M.P.M. (Arenas)
Bandera Roja, enero, febrero y marzo de 1977
El III Pleno Ampliado del Comité Central del Partido ha estudiado en profundidad y ha dado
una justa solución a la cuestión de los métodos de lucha que corresponde aplicar en las condiciones económicas y políticas de nuestro país. En relación con este mismo problema, he aquí lo que escribió Lenin en 1906: En el momento actual, la socialdemocracia europea considera el parlamentarismo y el movimiento sindical como las formas de lucha principales; en el pasado admitía la insurrección y está muy dispuesta a admitirla en el porvenir si cambia la coyuntura, pese a la opinión de los burgueses liberales (1).
Para nuestro Partido, ese futuro a que se refiere Lenin ya ha llegado, y esto es así por cuanto, dado el grado de concentración económica y reacción política alcanzado por el capitalismo, dada la agudización de todas sus contradicciones y de la lucha de clases, el grado de decadencia y militarismo alcanzado por este sistema, se hace hoy imposible combatirlo con los métodos parlamentarios y sindicales, propios de otra época. Por este motivo, nuestro Partido reconoce en la insurrección, en la resistencia activa de las masas a la represión fascista y en la lucha armada revolucionaria el principal método de lucha que ha de aplicarse en estos momentos en nuestro país.
Como se comprenderá, ésta es una cuestión de la mayor importancia y debe ser ampliamente debatida en el Partido y entre las masas. Para nosotros no es un tema nuevo, pero sí podemos decir que es ahora, sobre la base de las experiencias, cuando estamos en mejores condiciones para tratarlo en toda su extensión y para hacerlo comprender mejor. De pasada, hemos de decir que también los oportunistas, sobre todo los de izquierda, han venido tratándolo a su modo; es decir, prescindiendo de todo principio, recurriendo a procedimientos deshonestos, empleando fórmulas muertas en algunos casos o sirviéndose de experiencias revolucionarias de otros países que no son validas para el nuestro. Tal ha sucedido con las experiencias de la revolución china, con la lucha antimperialista, etc. Para nosotros está muy claro que eso lo han hecho los oportunistas con el solo objeto de confundir y justificarse ante los ingenuos, para aparecer como lo que no han sido ni serán jamás la mayor parte de ellos.
A los oportunistas, sólo el pensar en el duro camino revolucionario y en los sacrificios que impone siempre la lucha, sólo la perspectiva de tener que empuñar algún día las armas, les hace temblar de miedo. Para ellos todo el problema se reduce a como engañar mejor a las masas, a como vivir a su costa, sin arriesgar lo mas mínimo su pellejo ni su cómoda posición social, a cómo atacar a los verdaderos comunistas marxistas-leninistas y otros antifascistas revolucionarios que se atreven a luchar, que lo dan todo por el pueblo y que prefieren morir luchando antes que vivir arrastrados. Estos heroicos luchadores tienen todo nuestro apoyo, a ellos nos unimos y sin duda alcanzaremos juntos la victoria.
I
En su célebre introducción a la obra de Marx La lucha de clases en Francia, Engels expone y somete a una crítica rigurosa los viejos puntos de vista, que él compartía con Marx, acerca de las condiciones en que tendría lugar la revolución proletaria y los métodos de lucha correspondientes a la misma. Este trabajo de Engels es de un gran valor para nosotros y debe ser estudiado por todos los camaradas con atención. Engels escribió en 1895: El método de lucha de 1848 está hoy anticuado en todos los aspectos (2). El método a que se refiere Engels es el de la insurrección de una minoría activa que arrastra tras de sí a la mayoría de la población y, con su apoyo, se hace con el poder. Este método fue empleado por la revolución burguesa, y todavía por entonces, como es lógico, se hallaba muy en boga entre los combatientes proletarios de primera fila.
La base de este problema se halla en las condiciones materiales de la sociedad. Marx y Engels, en un principio, esperaban que una nueva crisis económica como las que habían estallado en períodos anteriores, y que había facilitado a la burguesía hacerse con el poder, haría posible, de manera parecida, el triunfo de la revolución proletaria. Por entonces llegaba a su fin la época de las revoluciones burguesas y el proletariado aparecía como la nueva clase ascendente. De ahí que fuera fácil pensar que la nueva crisis traería consigo la revolución y el triunfo del proletariado. Pero, tal como señala Engels, esa apariencia no correspondía a la realidad. Aunque continuaron sucediéndose las crisis cíclicas de superproducción, inherentes al capitalismo, se demostró que éste tenía por delante un largo período de desarrollo y expansión por todo el mundo. La época de las revoluciones burguesas había terminado, pero todavía no habían madurado las condiciones para el triunfo de la revolución proletaria, y este hecho habría de modificar profundamente los métodos de lucha y de preparación del proletariado para hacer su revolución.
