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 Estalisnao Cantos

El reciente informe del IPCC no deja lugar a dudas: “es inequívoco que la influencia humana ha calentado la atmósfera, el océano y la tierra”. Es más, según las filtraciones del borrador del documento del grupo III, se llega a afirmar que el sistema capitalista es el responsable directo de dicho cambio. Pues bien, en este artículo voy a tratar de hablar de cuáles serían los retos para la transición y, además, por qué la transición debe ser planificada y ecosocialista y no bajo una dinámica de mercado.

¿Cuáles son los retos para la transición?

En general, hablar de transición ecosocial y hablar de transición energética en sentido amplio no son sinónimos, pero casi. La transición energética,  lejos de lo que se suele pensar, va mucho más allá del sistema eléctrico: el 77% de la energía final consumida es distinta de la electricidad. Por ello, una transición energética hacia un modelo completamente sostenible implica un cambio muy profundo del conjunto de las estructuras y dinámicas sociales.

Al margen de consideraciones de tipo político, se pueden identificar cuatro grandes retos para esa transición, ya sea desde una perspectiva neoliberal, social-liberal o ecosocialista:

1- El agotamiento de los combustibles fósiles

Que los combustibles fósiles se van a agotar es un hecho dado el carácter finito de nuestro planeta. Pero en realidad, el problema inminente no es tanto que se agoten como que la oferta no sea capaz de suplir la demanda. Al desequilibrarse la oferta y la demanda, suben los precios y eso es precisamente lo que está empezando a ocurrir.

Por otra parte, si la oferta no satisface la demanda, entonces, con el petróleo disponible hay que decidir para qué hay y para qué no. En este punto, el gran problema del sistema capitalista es que la decisión final no es fruto de una deliberación democrática, sino de una imposición vía precio cuando no de una imposición militar. Y al margen de la profunda crisis en la que puede entrar la economía mundial, recordemos que para fabricar las fuentes renovables se sigue necesitando quemar fósiles.

2- Los materiales para la transición

Según el informe de la Agencia Internacional de la Energía, para llevar a cabo la transición (su modelo de transición), en 2040 la cantidad de materiales escasos a emplear será ingente. Pero de todos los materiales que se requieren, los destinados a los coches y las baterías supondrían en torno al 45%. Igualmente, la red eléctrica consumiría el 35% de los materiales, pero también es cierto que sin electrificar toda la flota de vehículos no sería necesario aumentar la red eléctrica en tan gran escala. Aunque los aerogeneradores requieren de algunas tierras, no así la fotovoltaica basada en silicio, parece que los materiales no tendrían por qué ser un mayor problema si la transición llevada a cabo es de tipo ecosocial y comedida. El problema vendrá si se quiere mantener el estándar de consumo actual.

3- El almacenamiento

El almacenamiento es de las cuestiones más estratégicas en el ámbito de la energía en el medio plazo, porque, en última instancia, es lo que va a marcar la disponibilidad energética. Las distintas tecnologías renovables se complementan entre sí, pero aún así habrá huecos por la noche y en invierno que deberán ser cubiertos: bien quemando fósiles, aprovechando la energía almacenada en las horas de excedente o bien racionalizando la energía; o, lo que es lo mismo, asumiendo que haya cortes.  Si el almacenamiento está en manos públicas, podrá ser gestionado de forma democrática, pero si está en manos privadas, será una gran fuente de lucro para una minoría y de privación de derechos básicos para la mayoría. Por eso es tan importante la creación de una empresa pública que gestione el almacenamiento.

El gran problema es que el almacenamiento de energía no es fácil de conseguir. Y cuanto más consumo haya, mayor será la necesidad de almacenamiento. Por tanto, si se quiere un escenario 100% renovable, es imperativo reducir el consumo de forma drástica.

4- La electrificación de los consumos

El cuarto de los grandes retos es la cuestión de la electrificación. Del actual consumo energético final en el Estado español, sólo el 23% es electricidad y el 7% renovable directa. Esto quiere decir que el otro 70% procedente de fuentes fósiles, principalmente derivados del petróleo y gas, hay que hacerlo renovable. Y eso implica electrificar los consumos (por ejemplo, el coche eléctrico), emplear renovables directas (por ejemplo, los viejos molinos para moler el trigo), y reducir el consumo energético de esos sectores.

