Aunque se camufle de democrática la diplomacia de la fracción uribista, es guerrerista, belicista, comisionista y utilitarista de la mal vivida situación de millones de venezolanos, drama que sin escrúpulo alguno han exprimido convenientemente, sin ser siquiera eficaces en su imaginaria política de asistencia humanitaria.
Pues poco se ha hecho por los desdichados emigrantes venezolanos en nuestro país, más allá de someterlos de forma igualitaria a la hostilidad del capitalismo colombiano.
Resulta preocupante este hecho pues con la viabilización del TIAR (Tratado Internacional de Asistencia Recíproca) por la OEA el pasado miércoles lo que puede presumirse es un efecto contrario a la retahíla que la fracción uribista profesa como base de su campaña diplomática.
El TIAR es un retrogrado acuerdo militar constituido en América Latina e impulsado por los Estados Unidos en 1947 a inicio de la guerra fría. Aunque en decadencia, hoy pretende invocarse a manera de comodín en la brega por resolver por derecha la actual crisis venezolana. Conformada por 18 países de 35 de la región y en su esencia contempla acciones que van desde la ruptura de relaciones diplomáticas y consulares, suspensión de transportes marítimo, terrestre y aéreo, hasta acciones coercitivas de carácter militar.
Lo diciente resulta al advertir que, de las cuatro potestades de este tratado, las dos primeras ya han sido adelantadas durante los últimos meses de manera multilateral por las elites derechosas del continente que han virtualizado un gobierno paralelo en Venezuela, dando rienda suelta a la esquizofrenia gobernante de la derecha venezolana.
El manejo mediático de esta cuestión ha sido contradictorio pues mientras se denuncia y expone al gobierno de Nicolás Maduro como parte una estratagema “terrorista y castro-chavista” y se incita a la intervención imperialista de tipo militar en el vecino país, se profesa un discurso de falsa defensa democrática y voluntad pacifista enfocado a resguardar los intereses de las élites plutocráticas del continente, en medio de un hostil y complejo contexto de disputa inter-imperialista a nivel global y de un amenazante ambiente de recesión económica.
Asistimos a la implementación de una reaccionaria y anexionista diplomacia entre élites que subordinan a sus intereses de clase el interés general. Pero lo preocupante de este suceso es lo que se halla tras bambalinas, una estrategia de tipo gradual en contra de cualquier expresión alternativa al régimen del capital en donde la derecha colombiana ha decidido asumir un vergonzante liderazgo apretando dos derroteros definidos por la Casa Blanca, Venezuela y Cuba.
Se trata de la consolidación de condiciones diplomáticas y jurídicas para legalizar la intransigencia neo fascista en la región. Una modalidad de acción diplomática, ejecutiva y militar que no ha titubeado en combinar todas las formas de lucha legales e ilegales y que más allá de un tipo de intervención militar en un solo país, busca aniquilar las distintas fuerzas sociales y políticas que a lo largo y ancho de las fronteras nacionales y regionales buscan configurar proyectos de nación distintos a los establecidos por las élites dominantes en la región.
Por esta cuestión es que el remedio resulta peor que la enfermedad, pues el militarismo y el guerrerismo, aunque busque hacerse a mantos de legalidad, significa el inicio de un largo ciclo de violencia que hoy difícilmente comprometerá los intereses de un solo país, proyectándose como un nicho de conflicto militar de tipo regional.
El guerrerismo reaccionario se ha posicionado como base del poder de las élites conservadoras y fascistas de la región, a la vez, que mediante su accionar se trata de estabilizar la relación de dependencia y anexionismo de los países latinoamericanos al centro imperialista de los Estados Unidos cuestión altamente anti nacionalista y vergonzante.
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