“No tiene importancia lo que yo pienso sobre Mafalda. Lo importante es lo que Mafalda piensa sobre mí”. Así dicen que dijo un día Julio Cortázar al ser entrevistado sobre la entrañable niña pacifista, contestataria, beatlemaníaca y revolucionaria que aunque nació hace cinco décadas y media, siempre ha tenido seis años y es fruto de la imaginación del dibujante argentino Joaquín Lavado “Quino”. El caricaturista, que falleció este miércoles 30 de septiembre a los 88 años de edad en Buenos Aires, trascendió a la inmortalidad con sus historias gráficas protagonizadas por Mafalda y su universo, con las cuales, en la efervescencia de los 60 tuvo la osadía de decirle al mundo unas cuantas verdades. 

Quienes conocen a Mafalda entienden cabalmente la perla de Cortázar. Entre 1964 y 1973, en 1.928 historietas, la pequeña rebelde opinó sobre todo y sobre todos. No hubo tema de actualidad o dilema humano que no fuera abordado por ella desde su perspectiva infantil, femenina e inconforme, bien sea desde la dureza de lo frontal, o peor, desde metáforas aún más lacerantes. Su homilía fue mordaz y descarnada, pero, niña al fin, eso no le privó de su cualidad principal: la ternura.

Hablar de Quino es hablar de Mafalda y viceversa, así que si comenzamos por su creador, nació en la ciudad argentina de Mendoza el 17 de julio de 1932 en el seno de una familia de inmigrantes andaluces. A los 15 años ya había perdido a su madre y a su padre, así que terminó de crecer junto a un tío que también era su tocayo, quien además era pintor. Con él se adentró en un mundo por el cual sentía fascinación desde pequeño y que además era el escape perfecto para un adolescente huérfano: el de las artes visuales y el dibujo. De hecho, decidido a asumirlo como forma de vida, emprendió estudios formales en la disciplina pero los abandonó al poco tiempo porque sentía que lo forzaban a la creación academicista y lo que él se figuraba del arte era muy distinto. 

Con eso en mente, Quino, con 18 años, se mudó a Buenos Aires y comenzó a buscar trabajo en periódicos y revistas, ofreciéndose como caricaturista. A los 22, en 1954, logró publicar su primer dibujo en la revista Esto es. Así fue labrando una fama más o menos modesta que le permitía ganarse la vida, y en ese plan, viviendo en pensiones y tratando de proveerse el pan saltando del humor gráfico a las viñetas políticas, transcurrió una década completa hasta que se tropezó con Mafalda y cambió su vida. Era 1964. 

56 años de “Quinoterapia”
Bueno, en realidad el parto de Mafalda a manos de Quino y sus lápices fue en 1963. Era el año del primer disco de los Beatles; del asesinato de John F. Kennedy; del viaje al espacio de la primera mujer cosmonauta, Valentina Tereshkova; del discurso I have a dream, de Martin Luther King; en Argentina el tiempo de la resistencia peronista debido a la prohibición del movimiento; y en Venezuela del triunfo de Raúl Leoni y de la guerrilla combatiendo a todo fragor.

Fue también en el año en el cual le ofrecieron a Quino dibujar una campaña publicitaria para la línea de electrodomésticos Mansfield. El marco general de la solicitud era sencillo: contar la historia de una familia de clase media argentina con una protagonista cuyo nombre debía comenzar por la sílaba “Ma”. El dibujante comenzó a rayar papeles y para el nombre recordó el de uno de los personajes de la película argentina Dar la cara, llamada Mafalda. Ella sería la figurante principal de la propuesta, que curiosamente no era la mamá de la familia, usuaria principal de aparatos de naturaleza doméstica, sino la pequeña y curiosa hija de la pareja. 

Quino dibujó a Mafalda por primera vez en 1963

Para suerte de Mafalda, la campaña no se llegó a publicar. Los dibujos estuvieron engavetados por un año hasta que, ahora sí, en 1964 el autor recibió una oferta para publicar caricaturas en la revista Primera Plana. Buscando qué mostrarles de nuevo recordó que tenía ese material inédito, y así, el 29 de septiembre de ese año por primera vez, la niña que hoy es ícono de Argentina junto a Maradonna y Gardel, por primera vez estuvo en manos de la audiencia lectora. Y, como se suele decir en este punto de los relatos épicos, lo demás es historia. 

Las tiras de Mafalda han sido traducida a más de 20 idiomas, y existen aproximadamente 10 libros con recopilaciones. La caricatura pasó de ser un fenómeno editorial, e incluso artístico, para adentrarse en el terreno de lo social. Se le han hecho exposiciones conmemorativas en grandes salas, en Buenos Aires hay dos plazas dedicadas a homenajearla, se le han hecho películas, la historieta se ha animado y transmitido en televisión, se convirtió en un videojuego educativo y hasta sus libros fueron incluidos en el Plan Nacional de Lectura de su país natal. A propósito de la muerte de Quino circuló sin piedad vía whatsapp y otras aplicaciones de mensajería instantánea su libro Toda Mafalda, y la fiebre por sus historias, que trasciende generaciones, luce muy lejos de extinguirse.