En aquellas condiciones de consolidación del régimen burgués y de desarrollo relativamente pacífico del capitalismo, el proletariado va experimentando nuevas formas de lucha. Poco a poco van abandonándose las intentonas insurreccionales y se comienza a emplear la legalidad burguesa, la lucha electoral, el parlamento burgués, los sindicatos, las cooperativas, etc. Con este eficaz empleo del sufragio universal -escribía Engels- entraba en acción un método de lucha del proletariado totalmente nuevo, método de lucha que se siguió desarrollando rápidamente. Se vio que las instituciones estatales en las que se organiza la dominación de la burguesía ofrecen nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra estas mismas instituciones (3).
Los oportunistas han deformado, antes y ahora, estas claras enseñanzas del marxismo, intentando presentar la cosa de manera que se crea que se llegará al socialismo a través de las instituciones burguesas, sin destruirlas y pacíficamente. Además, ellos no distinguen entre una época y otra radicalmente distintas, como por ejemplo la época en que todavía era posible emplear las instituciones burguesas para luchar contra estas mismas instituciones, y la época en que tal posibilidad es mínima, debido al nuevo carácter, profundamente reaccionario, que estas instituciones han adquirido bajo el capitalismo monopolista de Estado. Debido a ese nuevo carácter reaccionario que ha tomado el régimen burgués, a la burguesía monopolista ya no le preocupa hoy tanto como en el pasado el empleo por la clase obrera de su propia legalidad y, por el contrario, procura que las masas y los revolucionarios se metan en ella para tenerlos bien sujetos y atrapados, a fin de que no puedan poner en peligro su sistema y su dominación. Engels previó esta situación. Era consciente de que las condiciones tendrían que cambiar de nuevo, y de hecho, ya por entonces, la burguesía comenzaba a dar claras muestras de su gran preocupación por los progresos realizados por el proletariado en base a la utilización de su propia legalidad, y comenzaba a exclamar contra esa misma legalidad y a tomar medidas restrictivas, represivas y dictatoriales contra las masas y los avances pacíficos de su movimiento político. A la postre -decía Engels- no tendrán más remedio que romper ellos mismos esta legalidad. Pero si ustedes violan la Constitución del Reich -prosigue más adelante- la socialdemocracia queda en libertad y puede hacer y dejar de hacer con respecto a ustedes lo que quiera (4). Como puede verse, Engels no se hacía la más mínima ilusión respecto a la legalidad burguesa, y del mismo modo que reconocía las posibilidades que esa legalidad ofrecía en otro tiempo a la clase obrera para organizarse y hacer avanzar su movimiento con los métodos pacíficos, no dudó en alertar sobre los peligros de reacción, de retorno al absolutismo, a la dictadura del gran capital, e hizo llamamientos para enfrentarse resueltamente a la nueva situación.
Engels sabía, como gran dialéctico materialista, que aquella situación política de que gozaba la clase obrera tendría que cambiar, y de hecho ya a finales del siglo XIX, con la aparición del monopolismo, comenzaba a cambiar en el sentido reaccionario. La comprobación de esta realidad hacía exclamar a Engels: Otra vez está el mundo del revés. Y efectivamente, el mundo y la sociedad no siguen en su desarrollo un camino recto, sino en zig-zag, dando vueltas y revueltas. Los oportunistas se imaginan que de la democracia burguesa no puede haber marcha atrás y otras tonterías por el estilo que no se corresponden en absoluto con la realidad. También piensan que el movimiento obrero se impondrá pacíficamente, sin encontrar ninguna resistencia, y que así, en paz y armonía, llegaremos todos al socialismo, incluidos los explotadores, que dejarán de serlo por la presión de la mayoría, etc., etc. Otro ejemplo que suelen poner es la democracia de los países europeos, e incluso van mucho más lejos cuando señalan la evolución hacia la democracia de la oligarquía monopolista española. ¿Es que acaso otra vez el mundo se ha puesto del revés en el sentido contrario al que señalaba Engels? ¿Acaso estamos de vuelta del nazi-fascismo y de todos los demás regímenes que les apoyaron? No. Esa vuelta no la da la historia, lo mismo que no puede hoy la sociedad retornar al régimen económico de la libre competencia. La vuelta se da en otro sentido; por ejemplo: en un principio, la burguesía era revolucionaria, mientras que en la actualidad es la clase reaccionaria por excelencia, que se opone a la revolución y al progreso. Aquí sí que se ha producido una vuelta y se ha producido, precisamente, porque la historia no se detiene y marcha a favor del proletariado. Esto es lo que ha obligado a la burguesía a dar marcha atrás, a eliminar su constitución progresista y a declarar la guerra a la democracia y a la clase obrera.
