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En un concreto plan de recolonización de América Latina, con la clara intención de doblegar toda expresión progresista en la región, los EEUU de Norteamérica cambia de táctica y se da una verdadera operación de pinzas contra Cuba y Venezuela para romper la columna vertebral de la resistencia al imperialismo y construcción de nuevas bases políticas, culturales y sociales desde el momento que la indómita Cuba sale del período especial y Hugo Chávez asume el gobierno en Venezuela proclamando la República Bolivariana.

Con Obama la estrategia era implementar el golpe blando en Venezuela apoyándose en la oligarquía petrolera-comercial, los partidos de la derecha y la organización de las guarimbas y el desabastecimiento de alimentos de primera necesidad, apoyándose en las corporaciones mediáticas del interior y del exterior y con la OEA como elemento político de presión e instrumento de intervención militar, con la idea de cercar al Presidente Nicolás Maduro y forzar su renuncia, mientras jugaban la apuesta de una normalización de relaciones con Cuba para buscar otras maneras injerencistas no violentas para intervenir, desde las inversiones en los sectores no estatales de la economía o la apertura comunicacional y las redes sociales.

Con la llegada de Trump a la Casa Blanca se intensificaron las acciones contra Venezuela y la utilización de la OEA como ariete de política imperial a cargo de Luis Almagro, la CIA en la presidencia de la OEA, pero un núcleo duro de países, los integrantes del ALBA y el CARICOM, le impiden lograr consenso en los planes intervencionistas y la magnífica decisión Bolivariana de poner en las mayorías populares el debate sobre la reforma constitucional aislando a la oposición violenta de Venezuela, les hace cambiar de táctica sobre Cuba.

Las contradicciones hacia el interior de los EEUU y un Trump sin luces para conducir al imperio, con problemas en la Comisión de inteligencia del Senado y con las modificaciones a las reformas de salud implementadas por Obama que pretende revertir, lo lleva a acordar con los terroristas cubano-americanos de Miami encabezados por el senador Marco Rubio y el miembro de la Cámara de Representante Mario Diaz-Balart, revirtiendo el proceso de normalización de las relaciones con Cuba, garantizándose de esta forma un par de votos en el Congreso, aunque la mayoría del pueblo norteamericano, 72%, aprobaría la eliminación del bloqueo, según encuestas publicadas (1).

En su discurso del 16 de junio, Donald Trump firmó el denominado “Memorando Presidencial de Seguridad Nacional sobre el Fortalecimiento de la Política de los Estados Unidos hacia Cuba” y derogó la Directiva Presidencial “Normalización de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba” firmada por Obama el 14 de octubre de 2016, ensalza a los mercenarios presentes que integraron la brigada que invadió Cuba por Girón y que fueran derrotados en 72 horas por Fidel y el pueblo cubano en armas, agradeció a quienes instrumentaron la “operación Peter Pan”, acción llevada a cabo desde la CIA y la Oficina Católica de Bienestar logrando que 14.000 niños fueran sacados de Cuba porque convencieron a sus padres que les quitarían la patria potestad de sus hijos y los alojaron en campamentos, hogares sustitutos, orfanatos y reformatorios de Miami separándolos de sus familias.

Hechos simbólicos que representa una tremenda definición política hacia Cuba, pero también hacia Venezuela y el resto de los países con gobiernos que no son fieles a los designios de Washington, en uno de los pasajes de su discurso Trump afirma “Ahora que soy presidente de los Estados Unidos expondrán los crímenes del régimen de Castro y se pondrán junto al pueblo cubano en la lucha por la libertad” para agregar “sabemos que lo mejor para los Estados Unidos es tener libertad en nuestro hemisferio, sea en Cuba o Venezuela, y asegurar un futuro en el que los pueblos de cada país puedan regirse por sí mismos”, en resumen, vienen por todo y por todos.

El golpe blando contra Nicolás Maduro está en marcha intentándolo llevar a la última fase, forzar la renuncia del Presidente, mediante revueltas callejeras para controlar las instituciones, mientras se mantiene la presión en la calle se prepara el terreno para una intervención militar intentando provocar una guerra civil prolongada, aislando internacionalmente al país.

Trump se siente que puede avanzar al mismo tiempo contra Cuba, aun sin el apoyo de las mayorías de los norteamericanos, y expresa cuál será su política hacia América Latina y el Caribe, destruir toda forma de gobierno popular-democrático, homogeneizar “nuestro hemisferio” como lo definiera en su ataque de sinceridad, para ello es necesario que Cuba y Venezuela dejen de gravitar en la política continental, Cuba desde lo político e ideológico, demostrando que otro sistema económico, político y social es factible y sustentable, desplegando el virus de la integración y cooperación entre naciones, un mal ejemplo según la visión imperial, sobre Venezuela buscan apoderarse de la mayor reserva petrolera a ínfima distancia de su territorio y al mismo tiempo eliminar la utilización de ese petróleo en condiciones ventajosas para los países de la región y que las regalías producidas no puedan ser utilizadas en un proyecto de desarrollo autónomo de América Latina y el Caribe, por ejemplo el demorado Banco del Sur, que luego del golpe de estado que instaló a Temer en el gobierno de Brasil y la llegada de Macri en Argentina no tiene viabilidad de funcionamiento.

Estos dos ataques del imperio norteamericano tienen como finalidad destruir el núcleo duro del proceso de construcción de una nueva política en América, independiente, anti-hegemónico, integracionista, que puede derivar en un proceso evolutivo a formas no capitalistas de producción, la derrota de Venezuela saben bien que no sería una cuña, sería un portón abierto para avanzar en la eliminación de toda resistencia en Nuestra América.

En éste tablero se presentan como fundamentales las políticas de construcciones unitarias y solidarias con Cuba y Venezuela, pero también tomando las experiencias vividas de las dos formaciones políticas más importantes del cono sur (P.T. de Brasil y F.P.V. de Argentina), éstas deberían asumir la experiencia de lo que cuesta haberse alejado de los movimientos sociales y tratar de negociar y acordar con las burguesías y oligarquías locales y de abandonar las calles y avancen hacia las recuperaciones de los gobiernos con proyectos frentistas que agrupen a todas las organizaciones populares y movimientos y apliquen programas de gobierno con orientaciones no-capitalistas, que transformen las estructuras económicas, políticas y sociales, para construir una Nueva América lejana a la bota imperial.

La única opción que queda en todo proceso de cambio, es la profundización de las medidas que no permitan a las oligarquías y burguesías locales reagruparse para recuperar los espacios que perdieron ni al imperio hacer pié con sus organizaciones transnacionales.

Tomamos las palabras de Evo Morales cuando el miércoles pasado cerró la Cumbre de los Pueblos en Tiquipaya, Bolivia, “Unidad más unidad siempre será el triunfo de los pueblos en el mundo”, asegurando que para liberar a los pueblos de América Latina del imperialismo estadounidense se necesita unidad y lucha permanente. “Yo estoy casi seguro que si en cualquier país de América Latina primero nos unimos los movimientos sociales, nuestras revoluciones serían imparables”.

(1) http://internacional.elpais.com/internacional/2015/07/21/actualidad/1437508559_424492.html