Lo sucedido en la tarde del miércoles en Washington, el asalto de los seguidores de Donald Trump al Capitolio, el edificio que alberga ambas cámaras legislativas, se podría calificar de inimaginable, pero no lo es. En el marco corto es el resultado de una medida campaña para ilegitimar las elecciones del pasado noviembre con el objetivo de desestabilizar las instituciones y conseguir, aunque sea por unas horas, que se suspenda la certificación del resultado electoral por el Senado. En el marco largo es el inicio de un golpe de Estado a fuego lento, de unas maniobras desestabilizadoras que impidan el normal funcionamiento del nuevo Gobierno presidido por Joe Biden.
Podemos inferir esta conclusión porque esta situación no es la primera vez que se da, la hemos visto decenas de veces alrededor del mundo, de Venezuela a Ucrania, pasando recientemente por Bolivia, cada vez que Estados Unidos ha decidido impugnar por la fuerza el resultado de unas elecciones o el normal funcionamiento de un Gobierno. Y es justo lo que está llevando a cabo Trump, salvo que esta vez dentro de sus fronteras y siendo, aún, el jefe del poder ejecutivo norteamericano y su comandante en jefe.
El primer paso es desplegar un ataque narrativo, a través de medios de comunicación afines, ahora con la potencia de las redes sociales y los servicios de mensajería instantánea, que ilegitime el resultado electoral o las instituciones a derribar. El método principal es crear un clima donde la población sea incapaz de distinguir lo cierto de lo falso, donde se induzca la idea de que cualquier forma de ruptura, incluso la ilegal o la violenta, está justificada.
El segundo es crear un poder alternativo, sin asiento institucional, sin ninguna validez, que sin embargo sea visto por una parte sustancial de la población como el único válido o capaz de parar una amenaza, a menudo irreal y falsa. El tercero es echar a la gente a la calle, tras un pronunciamiento, una sentencia mediante lawfare o algún acontecimiento relevante, como el que hoy se daba en Washington, para que irrumpa en el escenario. Da igual el resultado concreto e inmediato de la acción si lo que se consigue es quebrar el normal funcionamiento del país para, a medio plazo, tirar a su Gobierno.
Daniel Bernabé, escritor y periodista
La situación que estamos viviendo parece el producto de una campaña premeditada surgida de un manual de la CIA para un golpe de Estado en el extranjero, pero es sin duda inédita en propio suelo estadounidense. Supone una quiebra sin precedentes temporales cercanos, siendo probablemente la situación de inestabilidad institucional más grave desde la Guerra Civil de 1861.
Paradójicamente el propio miércoles la Unión Europea retiraba su apoyo a Juan Guaidó, quien fue la cara visible elegida, hace ahora dos años este enero, para desencadenar este tipo de golpe de Estado por etapas en Venezuela, que evita una sedición directa de las fuerzas armadas para quebrar el orden constitucional, que era la manera en que se subvertían los Gobiernos en el siglo XX, como fue el caso de Chile o Argentina. La diferencia es que los Gobiernos de terceros países hoy no han mostrado ninguna cercanía con el propio Trump ni con los individuos que han asaltado el Capitolio. Si uno de ellos se hubiera autoproclamado presidente, incluso si Trump se negara a reconocer su derrota –como aún no ha hecho–, la comunidad internacional no le brindaría su reconocimiento y apoyo, tal y como Estados Unidos o la UE hicieron con el golpista Guaidó.
Para afirmar que el asalto al Capitolio es el resultado premeditado de Trump sólo hay que escuchar a Rudolph Giulani, quien fuera alcalde de Nueva York y que ahora ha ejercido como abogado del actual presidente en la impugnación de los resultados electorales, dirigiéndose unas horas antes en un discurso a sus seguidores con la frase: "tengamos un juicio por combate", frase que nos recuerda a la forma en que los nobles dirimían las luchas de poder en la serie televisiva Juego de Tronos.
Cabe preguntarnos, además, cómo es posible que una multitud haya asaltado el edificio que alberga el poder legislativo estadounidense. La periodista Almudena Ariza, quien fue corresponsal de la televisión pública española en Estados Unidos, comentaba en sus redes sociales: "todos los periodistas que hemos estado alguna vez en el Capitolio sabemos que aquello es un búnker de seguridad. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo han logrado entrar los trumpistas? ¿Ha habido complicidad o las fuerzas del orden se han visto desbordadas?". En Twitter circulan vídeos donde se observa cómo un grupo de policías deja traspasar las vallas de seguridad sin oponer resistencia. Así mismo otras fuerzas de seguridad han intentado parar a los asaltantes, resultando fallecida una asaltante.