Bastaría con hacer una comparación entre las primeras constituciones políticas burguesas y la legislación política de nuestros días, para darse cuenta perfectamente de lo que queda de aquella democracia en los Estados capitalistas. Pero, para no ir más lejos, es suficiente con una comparación: el régimen político de la II República y la nueva democracia a la española que el capital monopolista intenta imponer y hacer acatar en España. Como es sabido, la II República nació de la lucha de las masas populares contra el absolutismo monárquico y sobre la base de sus organizaciones, partidos y sindicatos independientes, sobre la base de la lucha de clases y las libertades conquistadas por las masas al precio de riadas de sangre. Esas conquistas supusieron un paso adelante en el largo camino de la emancipación total de la clase obrera y otros sectores populares, mientras que lo actual, la llamada constitución que nos quieren ahora hacer tragar, nace de una contrarrevolución, de la liquidación de las conquistas populares, de más de 40 años de opresión y explotación sin límites, y está destinada a legalizar y perpetuar esa contrarrevolución.
Mirándolo bien, ese viraje que ha dado tiempo atrás la historia política, esa marcha atrás de los regímenes políticos burgueses, no supone ninguna fatalidad, siempre y cuando que la clase obrera sea consciente de la situación y renueve también sus métodos de lucha, pues en realidad, tal como apuntó Engels, eso significa que las condiciones han madurado para el desarrollo de la lucha armada de masas y para su triunfo sobre la burguesía monopolista, que el comunismo se ve también desligado de todo compromiso respecto a la burguesía y puede hacer y dejar de hacer respecto a ella lo que quiera. Esto significa, finalmente, que las condiciones han madurado para la vuelta a los métodos de lucha no legales ni pacíficos, y que, como queda dicho, ahora no se trata de una minoría, sino la gran masa del pueblo la que está interesada y se irá incorporando al combate.
II
Según venimos viendo, todo lo que no sea predicar el pacifismo y entrar en el juego de los monopolistas y su gobierno, es tachado por los oportunistas como izquierdismo y terrorismo individual. Ya está claro que para toda esta gente no hay más táctica ni otros métodos de lucha que no sean los practicados desde mucho tiempo atrás por el revisionismo y los liberales burgueses. Todo lo que suponga una lucha consecuente contra la gran burguesía, el apoyo sin reservas al movimiento popular revolucionario, la difusión entre las amplias masas de las experiencias más avanzadas de la lucha y su aplicación por el partido revolucionario, lo atacan como contrario a los intereses de la democracia y como algo ajeno al marxismo-leninismo.
Nosotros hemos demostrado muchas veces lo que se oculta tras las críticas (que no son críticas, sino calumnias y embustes) dirigidas por los cabecillas revisionistas y sus compadres izquierdistas contra el joven movimiento comunista que se desarrolla en España. Y lo que ocultan no es otra cosa más que la traición a la clase obrera y a su causa socialista; su conciliación con los explotadores y opresores del pueblo y la unidad sin principios de todos ellos en contra de nuestro Partido. Sus condenas del terrorismo individual tienen ese mismo carácter.
Es cierto que Lenin criticó al terrorismo individual, aunque no en la misma forma que lo hacen ahora los oportunistas, sino destacando los aspectos positivos y poniendo en claro todo lo malo que el terrorismo llevaba consigo. Lenin fue un gran admirador y él mismo se consideraba un alumno de los viejos terroristas rusos, y predicaba el gran espíritu revolucionario que llevó a estos a la lucha. Pero, ante todo, el problema del terrorismo individual lo atacaba Lenin por cuanto suponía un derroche de energías revolucionarias que iba en detrimento de la organización para la lucha de las grandes masas. Además, Lenin atacaba el terrorismo cuando éste era, efectivamente, individual y, por tanto, más que contribuir a la organización de los revolucionarios y a esclarecer a las masas, ofuscaba su mente. Por todo eso criticaba Lenin al terrorismo.
