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Las elecciones regionales en Colombia tuvieron dos grandes ingredientes: la derrota de toda la maquinaria electoral que montó el ex presidente, Álvaro Uribe Vélez, y el alto posicionamiento del voto en blanco. Una protesta de más de 800 mil personas quienes reafirmaron su inconformidad por la politiquería tradicional cuyos representantes en el poder viven de lo que aporta el pueblo al tiempo que, en buena proporción, alimentan la corrupción.

Si bien es cierto, la participación ciudadana en las urnas fue muy alta, disminuyendo el abstencionismo, se produjo un aumento inusitado de quienes marcaron en blanco, lo que dejó claro que ninguno de los aspirantes en el tarjetón colmaba sus expectativas.

Los departamentos con mayor porcentaje de votos en blanco fueron Caldas, Quindío, Risaralda Bogotá (Distrito Capital) y Antioquia.

La tarea era elegir 1.101 alcaldes, 32 gobernadores, 12.063 concejales, 418 diputados y 6.814 representantes de las Juntas Administradoras Locales. Como aspirantes, se inscribieron 117.822 candidatos inscritos para participar. De estos, 176 candidatos aspiraron a la gobernación, 5.817 candidatos para alcaldías, 3.583 candidatos para asambleas, 95.487 candidatos a concejos municipales y 13.389 candidatos a Juntas Administradoras Locales. Una voracidad sorprendente.

UNA CAMPAÑA VIOLENTA

Un denominador común en el proceso previo, fueron las amenazas de muerte y crímenes a líderes, mucho más –por supuesto—a quienes representaban los movimiento alternativos, de izquierda y el partido FARC. Un total de 230 personas fueron víctimas de violencia electoral en 139 municipios de 28 departamentos colombianos, y durante el último año, 22 candidatos fueron asesinados y 171 recibieron amenazas. Sencillamente, tenebroso.

Mientras que la llama de la inconformidad se ha visto refrendada con manifestaciones callejeras en Barcelona, Ecuador, Ahití y Chile, los colombianos decidieron pasarle cuenta de cobro a los politiqueros votando en blanco. Ojalá y esos más de ochocientos mil inconformes salgan a la calle en el Paro Nacional programado por las centrales obreras y sectores, estudiantiles, populares, indígenas y campesinos para el 21 de noviembre próximo.

DERROTADO EL URIBISMO

Un gran derrotado, y hay que insistir en ello, fue el expresidente Álvaro Uribe Vélez, el enemigo acérrimo de todo lo que suene a izquierda, y más –esta derrota– en su propia tierra, Antioquia.

Como hace cuatro años, el Centro Democrático que preside Uribe, vio como perdieron estruendosamente sus candidatos a la Alcaldía y la Gobernación de ese departamento del noroccidente colombiano. Alfredo Ramos perdió la Alcaldía frente a Daniel Quintero por más de 60.000 votos, al tiempo que el candidato a la Gobernación, Aníbal Gaviria, perdió frente a Andrés Guerra, quien le sacó una ventaja de casi 150.000 votos.

Álvaro Uribe, con el cinismo que lo caracterizar, se atrevió a enviar el siguiente trino: «Perdimos, reconozco la derrota con humildad. La lucha por la democracia no tiene fin.«.

En el caso de Turbaco, Bolívar, también se produjo una sorpresa: el triunfo del exguerrillero de las Farc Julián Conrado—cuyo verdadero nombre es Guillermo Torres Cueter–. Aunque el nuevo alcalde lideró los sondeos de opinión, su triunfo se constituye en el primero que logra excombatiente, pese a la campaña sucia que se adelanta en Colombia para diezmar a los líderes sociales.

Las elecciones le costaron a los colombianos $819.200 millones, de acuerdo con las cifras suministradas por las Registraduría Nacional del Estado Civil.

Para concluir hay que anotar que la izquierda tuvo repunte en al menos 53 municipios y ciudades, pero esta cifra pudo ser mayor en el país si se lograran zanjar las divisiones internas que le han permitido ganar ventaja a las fuerzas de derecha.

Por Fernando Alexis Jiménez | @misnotasdeldia