Aviso

 

Los delegados del Partido Demócrata en la convención que recientemente nominó a Joe Biden como su candidato presidencial rezaron todos los días. Los oficios religiosos estuvieron todos los días y en varios horarios del programa de la reunión.

Los republicanos están por hacer su convención y obviamente será una competencia de bendiciones y alabanzas. En ambos casos se trata de oraciones al vacío. Se trata de una inverosímil fe, una absurda fe, en el contexto de las citas de ambos partidos.

Rezan Hillary Clinton y Bob Menéndez, rezan Marco Rubio y Mauricio Claver-Carone, todos oran para extender su modelo de tiranía sobre el mundo y también la hipócrita tiranía sobre su propio pueblo. La pandemia de Covid-19 ha dejado a Estados Unidos como el epicentro de sus daños; durante sus efectos, la maquinaria de guerra que se esconde tras

pastores o imanes, de políticos de lujosas corbatas y de millonarios no ha cesado un solo instante, por el contrario han tratado de aniquilar pueblos enteros con mayor saña, con mayor cinismo. ¿A cuál Dios le reza esta gente que se cree predestinada para sojuzgar?

Su propio pueblo no escapa de esta situación: van más de 177 mil fallecidos a causa de la enfermada y la cifra podría ser mayor. La economía ha quedado devastada y obviamente serán los más pobres los que pagarán con su vida y su sacrificio los platos rotos, el club de multimillonarios estadounidenses ha incrementado su riqueza sin pausa y con prisa durante todos los días de la pandemia.

Un promedio de un millón de personas hace semanalmente su notificación de haber quedado desempleadas, su esperanza es ser beneficiadas por un seguro que las ampare momentáneamente. Muchos han quedado sin dinero para pagar un alquiler o los servicios de donde habitan. Está por finalizar el verano, y lo peor no ha comenzado para miles de personas que viven en las calles.

 

No es un cuento de hadas
A la par del desempleo, las cifras de personas sin hogar no para de crecer en las principales ciudades de Estados Unidos. Hasta mayo de este año se había contabilizado oficialmente en Nueva York a más de 59 mil desamparados, entre ellos 13.523 familias con 20.044 niños.

La diferencia por origen étnico es significativa y parte del esquema de exclusión racial que predomina en la nación norteamericana: 57% de los jefes de hogar que viven en refugios dispuestos por las autoridades locales son afroamericanos, 32% son de origen latinoamericano y apenas 7% son blancos.

Las cifras oficiales estiman que más de medio millón de personas se encuentran en condición de calle, pero según números de investigaciones realizadas por organizaciones no gubernamentales, más de 5 millones de estadounidenses carecen de techo. Esto significa, tomando la cifra oficial, el 0,17% de la población. Para hacernos una idea de la magnitud de la cifra, en México el índice es de 0,04%. Nada comprensible para ser la primera potencia del mundo, ¿cierto?

En Los Ángeles, la otra gran ciudad del sueño americano, la situación es similar, pero allí tres de cada cuatro personas sin techo viven en las calles, no existe prácticamente la figura de “refugios” que hay en Nueva York. Por eso, de vez en cuando, a los grandes medios occidentales se les escapa alguna que otra foto del “barrio” de Skid Row, un lugar donde a cielo abierto conviven miles de personas.

El Centro Nacional de Educación para Personas sin Hogar de Estados unidoU relató a inicios de este año que “más de 1,5 millones de estudiantes de escuelas públicas, desde el jardín de infantes hasta la escuela secundaria, experimentaron la falta de vivienda en algún momento durante el año escolar 2017-18”. Acotaron que se trata del número más alto registrado desde que la organización comenzó a rastrear la falta de vivienda de los estudiantes. Repetimos, y aún no había pandemia de Covid-19 de por medio.

En 2019, el índice de personas sin hogar en Estados Unidos se había incrementado por tercer año consecutivo.

