Por Carlos Sapir
Otro verano del hemisferio norte se acerca a su fin, y las notícias cataclísmicas del clima se han vuelto en rutina. Se trate de la superación semanal de récords de calor, o de tormentas e inundaciones catastróficas o de la muerte irreversible de los arrecifes de coral y otros ecosistemas, el clima del planeta ya ha llegado a un territorio desconocido. Estos acontecimientos se han vuelto tan rutinarios que incluso lamentarse de que se hayan vuelto rutinarios se ha vuelto rutinario. Ante esta enorme amenaza existencial para la humanidad, ¿dónde está el movimiento de masas para salvar el planeta?
La gente sabe que el cambio climático es verdadero
Hace una o dos décadas la reticencia a abordar el cambio climático podía atribuirse a la ignorancia o a la negación absoluta de la situación, pero eso ya no es una explicación convincente. Las encuestas de la ONU sugieren que más del 80% de la población mundial no sólo reconoce que el cambio climático es una amenaza real, sino que apoya conscientemente una mayor intervención gubernamental para detenerlo. Grandes mayorías reconocen igualmente que el cambio climático ya está afectando a las personas, que les afectará personalmente, y que no se está haciendo lo suficiente para detenerlo.
Mientras unos pocos medios de propaganda siguen repitiendo el mantra de que nada de esto está ocurriendo, la mayoría de los mayores contribuyentes al cambio climático -por ejemplo, los capitalistas de los combustibles fósiles- han pasado ahora a fingir que son parte de la solución al cambio climático y a posicionarse para establecer los términos y el ritmo de la producción de energía renovable. Las cumbres internacionales sobre política climática están ahora dominadas por los grupos de presión de las empresas petroleras. Los líderes mundiales (como la administración Biden) prometen inversiones para tecnologías “ecologicas” al mismo tiempo que amplían la producción de combustibles fósiles hasta cotas históricas.
Es la economía, tonto
Hasta ahora, los gobiernos y las instituciones internacionales han intentado desplegar métodos capitalistas para abordar el cambio climático. Se identificaron puntos de inflexión, se fijaron objetivos de emisiones, se firmaron tratados, se monetizaron las huellas de carbono, se incentivaron las tecnologías «verdes» y se dijo al mercado que se pusiera a trabajar. Pero los mercados son flexibles; en el momento en que cambian las condiciones de producción, un coste que era prohibitivo puede convertirse en una inversión lucrativa. El historial del capitalismo demuestra que incluso cuando se imponen costes y gran parte del mercado ha huido de una mercancía impopular y tabú, siempre habrá alguien que se abalance y proporcione financiación para lo que ahora se ha convertido en una inversión «infravalorada» (y, por eso, rentable). El resultado final es que, a pesar de los innumerables supuestos compromisos de transición a fuentes alternativas de energía, hoy se produce más petróleo que nunca.
Fundamentalmente, el capitalismo se basa en la expansión constante de la actividad económica; la única forma de que los inversores reciban rendimientos de sus inversiones por término medio es que la economía esté creciendo. Por este motivo, el crecimiento económico (medido normalmente en PIB) es la principal estadística económica de la que se informa y se debate en el discurso político capitalista. Esta expansión constante entra en conflicto directo con el hecho de que la Tierra tiene recursos finitos, y que nos estamos acercando rápidamente a los límites de dichos recursos.
La respuesta obvia y necesaria al cambio climático es la reorganización y reducción de la actividad económica productora de emisiones a niveles que detengan el colapso medioambiental, y empezar a trabajar para invertir sus impactos. El tiempo de que disponíamos para evitar totalmente los cambios catastróficos se ha perdido, y la política climática se convierte ahora en una cuestión de capear el aluvión sin hacerlo peor. Esto exige la transición inmediata a fuentes de energía menos contaminantes; pero, lo que es más importante, requiere una reorientación de la economía en su conjunto para centrarse en satisfacer estrictamente las necesidades humanas sin producir mercancías excedentarias que acabarán sin utilizarse.
La eliminación de la obsolescencia programada o la reducción de la producción militar representarían por sí solas una importante reducción de las emisiones y la contaminación. Las fábricas que actualmente se dedican a estos esfuerzos pueden reequiparse rápidamente para producir bienes duraderos orientados a satisfacer necesidades urgentes. Acompañando a estos cambios en la producción, las semanas laborales podrían acortarse sin pérdida de salario, ya que una producción centrada en satisfacer las necesidades de las personas en lugar de los interminables apetitos capitalistas de beneficios significa que se necesita menos trabajo para mantener el mismo nivel de vida.
Desafortunadamente, este tipo de transición es herética para el capitalismo, y es fácil ver por qué: alejarse de una política de crecimiento económico sin fin significa que los capitalistas, por término medio, perderán dinero con las inversiones. Interpretado a través de la perspectiva del dogma económico capitalista, esto conduciría a ciclos de colapso económico a medida que los capitalistas se retiraran de las inversiones perdedoras, y correspondería a una mayor austeridad y al hundimiento de los niveles de vida de todos los estratos sociales.
Aunque es esencial que las comunidades y los activistas redoblen sus esfuerzos para luchar contra los proyectos que alteran el clima y destruyen el medio ambiente, como los oleoductos, la tala de bosques, la fracturación hidráulica, etc., hay que reconocer que los intentos de regular el capitalismo no serán suficientes.
Del mismo modo, un movimiento ecologista que se concentre en canalizar sus recursos para presionar a los políticos para que introduzcan cambios, acabará fracasando a la hora de frenar el aumento de la producción de combustibles fósiles. Esta táctica ha tenido un efecto desorientador en el movimiento ambientalista, desviando la atención de la necesidad de una transición inmediata para abandonar los combustibles que emiten carbono y metano. Para conseguir un futuro sostenible, necesitamos un movimiento ambientalista que sea capaz de romper con esta lógica y articular los cambios económicos claramente necesarios para evitar un mayor deterioro del medio ambiente.
