajadores y el pueblo en el ejercicio directo del poder, como actores y sujetos insustituibles en la transformación de las estructuras económicas, sociales y políticas de la nación. La percepción que existe es que la revolución no ha podido hallar aún la vía que la conduzca definitivamente por la senda de la transición socialista, y tal dificultad es consecuencia del hecho de que la dirección chavista haya carecido, aún desde las épocas de Chávez, de un planteamiento estratégico definido sobre las implicaciones de la transición socialista en un país como Venezuela, que gravita en la periferia capitalista, rentista y mono-exportador. Los chavistas han querido suplir esta carencia con un voluntarismo político y justiciero hacia las masas, apoyado en el poder de disposición que han tenido de la renta petrolera, y basados en la convicción propia y a la vez inculcada a las masas de ser protagonistas de una revolución que habrá de llevarlos al socialismo. Pero la contraofensiva de la burguesía y el imperialismo se ha encargado de poner al desnudo que eso no es suficiente, y que las revoluciones una vez iniciadas se tienen que llevar a término, so pena de sucumbir a la traición o a la derrota. En Venezuela se está justamente en ese punto: o el chavismo define y asume el rumbo de la transición socialista de la revolución que ha iniciado, o lo que sobreviene es la desnaturalización de ese proceso y la restauración conservadora del orden oligárquico de la mano de la burguesía y el imperialismo. Por eso, para el chavismo y el futuro de la revolución es de vida o muerte clarificar y definir de una vez por todas, el destino del proceso revolucionario ya iniciado.
En este contexto cobra importancia y valor estratégico la Asamblea Nacional Constituyente elegida el pasado 30 de julio. De origen constitucional, fue convocada por el presidente Maduro y respaldada por
más de ocho millones de ciudadanos, lo que habla de su legitimidad. Los 545 miembros que la conforman fueron elegidos en representación de circunscripciones territoriales y sectoriales, con lo que el gobierno tuvo el cuidado de asegurar que la Asamblea no sólo fuera representativa de todo el territorio nacional sino también democrática y popular por su composición social, al garantizar la representación de la amplia gama de sectores sociales que expresan y constituyen el pueblo como sujeto histórico de la revolución: comuneros, trabajadores asalariados, campesinos, indígenas, estudiantes, pensionados, artesanos, pequeños y medianos empresarios, etc. Como expresión de la voluntad del constituyente primario, la Asamblea cuenta con plenos poderes para aprobar y promulgar una nueva constitución política, así como para legislar sobre la situación del país con el fin de superar la actual crisis social, política y económica de la nación. Por su composición social y política, por su naturaleza, facultades y competencias, está llamada pues a convertirse en el órgano político e institucional apropiado para que el chavismo replantee el curso de la revolución, particularmente en lo que tiene que ver con la adopción de una estrategia que asegure condiciones para que el proceso tome el rumbo de la transición socialista.
A un mes escaso de haber sido instalada y empezado a sesionar, la Asamblea se ha hecho reconocer por los poderes constituidos como órgano soberano y expresión máxima de la voluntad popular. Con excepción de la Asamblea Nacional Legislativa, controlada por la derecha, el resto de las instituciones centrales del Estado han acudido ante ella para reconocer su supremacía. Ha tomado, así mismo, decisiones encaminadas a conjurar la crisis política e institucional, enfrentar la violencia y garantizar la paz. Y para hacerle frente a la crisis social y económica, ha decidido convocar al Consejo Nacional de Economía para tomar medidas encaminadas a enfrentar en lo inmediato la escasez de alimentos y medicinas. De igual manera ha convocado a un diálogo nacional al empresariado privado, estatal y comunal para debatir las bases de lo que podría ser un modelo económico en el que puedan coexistir las tres formas de propiedad. Aunque está en la agenda de la Asamblea, sigue pendiente la decisión que ésta pueda tomar en relación con el diseño institucional del Estado comunal y el tránsito hacia el mismo, como lo reclama un amplio sector del chavismo.
Dada pues la magnitud de la tarea que enfrenta, la Asamblea Nacional Constituyente tiene el reto de erigirse en el factor histórico y político determinante de la revolución bolivariana. Corre igualmente el riesgo de devenir en un órgano institucional más. Para lograr lo primero y evitar lo segundo será decisivo la capacidad que tengan los chavistas de
reconquistar el respaldo de las masas que tradicionalmente los ha acompañado y evitar que la burguesía retome la iniciativa política y se apodere la situación. Para ello es urgente e inaplazable la adopción inmediata de medidas de orden económico que eviten la catástrofe, resolviendo los problemas de escasez alimentaria y atención médica de la población. Superada la insurrección armada de la derecha, será preciso igualmente que el chavismo y la Asamblea restablezca los espacios democráticos de debate y acción política entre las diferentes corrientes que le apuestan al triunfo de la revolución desde otras opciones y con otros criterios. Recuperar el debate de ideas y opciones entre diferentes fracciones y tendencias le hace bien al proceso, y antes que debilitar la revolución la enriquecen y la fortalecen. Es además una buena manera de evitar los riesgos autoritarios, burocráticos y estalinistas que suelen gravitar sobre estos procesos.
La izquierda marxista tiene que admitir que la revolución bolivariana representa un proceso con características y ritmos propios e inéditos, cuyas transformaciones en la economía, la sociedad y el Estado han seguido dinámicas y velocidades desiguales entre sí, y diferentes a la vez a las de otras revoluciones, y todo ello determina que su rumbo hacia la transición socialista sea igualmente propio. A diferencia de lo que fue la experiencia del siglo pasado, cuando la mayoría de las revoluciones triunfantes daban a luz casi a un mismo tiempo rupturas revolucionarias en las estructuras sociales, políticas y económicas, la experiencia reciente de América Latina podría estar enseñando la existencia de procesos diferenciados y más dilatados en el cumplimiento de sus propósitos y metas básicas. Tal es lo que se desprende no sólo de la experiencia de Venezuela y Bolivia, sino incluso de la cubana, cuando hoy la dirección política de esta revolución se formula serios replanteamientos luego de un avanzado período de transición postcapitalista.
A la revolución bolivariana le cabe el mérito de haberle dado actualidad a los temas estratégicos debatidos por los marxistas desde el triunfo de la revolución rusa, hace cien años. Pues bien, de cara a la revolución bolivariana y al centenario de la revolución rusa, asumamos de nuevo este debate, con altura y creatividad, sin sectarismos ni dogmatismos, pero igualmente sin proclividades ni seguidismos acríticos. La mejor forma de defender hoy la revolución bolivariana y al chavismo es dialogando con ellos a partir de la crítica sincera y fraternal.
Red Socialista de Colombia
Medellín, septiembre 15 de 2017.