Los oportunistas se han aprendido algunas frases de memoria acerca del terrorismo y las repiten como papagayos, no diferenciándose en esto, como en tantas cosas, de la burguesía en general. No quieren comprender que en nuestros días no existe ese tipo de terrorismo, practicado en otro tiempo por algunos aristócratas e intelectuales en ausencia de una situación revolucionaria y de un movimiento revolucionario. Hoy, en nuestros días, ese problema no existe y, como ponen de manifiesto las cifras oficiales acerca de la represión, son muchos los miles de personas, la mayor parte obreros, quienes empuñan las armas, forman grupos armados y promueven un amplio movimiento de resistencia popular. ¿Tiene este movimiento algo que ver con el terrorismo individual que critican los clásicos del marxismo?
En su Introducción a la obra de Marx Las luchas de clases en Francia, Engels presta gran atención al tema de la lucha armada y de la insurrección, situando este tema en distintas condiciones históricas y teniendo en cuenta el grado de desarrollo de las armas y la técnica militar.
Ante todo Engels no deja lugar a dudas respecto a la necesidad de la lucha armada como único medio de derrocar al capitalismo, deteniéndose en analizar las nuevas formas que ha de revestir esta lucha en el futuro. No hay que hacerse ilusiones -repetía Engels- una victoria efectiva de la insurrección sobre las tropas en la lucha de calles, una victoria como en un combate entre dos ejércitos, es una de las mayores rarezas (5).
Engels apunta una serie de cambios producidos, desde 1848 hasta la fecha en que hizo su trabajo, en la relación de fuerzas, en la técnica y en el tipo de armas empleadas por las tropas y los combatientes civiles, totalmente desfavorable para estos últimos. Naturalmente, esas diferencias no se dan hoy en la misma forma, pudiéndose decir que el desarrollo de los ejércitos y de la maquinaria de guerra del imperialismo ha trastocado nuevamente esta relación.
Generalmente, hoy no se practica, como antes, la barricada sino, principalmente, la guerra de guerrillas. La guerra de guerrillas es un producto del imperialismo. Por otra parte la burguesía, al menos un sector considerable de ella, no saluda ni obsequia a las tropas enviadas contra los pueblos insurrectos. Las cargas fiscales que tiene que soportar para sostener los ejércitos modernos la lleva a enfrentarse al puñado de monopolistas que se sirven de ellos. El soldado no ve en nuestros días a bandidos o saqueadores en las filas combatientes revolucionarias, sino a gente de su misma clase que combaten también por sus propios intereses.
Esta verdadera revolución efectuada por el desarrollo del capitalismo, por las guerras imperialistas y las luchas de liberación de los pueblos, ha modificado profundamente la correlación de fuerzas y hace inútiles todos los esfuerzos del imperialismo por mejorar su posición y su arsenal militar. Las armas ultramodernas, al fin y al cabo, son creadas, transportadas y empleadas por hombres, y éstos no escapan al contagio de las ideas revolucionarias que se desarrollan por todo el planeta. Por lo demás, también los pueblos insurrectos pueden dotarse hoy de ciertos tipos de armas modernas adecuadas al carácter de la guerra que practican.
No obstante, continúa siendo válida la idea central defendida por Engels, según la cual una victoria efectiva de la insurrección sobre la tropa en la calle es una de las mayores rarezas. Pero, prosigue Engels, ¿quiere decir esto que en el futuro los combates callejeros no vayan a desempeñar ya papel alguno? Nada de eso. Quiere decir únicamente que, desde 1848, las condiciones se han hecho mucho más desfavorables para los combatientes civiles y mucho más ventajosas para las tropas. Por tanto, una futura lucha de calles sólo podrá vencer sí esta desventaja de la situación se compensa con otros factores [...] Y éstas deberán, indudablemente, como ocurrió en toda la gran revolución francesa [...] preferir el ataque abierto a la táctica pasiva de barricadas (6).
En los párrafos anteriores queda establecida con toda claridad la nueva táctica insurreccional que han de adoptar las revoluciones en una época distinta a la del ascenso de la burguesía y consolidación del capitalismo, es decir, a nuestra época, a la época de la decadencia del sistema capitalista y de la revolución proletaria. Adoptar el ataque abierto en lugar de la táctica pasiva de la lucha de barricadas y compensar las desventajas con otros factores, como la sorpresa, la combinación de los ataques armados con las huelgas políticas de masas, la formación de pequeños destacamentos móviles, etc., tales son las características principales de la nueva táctica y de la técnica insurreccional adecuada a nuestras condiciones.
