En la década de los años ochenta fuimos muchísimos los hombres y mujeres que viajamos a Nicaragua para vivir su revolución con la mayor intensidad. Tuvimos la gran suerte de estar allí. Era como un tren que pasa una vez en la vida y decidimos subirnos a él para contribuir a un pequeño y valiente país y para regalarnos la oportunidad de ser mejores. Participamos en cruzadas y campañas, recorrimos ciudades y montañas, hicimos amistades imborrables, aportamos y sobre todo aprendimos.