“Paren al mundo que me quiero bajar”, una de sus frases atribuidas más famosas, es apócrifa, denunció siempre el propio Quino. “Yo jamás hubiera puesto en boca de Mafalda esa frase, porque Mafalda no quiere que el mundo pare y ella bajarse. Ella quiere que el mundo mejore”, cita BBC a Quino. 

Quino logró fama mundial gracias a la mordacidad de Mafalda

Empero, muchas otras citas que sí son genuinas de su evangelio están tatuadas en el corazón de su lectoría. “Resulta que si uno no se apura a cambiar al mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno”, “Ya que es tanto lío cambiar las estructuras ¿no se podrá por lo menos darles una pintadita? “, “El mundo está malo, le duele el Asia”, son algunos de sus clamores. 

El escritor y filósofo italiano Humberto Eco comentó en cierta oportunidad: “Puesto que nuestros hijos se preparan para ser, por elección nuestra, una multitud de Mafaldas, no será imprudente tratar a Mafalda con el respeto que merece un personaje real”.

Gabriel García Márquez también opinó sobre la caricatura: “Después de leer a Mafalda me di cuenta de que lo que te aproxima más a la felicidad es la quinoterapia”.

Su clan reproduce los estereotipos argentinos de la clase media

Redescubriendo a Mafalda

Ya sabemos que odia la sopa, que su hermanito se llama Guille y que el resto de su clan está conformado por Manolito, con sus sueños de ser millonario como “Roque Féler”; Susanita, cuya máxima aspiración es casarse y ser mamá; Felipe, el pesimista; Miguelito, el filosófico; Libertad, la más rebelde; y la mascota Burocracia, una tortuga que camina tan rápido como su nombre lo indica.

Otros datos no tan conocidos sobre Mafalda son las alegorías que hace a la vida real de Quino y su entorno. Por ejemplo, de haber existido en realidad, la niña y su creador serían vecinos ya que ambos vivían en edificios del sector San Telmo de Buenos Aires, mismo donde hoy una instalación escultórica con la niña y dos de sus amigos es lugar de peregrinación de fanáticos de todo el mundo.

También que el personaje de Felipe es al calco el de un amigo de Quino, el periodista de Prensa Latina Jorge Tinossi. Tan obvio era el parecido que el dibujante no tuvo que decirle nada para que el aludido se diera cuenta. Al ver la caricatura, desde Chile, donde vivía, Timossi le envió una carta a Quino que sólo decía “Confiesa, hijo de puta”, misiva que el dibujante solo contestó con otra frase, proferida por el propio personaje de Felipito “Justo a mí me tenía que tocar ser yo”.

Quino logró fama mundial gracias a la mordacidad de Mafalda

Otro aspecto que únicamente los eruditos en Mafalda conocen son sus alegorías. Por ejemplo, la aversión de la niña por la sopa es una metáfora que habla de la aversión de Quino al militarismo. La caricatura nació en la peor época represiva para Argentina, para gran parte de América Latina e incluso para España, con Francisco Franco en el poder. “Yo nací con autocensura”, decía el propio Quino, quien providencialmente dejó de dibujar a Mafalda tres años antes del golpe de Estado de 1976 que formaba parte del Plan Cóndor, con el cual Estados Unidos instaló en el continente gobiernos lacayos para blindar la sumisión de la región en el marco de la guerra fría. A Argentina le tocó la oscura dictadura militar de Jorge Rafael Videla frente a la cual Quino decidió exiliarse en Italia. 

De hecho, interrogado sobre sus predicciones al respecto de una Mafalda adulta, Quino solía decir que nunca habría llegado a tal edad porque Mafalda, dada su rebeldía, hubiese sido una de las miles de desaparecidas por el terrorismo de Estado. 

En Europa Quino siguió dibujando. Del 76 son sus libros Yo que usted y ¡No me grite!. Otras recopilaciones son Ni arte ni parte (1981), Gente en su sitio (1986), Potentes, prepotentes e impotentes (1989), Yo no fui (1994), La aventura de comer (2007) y ¿Quién anda ahí? (2012).

Pero ninguna de sus obras superó en fama a Mafalda, de quien no hubo nuevas viñetas. Eso no importó porque las existentes fueron suficientes para inmortalizar a ambos personajes, igualmente extraordinarios: el dibujante y su dibujo, el artista y su alter ego, el padre y la hija (¿En esta historia quién necesita un espíritu santo?).