Un movimiento paralizado por un liderazgo equivocado
Para cualquier persona menor de 40 años, prácticamente toda su vida ha transcurrido en la sombra de una catástrofe climática que acabaría con la raza humana, y hoy no parecemos estar más cerca de resolverla que a finales del siglo XX, cuando esto entró por primera vez en la conciencia pública. Una simple búsqueda en Google Scholar muestra que se han publicado millones de estudios scientificos que identifican y analizan el fenómeno de la «ansiedad climática» por sí solo, y un tema recurrente en estos estudios es que, aunque la ansiedad climática puede identificarse como un fenómeno psicológico, cualquier resolución debe abordar realmente la crisis ambiental de frente; este problema no puede solucionarse patologizándolo al nivel individual.
A pesar de esta concienciación masiva sobre el cambio climático, los riesgos que presenta y la ausencia de respuestas eficaces por parte de los líderes políticos internacionales, resulta sorprendente ver una relativa falta de protestas y de actividad para forzar un cambio. En muchos aspectos, parece haber hoy menos respuesta popular al cambio climático que la que hubo a la energía nuclear en los años 80, cuando las movilizaciones de cientos de miles de personas eran habituales y los gobiernos se veían obligados en general a desechar su adopción o sus planes de expansión de esta tecnología volátil y peligrosa .
Es importante subrayar que la ansiedad generalizada no es en sí misma la causa de la inactividad en torno a la acción climática. Más bien, es una respuesta al fracaso cada vez más transparente de las instituciones liberales hegemónicas en la lucha contra el cambio climático, y a un movimiento dominado por las ONG que sigue simplemente apelando a esas mismas instituciones con la esperanza de que finalmente «comprendan» la urgencia de la situación. Ya sea a través de los educados llamamientos de los científicos en las cumbres sobre el clima o de la destrucción simbólica de obras de arte en los museos por parte de Just Stop Oil, las actividades más visibles del activismo climático siguen estando totalmente centradas en hacer cambiar de opinión a las mismas instituciones que ya han fracasado a la hora de actuar ante la catástrofe inminente.
El movimiento ecologista que necesitamos
Ya hay ejemplos de la necesaria lucha de la clase trabajadora para detener el cambio climático. Desde Panamá hasta Estados Unidos y en todo el mundo, las comunidades indígenas y otras comunidades de clase trabajadora racializada han estado en la vanguardia para proteger el medio ambiente donde viven de las incursiones de la industria de los combustibles fósiles, la minería y otros contaminadores. Esto demuestra el afán de lucha de la gente cuando comprende que la salud y el sustento de sus familias están en peligro, y las posibilidades extremadamente favorables de construir coaliciones de acción de masas que puedan extender raíces profundas en las comunidades de clase trabajadora. Estos movimientos pueden lograr un crecimiento real cuando evitan depender de los grupos de presión empresariales y los burgueses; para ser más eficaces, las protestas deben permanecer en las calles, maximizando las oportunidades de que todos los activistas tengan voz.
Las movilizaciones han tenido más éxito cuando se han ganado el apoyo de los sindicatos locales, que pueden paralizar los negocios devastadores para el medio ambiente, negándose a construirlos o suministrarlos.
La gente se gana con alternativas políticas creíbles, no con promesas vacías y palabras bonitas. La base para construir un movimiento contra el capitalismo son sindicatos fuertes que puedan luchar y conseguir mejoras en las condiciones de trabajo, que también incluyan abordar los impactos muy serios y a menudo mortales del cambio climático en el trabajo. La tarea que tenemos entre manos es reconstruir el movimiento sindical para convertirlo en una fuerza política organizada, segura e independiente, y hacer que apoye a los que ya están en primera línea luchando contra los desastres medioambientales: Los grupos indígenas y pueblos de base que luchan contra las amenazas al medio ambiente donde viven. Un movimiento fuerte por los intereses políticos de la clase obrera será nuestra mejor defensa cuando cada crisis ambiental empuje a los gobiernos capitalistas a imponer políticas cada vez más draconianas.
La tarea de reconstruir y revitalizar los atrofiados motores del poder de la clase obrera es enorme. Pero no es más enorme que la lucha del siglo XIX para crear sindicatos, una lucha que se ha librado con éxito una y otra vez desde entonces para conquistar libertades y seguridad material para los trabajadores en los talleres de todo el mundo. La lucha para detener el cambio climático ya ha comenzado, pero sólo proporcionando una alternativa al capitalismo podemos esperar detener decisivamente la marcha de la muerte capitalista hacia la extinción.
El socialismo no es una idea nueva. Articula una visión básica y democrática: una sociedad en la que la actividad económica se planifica en función de las necesidades de la sociedad, en lugar de mediante un proceso de mercado arbitrario que otorga privilegios desproporcionados a los ricos y codiciosos. Hoy en día, los partidos históricos del socialismo están dispersos y desorganizados; la mayoría de los grupos que hoy se autodenominan socialistas no tienen un verdadero programa para abandonar el capitalismo, resultado de décadas de cooperación y compromisos con el capitalismo internacional, y la densidad sindical organizada ha disminuido en respuesta.
Pero mientras las organizaciones históricas del marxismo estan decadentes, separadas de las raíces materiales que les darían poder, las presiones económicas que sustentan la fórmula marxista para el poder político no han hecho más que fortalecerse. La clase obrera internacional es más grande y está más concentrada geográficamente que nunca, con mayor capacidad para comunicarse entre sí que nunca. Con la inminente catástrofe climática en el horizonte, la clase obrera también tiene más motivos que nunca para unirse.