Cuando la pandemia apenas comenzaba a dejar sus huellas en territorio estadounidense, hubo episodios hasta ridículos de autoridades que ordenaban a los sin techo guardar normas de distanciamiento social. Entonces en la ciudad de Las Vegas se les ocurrió a las autoridades desalojar refugios e instalar a los sin techo en estacionamientos a cielo abierto, eso sí, con líneas divisorias bien demarcadas.

En mayo de 2020, un estudio de las universidades de Pennsylvania, Boston y California preveía que la pandemia causaría alrededor de 3.400 muertes y 21.000 hospitalizaciones entre los llamados en inglés “homeless”.

El desprecio por los pobres
Según un informe presentado en 2018 por el relator sobre pobreza extrema y derechos humanos de Naciones Unidas, Philip G. Alston, en Estados Unidos unos 40 millones de personas viven en pobreza, 18,5 millones en pobreza extrema y 5,3 millones viven en condiciones de pobreza extrema propias del tercer mundo.

La situación es tan exasperante para un país que presume de policía del mundo que la nota respecto a ese informe de Alston, publicada en la página web de la ONU, fue titulada así: “El desprecio por los pobres en Estados Unidos conduce a políticas crueles”.

El mismo Alston manifestó que el recorte de impuestos masivo para las empresas y los más ricos aprobado por el Gobierno de Donald Trump, “parece diseñado para maximizar la desigualdad y llevar a la penuria a millones de trabajadores y a los que no pueden trabajar”.

Sin hogar, sin empleo


En agosto de este año, la prensa hegemónica desplegaba un gran titular: bajó el desempleo en Estados Unidos. Era evidentemente un engaño. Según las cifras oficiales, en agosto el desempleo era de 10,2%, una cifra menor a la de junio, cuando registró 11,2%, a la de mayo, cuando fue de 13,3%. Pero el triple del porcentaje de desocupados que tenía el país en el mes de enero: 3,5%.

El desplome económico estadounidense en el contexto de la pandemia ocurre en instantes cuando en la Casa Blanca en lo que menos piensan es en rescatar las condiciones de vida de los trabajadores estadounidenses.

Mientras a los desamparados y a los pobres de Estados Unidos los acompaña el infortunio, a los grandes grupos económicos se les engordan sus fortunas. Es un tema de exclusión, no de crecimiento o no de la economía real.

Para Jeff Bezos, dueño de Amazon, y Mark Zuckerberg, el famoso dueño de empresas de servicios digitales, la pandemia les ha colaborado para incrementar sus riquezas en 30% y 45%. En tanto el capital acumulado por Bill Gates también aumentó en 8,2%. El patrimonio en general de los más ricos de Estados Unidos escaló en 400 mil millones de dólares. La crisis no es para ellos, es para aquellos que deben abandonar refugios para dormir en estacionamientos.

La incapacidad para que la inmensa riqueza de unos pocos permee las grandes mayorías es evidente, así como la ilusión que vende Trump de “América (ellos, Estados Unidos) primero”.

La economía de Estados Unidos demuestra que su carencia de planificación la hace inviable, aun en su condición de gran potencia. Es una economía fallida, de monopolios, que funciona para muy pocos.

En el segundo trimestre del año, la economía estadounidense tuvo una contracción anualizada de su Producto Interno Bruto (PIB) del 32,9%. En el primer trimestre del año había tenido una contracción de -5%. Durante el año los gastos del consumidor se han reducido en 34,6% y la inversión privada empresarial se redujo en 35% con respecto al mismo período del año anterior.

Por eso, cabe la pregunta, entonces, ¿cómo los multimillonarios pueden crecer y crecer mientras todos los índices del país se desploman? Estas estadísticas también demuestran una situación peligrosa para el mundo. La clase dominante estadounidense solo ha sabido salir de sus crisis mediante la guerra. Por eso no hay que buscar a Dios para darse cuenta de que a ellos no les importará hacer “tregua” alguna durante la pandemia, al contrario, lo verán como una “oportunidad”, para salir más rápido y permear a los que van más abajo de la cúspide de los multimillonarios, pero tampoco tanto para que el pueblo trabajador tenga al menos algún atisbo de estado de bienestar.