La situación que estamos viviendo parece, como decíamos, el producto de una campaña premeditada surgida de un manual de la CIA para un golpe de Estado en el extranjero, pero es sin duda inédita en propio suelo estadounidense. Tanto que supone una quiebra sin precedentes temporales cercanos, siendo probablemente la situación de inestabilidad institucional más grave desde la Guerra Civil de 1861. Figuras demócratas como Hillary Clinton han calificado a los asaltantes como "terroristas domésticos", el ex-presidente Bush hijo ha expresado que las imágenes le han causado "incredulidad y consternación. Así es como se disputan los resultados de las elecciones en una república bananera, no en nuestra república democrática". Siria e Irak observan en silencio a la que fue secretaria de Estado y al antiguo presidente.
Daniel Bernabé, escritor y periodista
No todos los votantes de Trump llegan al nivel de fanatismo lunático de los asaltantes del Capitolio, pero una buena parte está organizado en milicias a lo largo del país, lo que, dependiendo de cómo se sucedan los acontecimientos trazados en este golpe a medio plazo, puede desembocar en violencia armada de diferente intensidad.
Joe Biden, el presidente electo, ha dado una rueda de prensa donde ha dicho que: "En estos momentos, nuestra democracia se halla bajo un ataque sin precedentes. Pero esto no es una protesta, es una insurrección". La comparecencia tiene una lectura estratégica clara: otorgarle legitimidad pública ya que la legalidad presidencial que el legislativo le iba a otorgar ha sido interrumpida por el asalto de los golpistas pro-Trump. En estas situaciones es esencial la lucha por la legitimidad, es decir, por la imagen pública sobre quien ostenta el poder. Trump tiene aún capacidad ejecutiva, aún estando legalmente derrotado.
En este equilibrio será esencial la figura del vicepresidente, Mike Pence, quien se distanció del presidente saliente cuando este le exigió, antes del asalto, que revocara el resultado de los votos electorales. Trump le ha tildado de cobarde. En la propia movilización de la Guardia Nacional para proteger las instituciones ha sido el vicepresidente Pence quien ha dado la orden para su despliegue, como así ha confirmado el secretario de Defensa. Es decir, que el propio poder Ejecutivo está roto, en un intento por aislar a Trump, lo que nos lleva a deducir que se ha considerado su implicación en los hechos, o al menos que el asalto no ha sido la acción aislada de una masa de trumpistas exaltados.
Aunque Donald Trump perdió las pasadas elecciones le votaron 75 millones de estadounidenses. No todos llegan al nivel de fanatismo lunático de los asaltantes del Capitolio, pero una buena parte está organizado en milicias a lo largo del país, lo que, dependiendo de cómo se sucedan los acontecimientos trazados en este golpe a medio plazo, puede desembocar en violencia armada de diferente intensidad. En EEUU existe un historial notable de terrorismo de ultraderecha. El antiguo estratega de Trump, Steve Bannon, ha declarado en una radio de extrema-derecha: "el infierno se va a desatar a partir de mañana".
Daniel Bernabé, escritor y periodista
Lo cierto es que el que lleva siendo desde 1945 la primera potencia mundial ha dado hoy, más que una muestra, una constatación de que su declinar puede ser más abrupto y traumático de lo que nadie podía prever. Aún suponiendo que los planes golpistas sean derrotados, la brecha que ha creado Trump va a ser muy difícil de suturar.
El propio Partido Republicano puede tener la llave para reconducir parte del voto conservador, pero en las condiciones actuales ni de lejos a la mayoría de los votantes de Trump. No es descartable una ruptura del histórico GOP, fundado en 1854. Así como el surgimiento por su derecha de alguna organización que, bajo el auspicio de Trump, directo o indirecto, intente captar el movimiento iniciado en estos últimos años. En todo caso, el excesivo episodio del asalto puede tener un efecto desmovilizador en aquellos votantes de Trump que vean esta acción como una amenaza a su seguridad. Algo muy similar a los intereses del propio poder económico, que contempla siempre la inestabilidad con preocupación.
Desde Bruselas, el Kremlin o Zhongnanhai los sucesos del día de hoy se tienen que estar contemplando con preocupación, indiferentemente de la la posición de aliados o rivales de Estados Unidos. Una situación de inestabilidad tan desconocida como la que estamos viviendo complica cualquier tipo de análisis geoestratégico. Lo cierto es que el que lleva siendo desde 1945 la primera potencia mundial ha dado hoy, más que una muestra, una constatación de que su declinar puede ser más abrupto y traumático de lo que nadie podía prever. Aún suponiendo que los planes golpistas sean derrotados y el trumpismo ideológicamente derrotado, la brecha que ha creado, en este episodio, en estos últimos cuatro años, va a ser muy difícil de suturar.
Tras expulsar a los asaltantes y asegurar el Capitolio se ha retomado la sesión en el Senado. Mitch McConnell, el líder de la mayoría republicana en el Senado ha asegurado que: "Vamos a acabar lo que empezamos, certificar al ganador de las elecciones presidenciales de 2020. El comportamiento criminal nunca dominará el Congreso de los Estados Unidos".