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Las manifestaciones en la emblemática Vía Laietana, la Rambla y otras arterias, en Barcelona, escenarios por varios días de protestas por la condena a nueve líderes independentistas de Cataluña, sumadas a las marchas en Chile, que llevaron en las últimas horas al presidente Sebastián Piñera a dar un reversazo en el aumento de las tarifas del metro, reafirman la validez de la movilización social con propósitos reivindicatorios.

Conscientes del enorme poder que tiene la unidad, países como Colombia, están empecinados en la criminalización de las expresiones populares en las calles. Sin embargo, lo que otrora desestimaron, encuentran hoy que puede ser un elemento desestabilizador para sus formas impositivas de gobierno.

En ese panorama mundial de toma de vías, han estado inmersos miles de haitianos que protagonizan protestan, en nutridas jornadas, para exigir la renuncia del presidente Jovenel Moïse. ¿El motivo? Lo consideran incapaz de resolver los problemas sociales de esa nación. No es algo nuevo. Las acciones comenzaron el 7 de febrero de este año. El mandatario y, por supuesto, varios miembros de su gabinete, están enquistados en el poder y se niegan a renunciar.

En Ecuador todavía están frescas las voces emocionadas tras la decisión del presidente Lenin Moreno, de derogar el Decreto 883 de octubre 1 que desmontaba los subsidios para los hidrocarburos y que fue el producto de largas protestas de indígenas, obreros y estudiantes en Quito y varias ciudades. Si bien, quizá no fue la mejor negociación, logró su objetivo: revertir la medida.

Las noticias que recibimos en diferentes latitudes, generalmente están permeadas por los filtros de los medios de comunicación masivos—a menos que usted consulte los alternativos, por supuesto— y tiene una perspectiva que no es la más objetiva. Rotulan a quienes protestan como vándalos. Una forma miserable y mezquina de desacreditar a los manifestantes.

Un ejemplo lo ofrece Colombia, en donde se dimensionan los enfrentamientos de los estudiantes, pero se desestiman los desmanes que ha promovido el Escuadrón Móvil Anti Disturbios—Esmad–. En procura de deslegitimar las movilizaciones, se ofrece información sesgada. Eso, por supuesto, ocurre en todas partes.

Pero ni las mentiras mediáticas, por grandes que parezcan, ni las medidas de represión que adopten los gobiernos, podrán frenar el gigante de la protesta social que está cobrando cada día más fuerza y reafirma una verdad que cada día vigente: unidos, podemos más.

Esas lecciones de España, Ahití, Ecuador y Chile, son las que deben alimentar el paro nacional que se prepara en Colombia para el 21 de noviembre y que, si llega a tener la fuerza demoledora de otras regiones del mundo, puede poner freno al gobierno de Duque y sus pretensiones de seguir golpeando a la clase trabajadora con reformas como la pensional y la de carácter laboral.

 

¿A qué se deben las marchas raquíticas en Colombia?

La del jueves 17 de octubre en Colombia, fue una movilización obrera, popular y estudiantil raquítica. Es el común denominador de lo que se viene apreciando en las marchas de los últimos años. Por supuesto, no faltará quien diga: “No estoy de acuerdo”. Respeto su opinión y le invito a mirar las fotos de los diarios, las imágenes de televisión y las propias gráficas que tomaron, quienes, como yo, salieron a recorrer las calles de Cali. Otro tanto ocurrió en Bogotá, Antioquia y demás capitales.

El tema que nos convocaba era y sigue siendo muy importante: el paquetazo del presidente Duque que incluye reformas de carácter laboral, pensional, salvavidas a las Eps en crisis a costa del bolsillo roto de los trabajadores y, la búsqueda que emprendió, de revivir la ley de financiamiento con otros componentes. El mismo perro con diferente guasca.

¿Cuáles son las causas? Vale la pena hacer la reflexión, exenta de toda prevención, para explicar el fenómeno al que nos enfrentamos.

Para justificar el asunto, podríamos decir que la capacidad de convocatoria es mínima, no concita. No es así. Sí hay convocatoria y compromiso de quienes definen las actividades. El problema, quizá, es la forma como le llegamos a la base.

Anticipo las críticas a mi opinión, pero es necesario revisar si la forma como transmitimos el mensaje, realmente está motivando a ser partícipes de las manifestaciones.

Pero debemos sumar tres ingredientes más que, a mi juicio, son claves. El primero, la indiferencia. Con tener un trabajo, así sea mal remunerado, millares de personas se conforman. El segundo, la falta de información apropiada—con plastilina—de qué es lo que se avecina. Y, por último, algo que no podemos desconocer: A una gran multitud de colombianos, incontable por demás, no le importa el mañana. Viven el presente, preocupados por los realitys de televisión, los partidos de fútbol, las carreras ciclísticas de Europa y los reinados de belleza, de lo que quiera: desde el chontaduro hasta la escogencia de la reina nacional de la papaya.

La gran mayoría desconoce o entierra la cabeza en la tierra, como el avestruz, frente a la realidad de que—como van las cosas—sus hijos y nietos no podrán jubilarse, deberán trabajar por horas y, a duras penas, los atenderán en una Eps para formularles aun cuando sea una tableta de acetaminofén.

Una reflexión final: con este abrebocas del 17 de octubre, que resultó desalentador en la mayoría de las ciudades, no puedo imaginarme que el paro nacional del 21 de noviembre próximo, tendrá éxito. Bien distinto de emblemático paro del 1 de septiembre de 1977 que pasó a la historia.

Definitivamente, nos falta la berraquera de los ecuatorianos, de los ahitianos, de los separatistas de Cataluña y de la juventud berraca de Hong Kong , que lleva meses en resistencia. Como diría mi abuela Mélida, nos falta pelo pa´moño…

 

Por Fernando Alexis Jiménez | @misnotasdeldia