Aquí el problema es que ni todos los procesos son electrificables (o al menos no son sencillos de electrificar) ni tampoco es posible emplear renovables directas en muchas ocasiones. Por ello, cuando se habla de un escenario 100% renovable, aun con propuestas de reducciones drásticas de consumo energético, es mucho más fácil enunciarlo que ponerlo en práctica.

¿Cuál es el modelo de transición actual?

La principal característica del modelo de transición que se está llevando a cabo es que sigue la dinámica de mercado. El Estado deja hacer a las entidades privadas, que ven en la transición un gran nicho para hacer negocio a nuestra costa. Pero otro problema aún más crucial es que, lejos de ser una transición medianamente ordenada, en la que a cada apagón fósil le acompaña un encendido simultáneo renovable, será una transición completamente caótica. Dado que bajo el sistema de mercado el mecanismo de ajuste entre oferta y demanda es vía precio, cuando se rompa ese equilibrio en la sustitución de fósiles por renovables, los precios de la energía se van a disparar, impactando en el conjunto del sistema económico.

Así, una transición bajo dinámica de mercado será caótica, generará grandes sufrimientos sociales y probablemente desencadenará una conflictividad e inestabilidad política global.

Entonces, ¿qué transición y por qué?

Frente a una transición caótica, injusta y generadora de desigualdades, necesitamos una transición planificada, porque es la única forma de garantizar que sea efectiva, además de justa y democrática. Modelos de transición planificada puede haber muchos, pero la propuesta que se defiende aquí es una combinación pública y comunitaria. La parte pública es fundamental porque hay una serie de infraestructuras que tiene que garantizar el Estado y, en especial, todo lo que tiene que ver con la distribución, el almacenamiento o la garantía en el suministro. Por otra parte, la titularidad comunitaria es imprescindible para garantizar la soberanía energética de las comunidades con la suficiente autonomía respecto a los vaivenes del mercado o del Estado. Previene frente a movimientos especulativos o futuras privatizaciones, además de permitir una gestión democrática y más cercana al territorio.

No obstante, y dados los retos expuestos, dos cosas se deben hacer a la vez y además rápido: instalar renovables masivamente y reducir el consumo energético drásticamente. Incluso en un escenario de reducción del consumo del 70%, la fotovoltaica en tejados sólo cubriría del orden del 40% del total de fotovoltaica que habría que instalar en ese escenario de reducción extrema, la eólica habría que multiplicarla por 2, la solar térmica por 5 o por 6… Es muchísima la potencia renovable que aún faltaría por instalar.

Siendo conscientes de que reducción va a haber sí o sí, ya sea por un acto consciente, ya sea por el agotamiento de los combustibles fósiles, o ya sea porque no existan suficientes materiales, la decisión de época es si el mecanismo de reducción va a ser vía mercado o vía planificación democrática. Bajo la vía de mercado será un sálvese quien pueda, bajo la vía de la planificación democrática, podrá ser un aterrizaje lo más suave e igualitario posible. Primero deberán reducir su consumo las actividades que más derrochan, pero sobre todo, los fuertes descensos en el consumo energético se van a producir mediante cambios sistémicos en nuestro modelo de vida como el modelo productivo o el modelo de ciudad. Además, si hay escasez energética, habrá que prepararse para racionalizarla bajo criterios como el establecimiento de un consumo máximo por actividades y/o por habitantes.

La tarea a realizar es realmente épica teniendo en cuenta que, durante lo más duro del confinamiento, tan sólo se consiguió reducir el consumo energético en torno al 30%. Llevar a cabo el gran reto que tenemos como sociedad implica no sólo una socialización del sistema eléctrico y energético, implica la socialización del conjunto de actividades económicas productivas y reproductivas.

Estanislao Cantos es ingeniero aeronáutico y miembro del Área de Ecología de Anticapitalistas

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