Lenin, basado en las ideas de Marx y Engels, analizó las experiencias de la insurrección de Moscú de 1905 y desarrolló genialmente la teoría general del marxismo a este respecto: La técnica militar -apuntó Lenin- no es hoy la misma que a mediados del siglo XIX. Sería una necedad oponer la muchedumbre a la artillería y defender las barricadas a tiros de revolver. Kautski tenía razón al escribir que ya es hora, después de Moscú, de revisar las conclusiones de Engels y que Moscú ha hecho surgir una nueva táctica de barricadas. Esta táctica -prosigue Lenin- era la guerra de guerrillas. La organización que dicha táctica imponía eran los destacamentos móviles y extraordinariamente pequeños: grupos de diez, de tres e incluso de dos hombres.
¡Qué lejos está todo esto de los ejercicios escolares acerca del parlamentarismo y demás panaceas a que tan aficionados son todos los oportunistas! Para Lenin, la insurrección de Moscú supuso una grandiosa conquista histórica e insistía, en contra de la politiquería de los mencheviques y de otros de su misma ralea: La guerra de guerrillas, el terror de masas... contribuirá indudablemente a enseñarles la táctica acertada para el momento de la insurrección. La socialdemocracia debe admitir e incorporar a su táctica ese terror de masas, pero, indudablemente, organizándolo y controlándolo...
III
Desde su implantación, el régimen ha centrado su actividad propagandística, apoyándose en la violencia y el terror organizado, en inculcar a las masas populares la creencia de que el fascismo es todopoderoso, de que el pueblo trabajador no puede hacer nada por sí mismo para liberarse del yugo que lleva puesto y que, por tanto, no le queda más alternativa que someterse. La derrota del 39, así como la represión que le siguió, han contribuido también a fomentar esa creencia. Por otra parte, en la década de los años 50 apareció el revisionismo carrillista con sus prédicas pacifistas y conciliadoras, viniendo a sancionar así, en nombre del comunismo, la mayor de las falsedades que se hayan podido inventar.
Pero he aquí que han bastado unas cuantas acciones armadas, bien dirigidas y ejemplarmente organizadas, para que tamaña mentira quedara al descubierto. Se ha demostrado con esas acciones armadas que el fascismo no sólo es débil por naturaleza, sino que constituye la forma de poder más vulnerable de la burguesía monopolista. De esta cuestión ya hemos hablado en otras ocasiones. Ahora se ha demostrado en la práctica que la fuerza del régimen se basa sólo en el temor que trata de inspirar, adobándolo con las más burdas mentiras y falsificaciones. Una vez que el terrorismo del Estado fascista ha sido desafiado y su eficacia puesta en evidencia, y cuando las mentiras ya no sirven sino para mostrar a quienes las inventan en su desnuda ridiculez, se puede decir que el fascismo tiene sus días contados. Pero sí esto es así ¿cómo fue posible su victoria y por qué se ha sostenido en el poder durante tanto tiempo? Veamos.
Entre los numerosos factores que contribuyeron a la derrota de las fuerzas populares en la Guerra Nacional Revolucionaria del 36 al 39, cabe destacar la enorme desproporción de fuerzas que, ya desde el primer momento, existía entre la República y sus enemigos. Ni qué decir tiene que los sublevados fascistas estaban mejor preparados que la parte del ejército que se mantuvo fiel a la República, contaban con mayores recursos y con un considerable apoyo internacional. Con tal desproporción de fuerzas era imposible obtener en un corto plazo una victoria decisiva sobre el fascismo. Sin embargo, ese dato importantísimo no fue tenido en cuenta por los dirigentes del país ni por los jefes militares, preocupados como estaban por minimizar los problemas y por mantener la imagen exterior de la República. De esa forma les fue imposible establecer una estrategia militar justa, acorde con la realidad, con la correlación de fuerzas existentes en aquel momento. Subestimaron las fuerzas del enemigo y sobreestimaron las propias. Este fue, a nuestro entender, su error principal.
La concepción que predominó entre los jefes políticos y militares les llevó a intentar conseguir una victoria militar rápida sobre el fascismo. Por este motivo se perdió la guerra. La iniciativa estuvo en todo momento de parte de los sublevados. Cada derrota sufrida por la República en los frentes debilitaba la moral de resistencia de las masas, socavaba la precaria unidad de los partidos democráticos que integraban el Frente Popular, sembraba la desconfianza y la discordia entre los gobernantes y enardecía a los fascistas.
