Lo que el escritor latinoamericano, Mario Vargas Llosa, llamó “la sociedad del espectáculo” y la viralización del entretenimiento vulgar y sin sentido a costa, muchas a veces, de la integridad, la dignidad y la vida misma de muchos.
Hoy todos los ámbitos se reacomodan, gracias al ataque pandémico. Ese mundo vano del entretenimiento en el que la diversión tiene la primera página y todos los titulares a costa de un periodismo esclavo de los likes, difundiendo antes que información, chismes y escándalos, crearon de manera irresponsable dolosas industrias del entretenimiento. Hoy, en crisis.
Esa reacomodación universal de la opinión, de la información veraz y de los protagonistas de las mismas, provocan una necesaria traslación de esos personajes que infestaban la agenda comunicativa, aquellos ubicados en los ranking de consulta por su más recientes desnudos, infidelidades o escándalos mediáticos. Han sido enviados con desdén a la trastienda de la historia, expertos en nada y de la nada, que solo les queda morirse, el contagio del coronavirus o donar su dinero para ser nuevamente tendencia.
En buena hora ha vuelto, entonces, la opinión a ser parte de los discursos de los expertos, de los verdaderos investigadores, académicos, técnicos, científicos, maestros y docentes, pues en medio del miedo imperante, la amenaza a la vida es muy grave y debe tomarse en serio.
Curiosamente, esa nueva nómina de lujo, de opinión e información en Colombia, es la más mal paga. Hombres y mujeres que hoy son los protagonistas, siendo los encargados de afrontar en campo la obligación de cuidarnos, de guiarnos y desde sus laboratorios, aulas, tableros y escritorios, buscan protegernos con la autoridad que dan sus voces poseedoras de seriedad y estudio. Ellos ponen sobre el tapete lo maltrecha que estaba la sociedad contemporánea antes de la pandemia.
Incluso, los gobernantes locales y nacionales alrededor del mundo les ha vuelto el rubor al rostro ante sus acciones y falta de autoridad gubernamental, necesitando de estos nuevos poderes en un insólito orden planetario, donde se cierran las fronteras físicas, a la vez que se abren las fronteras del conocimiento arbitradas por la solidaridad y un fin universal, proteger la vida.
Se necesitan voces rectoras, voces de autoridad y no endilgadas por la frivolidad, el poder y los votos fraudulentos, si no por el carácter despolitizado en procura del bien solidario.
Un virus democrático, como el Covid-19, nos obliga a pesar del cierre de fronteras, a la colectivización de la humanidad, a pensarnos como colectivo y no como individuos. Asusta, entonces, que bajo esas premisas el capitalismo salvaje lance rugidos de auxilio ante el embate de un “socialismo” que insepulto se pone de pie.
Las universidades del mundo son, en esta situación, las protagonistas del cambio, por ser las madres del conocimiento y la investigación… y por proceder con axiomas humanísticos, como la capacidad de proteger y velar por el otro, desde el conocimiento y la acción comunicativa, sin las barreras políticas y económicas que, como fardos nauseabundos, pesan sobre los hombros de los gobernantes.
Son ahora los rectores, maestros y docentes los que están al frente del reto de sostener los procesos de aprendizaje a través de la virtualidad, los nuevos y verdaderos influenciadores y YouTubers de una nueva era social, marcada por la pandemia.
Llegó la hora de aplicar muchas de las enseñanzas del historiador israelí Yuval Noah Harari, en su libro “21 lecciones para el siglo XXI”: “en un mundo inundado de desinformación e información irrelevante se debe hacer el esfuerzo de combatir los propios prejuicios y buscar fuentes fiables”. Ahora le toca a los hacedores de conocimiento y eruditos tomar el control del mundo, por lo menos de ese mundo mediático y viral, un mundo donde los humanos como especie preferiremos la verdad sobre el poder y la protección de la vida, la vida de todos, sobre el vano entretenimiento.