Cierto que no debía abandonarse a las tropas mercenarias y a los pistoleros fascistas ni una sola pulgada de terreno, ni un solo soldado de la parte del ejército que se mantuvo fiel a la República Popular. Había que defender a todo trance las posiciones y fortalecer el ejército regular. En este sentido, para las fuerzas populares, la guerra se presentaba con un carácter clásico, era una guerra defensiva y de posiciones. Pero ésta solamente era una parte de la guerra, no la totalidad, ni siquiera la parte principal. Dado que el fascismo era más fuerte en la primera fase de la guerra, contaba con más recursos que la República y se encontraba a la ofensiva, sin que a corto plazo hubiera posibilidad de contenerle (de otra forma es indudable que no se hubiesen sublevado), las fuerzas populares tendrían que haber combinado la defensa de las posiciones y el fortalecimiento del ejército regular con la preparación de las masas y la creación de un ejército capaz de librar una guerra prolongada de guerrillas. Sólo la estrategia de la guerra de guerrillas podía dar al pueblo la victoria cuando se crearan condiciones favorables para ello, como se presentaron en el curso de la II Guerra Mundial o inmediatamente de acabada ésta. Sólo la guerra de guerrillas podía golpear duramente a los ejércitos fascistas, paralizar su ofensiva, traerlos en jaque, permitir el fortalecimiento de las fuerzas armadas republicanas y la consolidación y posterior ensanchamiento de sus posiciones.
Los gobiernos de la República no abordaron en profundidad el problema de la guerra y su estrategia. No tuvieron en cuenta que se trataba, ante todo, de una guerra popular, que debía basarse en las masas y aplicar sus propias leyes. Esta experiencia, que tuvimos que pagar con riadas de sangre y cuarenta años de opresión, nos lleva a ver claramente que para derrotar al fascismo y liberarse de las cadenas de la explotación, la clase obrera y el resto de las amplias masas populares necesitan un ejército propio, y éste tiene que aplicar, necesariamente, una estrategia de guerra popular, de guerrillas y prolongada. Es en la guerra prolongada como se va formando y templando el ejército popular, con su alta moral de combate y su técnica militar muy superior a la de cualquier ejército al servicio de las clases explotadoras.
Cuando el Partido Comunista comprendió esta dura lección, decidiéndose a crear y a prestar apoyo a la guerrilla, ya era demasiado tarde. Es indudable que los pueblos de las diversas nacionalidades de España habrían derrotado al fascismo mucho antes de lo que lo hicieron los otros pueblos de Europa, si el Partido se hubiera preocupado seriamente de organizar y dirigir la guerra de guerrillas. Los pueblos de España fueron los primeros en empuñar las armas contra el fascismo, contaban con una rica experiencia política y militar, la guerra mundial precipitó los acontecimientos, arrojando a unas potencias imperialistas contra otras. De haber existido una resistencia armada y organizada en nuestro país, los ejércitos acaudillados por Franco se hubieran quedado sin la ayuda internacional que fue tan decisiva para ellos y, con toda seguridad, con Hitler y Mussolini habría caído, sino antes, el caudillo de los fascistas que todavía nos oprimen.
La derrota de la República supuso un duro golpe para las masas y para sus partidos y organizaciones que quedaron deshechas. El fascismo impuso su régimen de terror. En tales condiciones no se podía esperar un rápido ascenso de la oleada revolucionaria. Había que empezar por reponer las filas maltrechas y por elevar la moral de las masas, en espera de condiciones más favorables; había que aplicar métodos de lucha y una táctica acorde con la nueva situación. Esto fue interpretado por los oportunistas, que empezaron a levantar cabeza en el seno del Partido, aprovechándose de las difíciles circunstancias, en el sentido de abandonar los métodos de lucha revolucionarios, la táctica revolucionaria y las acciones armadas dirigidas contra el fascismo, lo que, a la larga, les ha conducido a la claudicación más vergonzosa y a colaborar estrechamente con los opresores. Comenzaron por abandonar a las masas, ya repuestas de la derrota, en sus justas luchas, destruyeron el Partido, y ahora han completado su traición dedicándose a acuchillar por la espalda a los verdaderos comunistas y a otros revolucionarios. Esta es la causa principal de que el fascismo se haya mantenido en el poder durante tanto tiempo.
Ya se ha demostrado teórica y prácticamente que no existe otra forma de combatir al fascismo que no sea con la lucha armada combinada con el movimiento revolucionario de masas. Los que se impusieron con las armas y se mantienen en el poder con el solo ejercicio de la violencia, sólo por la fuerza de las armas podrán ser derrotados. Esto lo comprende cada día mejor nuestro pueblo que se incorpora en todas partes a la lucha abierta y resuelta contra el fascismo. Que nadie se haga ilusión alguna respecto a la democracia bajo el dominio del capital monopolista, que nadie espere ni una sola concesión pacífica que beneficie verdaderamente a los intereses populares, que nadie espere un camino fácil o pacífico hacia el socialismo. Sólo la lucha armada revolucionaria, combinada con las huelgas políticas, las manifestaciones violentas de las masas en las calles y otras formas de lucha y de organización democráticas de verdad, conseguirán hacer retroceder cada vez más al fascismo, agudizará sus contradicciones internas, irá desarticulando su aparato burocrático militar y creará las condiciones necesarias para la organización de las grandes masas para la lucha. Todo lo que no suponga asestar duros golpes o apoyar la lucha armada revolucionaria, es traición a nuestro pueblo, colaboración rastrera y criminal con sus opresores.
La guerra que tendremos que librar, tal como ha señalado el III Pleno ampliado del Comité Central, va a ser una guerra prolongada, de larga duración. En el transcurso de esta guerra iremos acumulando fuerzas, organizaremos a las masas obreras, forjaremos el frente político que en su día sustituirá en todas partes el poder de la oligarquía financiera, construiremos un ejército revolucionario del pueblo.
El régimen fascista ya no se encuentra en condiciones de engañar, de reprimir de la misma forma como lo ha venido haciendo, y no sólo no puede reprimir como antes, sino que ha comenzado a recibir durísimos golpes por parte del movimiento de masas y de las organizaciones armadas antifascistas y patriotas. Esto marca el comienzo de un nuevo tipo de movimiento popular en España. La base de este nuevo movimiento, su sostén más firme, lo que garantiza su victoria, se encuentra en las organizaciones armadas y en la lucha de golpe por golpe que practican contra el fascismo. Este tipo de lucha eleva la moral de las masas y, lejos de entorpecer el desarrollo de su movimiento, lo estimula grandemente y le allana el camino. Por este mismo motivo la clase obrera, particularmente, debe apoyar decididamente estas acciones armadas dirigidas contra el fascismo y aportar a las organizaciones armadas antifascistas todo tipo de ayuda, tal es la posición que mantiene nuestro Partido.
A diferencia de los años 30, hoy el fascismo no podrá derrotar en el campo de batalla ni en ninguna otra parte a las fuerzas armadas del pueblo; no podrá derrotarlas porque esta vez no las va a tener a tiro de su artillería ni de su aviación, no podrá emplear tampoco contra ellas a sus mercenarios; el Ejército fascista se encontrará ante un enemigo invisible; será el pueblo trabajador armado y organizado militarmente el que le va a combatir en todas partes. Como se comprenderá, a un enemigo como éste es imposible derrotarlo. Es cierto que el fascismo cometerá, tal como lo ha venido haciendo, numerosos crímenes y todo tipo de fechorías contra las masas, contra los combatientes de vanguardia y sus familias. Mas de ese modo sólo conseguirá ampliar el frente de la lucha popular, sólo conseguirá avivar el odio y las llamas de la lucha, hacerla más radical y extensa.
En lugar de ser el fascismo quien tenga la iniciativa y conduzca la guerra conforme a sus planes, tendrá que hacerla siempre en el terreno que elijan las fuerzas armadas populares. Esto no quiere decir, en modo alguno, que el Ejército fascista se encuentre ya acorralado ni que esté defendiéndose en el plano estratégico. Por el contrario, la lucha que ellos libran va a tener, por mucho tiempo, un carácter ofensivo, mientras que, de parte de las fuerzas armadas populares la guerra será, también durante un largo período, una guerra de estrategia defensiva. Esta relación estratégica entre las fuerzas armadas del fascismo y las fuerzas armadas revolucionarias del pueblo viene determinada, esencialmente, por la enorme desproporción de fuerzas que actualmente existe entre ellas. Así pues, las fuerzas armadas del fascismo atacan y tratarán de aniquilar las fuerzas populares en el menor tiempo posible. Esto sucede en un plano general o estratégico. Pero en cada combate particular serán las fuerzas armadas del pueblo las que ataquen y los fascistas los que tendrán que defenderse. De esta manera las fuerzas populares transformarán su desventaja estratégica en ventaja táctica, irán logrando su objetivo de acumular fuerzas y debilitarán poco a poco al enemigo. Tal estrategia de la guerra popular conducirá a un cambio en la relación de fuerzas. Cuando la relación de fuerzas sea favorable al pueblo, entonces habrá llegado el momento de cambiar la orientación estratégica. El fascismo se colocará a la defensiva y nosotros atacaremos. Le asestaremos golpes de todo tipo y calibre. No sólo se combatirá en pequeños grupos, con pequeños comandos, sino que incluso se podrá enfrentar a las fuerzas principales del fascismo con fuerzas superiores y serán aniquiladas. Cuando llegue ese momento ya se habrá creado un poderoso ejército de los trabajadores, las amplias masas dirigidas por el Partido y por otras organizaciones verdaderamente democráticas se unirán en el combate y derrotaremos para siempre al odioso régimen. En líneas generales, éste será el camino que siga la lucha armada revolucionaria popular en España.
Al comienzo, tal como viene sucediendo ahora, van a ser los pequeños destacamentos armados los que asestarán golpes demoledores al fascismo, a sus fuerzas armadas y demás instituciones reaccionarias. Esta primera etapa que atraviesa la lucha de resistencia antifascista será larga y muy dura, pues las fuerzas armadas populares tendrán que combatir en condiciones muy difíciles, encontrándose relativamente aisladas, mientras el fascismo, aunque muy debilitado, todavía conserva una cierta solidez. Más tarde, los pequeños grupos se irán fortalecíendo técnica y numéricamente y pasarán a formar agrupaciones guerrilleras más amplias. Estas a su vez se transformarán en regimientos y así hasta llegar a confígurar un verdadero ejército revolucionario del pueblo. Si ahora que somos débiles y el fascismo relativamente fuerte, se han podido crear los GRAPO y estos han combatido tan justa y valerosamente ¿puede alguien dudar de que en adelante se conseguirán todos los objetivos?
Los pueblos de España tienen acumulada una rica experiencia de lucha, tanto en el terreno político como en el militar. Esta vez el fascismo no conseguirá derrotarnos. No lo conseguirá, además, porque la situación nacional e internacional no es la misma que en 1936. Ahora es el fascismo el que está en el poder y quien tiene que defenderse, viendo crecer sus dificultades en todas partes. Las masas populares han pasado por la dura escuela de la guerra y de cuarenta años de terror, nadie conseguirá engañarlas ni atemorizarlas; sufren continuamente la explotación y la represión más despiadada, carecen hasta de los más elementales derechos, sus mejores elementos son detenidos, torturados y encarcelados, otros muchos han sido asesinados. Estas experiencias no pasan en balde y han hecho comprender claramente que no existe otro camino para liberarse del yugo fascista monopolista que emprender el de la lucha armada.
Nuestra misión consiste en esclarecer a los obreros y demás sectores populares, encabezarlos en la lucha, en dar ejemplo con nuestro esfuerzo y sacrificio, organizar la insurrección armada popular. Esto va a llevarnos algún tiempo y tendremos que sortear numerosos obstáculos, pero la victoria está asegurada de antemano si aplicamos una línea política y militar justa, sí servimos de todo corazón a las masas, si nos apoyamos siempre en ellas, si no escatimamos ningún esfuerzo ni sacrificio y nos atrevemos a luchar.
Notas:
(1) V.I.Lenin: «La guerra de guerrillas», en Obras Completas, tomo 14, pg.2.
(2) F.Engels: «Introducción a las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850», en Obras Escogidas de Marx y Engels, Akal, Madrid. 1975, tomo I, pg.109.
(3) F.Engels: «Introducción a las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850», en Obras Escogidas de Marx y Engels, Akal, Madrid. 1975, tomo I, pg.116.
(4) F.Engels: «Introducción a las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850», en Obras Escogidas de Marx y Engels, Akal, Madrid. 1975, tomo I, pgs.122 y 123.
(5) F.Engels: «Introducción a las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850», en Obras Escogidas de Marx y Engels, Akal, Madrid. 1975, tomo I, pg.116.
(6) F.Engels: «Introducción a las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850», en Obras Escogidas de Marx y Engels, Akal, Madrid. 1975, tomo I, pg.119.