Llegaron de primeros en la carrera espacial y hoy también llegan de primeros en la carrera contra el coronavirus. La vacuna rusa Sputnik V, por la rapidez con la que fue desarrollada y la comprobada efectividad que ostenta certificada por expertos de todo el mundo, parece revivir los tiempos de la guerra fría, a mediados del siglo XX, cuando Washington y Moscú se afanaban en dejar claro su poderío como capitales del mundo. Con el fármaco, que llegó a Venezuela como parte de la fase tres de sus pruebas clínicas, nuestro país hace parte protagónica en uno de los avances científicos de mayor expectativa en la historia contemporánea.
No en vano recibió el nombre del primer programa espacial soviético y de las primeras sondas que el gigante euroasiático envió al cosmos a finales de la década de 1950. Sputnik, que en ruso significa “Satélite”, fue el apelativo escogido para bautizar al medicamento que hasta ahora constituye la primera vacuna probada y aprobada para contener la pandemia de la covid-19 de entre más de 165 proyectos de vacuna a nivel global. Al ser bautizada con un nombre de tal peso histórico, el medicamento honra un pasado y marca la impronta de este en un presente que en mucho se le parece.
La historia de la vacuna es tan breve e intensa como la historia de la pandemia. Fue desarrollada por el Centro Gamaleya de Epidemiología y Microbiología, una institución científica rusa fundada en 1891 y que en el siglo XX tuvo un papel de primer nivel en la lucha contra epidemias de cólera, difteria y tifus, apoyando campañas de inmunización masivas en la Unión Soviética. En años recientes, el centro ha desarrollado tres vacunas contra el ébola con patente internacional y actualmente realiza ensayos clínicos avanzados en proyectos de vacunas contra la gripe y el Mers, todo esto con una tecnología fundamentada en el mismo principio usado para edificar la Sputnik V: Adenovirales, la palabra clave tras toda esta historia.
En español, por favor
El pasado 11 de agosto la Sputnik-V fue registrada por el Ministerio de Salud de la Federación Rusa tras superar en tiempo record los controles necesarios que certifican su efectividad y su inocuidad. La vacuna, que se aplicó en sujetos de prueba de diversa edad y procedencia en Rusia, incluyendo a la propia hija del presidente Vladimir Putin, probó dejar en quienes la recibieron una respuesta inmunológica al menos 1,5 veces más alta que la que tienen quienes han sufrido y superado la enfermedad, con mínimos efectos secundarios a corto plazo, que en el peor de los casos fue fiebre de 39 grados en algún momento posterior a las primeras 24 horas tras su aplicación.
Sobre Sputnik-V es amplia la información que puede conseguirse en Internet pero es poca la que realmente es comprensible para el público en general. Una síntesis en lenguaje sencillo debe comenzar diciendo que la plataforma tecnológica sobre la cual se sustenta el medicamento es el de los vectores adenovirales humanos, que se usa desde la década de 1980 en este tipo de fármacos con eficacia probada. El Centro Gamaleya es experto en esta tecnología, de hecho es la edificación principal sobre la cual construyeron sus tres vacunas contra la ébola y dos medicamentos contra el cáncer que se aplican desde hace 17 años.
Si tenemos claro que una vacuna, cualquiera que esta sea, basa su funcionamiento en el ingreso al cuerpo humano de una forma del virus a combatir (sea real o artificial) manipulada científicamente para lograr en el paciente una respuesta inmune; en este caso, los vectores adenovirales lo que hacen es que justamente usan como “vectores” es decir, como vehículo, como empaque, como transporte, al adenovirus, un tipo de virus que causa el resfriado común, pero manipulado de tal forma que no tiene gen (digamos, no tiene cerebro) y está inactivo, por tanto, es inofensivo.
Dentro de esta versión infértil del adenovirus, una especie de cuerpo en estado vegetativo, la vacuna lleva cual caballo de troya un pedacito de SARS-COV-2, es decir, del virus de la Covid-19, específicamente de la Proteína S que reside en las espinas o “patitas” que conforman su corona (a estas alturas creo que todos sabemos cómo luce el virus del coronavirus). Esta proteína es insertada en el lugar del cerebro del adenovirus previamente extraído, lo cual da como resultado un frankestein microscópico cuya única misión es entrar al cuerpo humano para dejarse aniquilar igual que un kamikaze por los soldados de nuestro sistema inmune.
Esa es la fórmula a grandes rasgos. Al entrar este compuesto en la célula del cuerpo del paciente, la porción de coronavirus inyectado genera anticuerpos, mas no la enfermedad ni sus consecuencias. Es decir, como pasa con todas las vacunas, el cuerpo cree que ya experimentó el padecimiento y responde en consecuencia sembrando por adelantado la protección permanente ante un futuro ataque de un enemigo que ya conoce. Es igual que una guerra. El vencedor ya conoce al vencido así que no se vuelve a dejar.
La vacuna rusa se aplica en dos dosis, cada una con 21 días de diferencia. Esto radica en una de las particularidades que diferencian a Sputnik-V de todas las otras vacunas en proceso, y es la utilización de dos tipos diferentes de adenovirales, el rAd26 y el rAd5, para potenciar el resultado final.
Si quien lee tiene interés en conocer más detalles sobre Sputnik-V, por supuesto, empacados en el lenguaje científico de rigor, la página web de la vacuna tiene información como para darse un banquete, y en español: https://sputnikvaccine.com/esp/
Las bondades de la vacuna no solo las enarbolan en su país de procedencia sino también voceros de gran prestigio científico a nivel mundial como la revista médica británica The Lancet, representantes del hospital John Hopkins de EEUU, de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, de la Clínica Hadassah de Israel, de la Cruz Roja Británica, de la Univerdad de Estraburgo, en Francia, entre otros testimonios fácilmente ubicables en la web. De hecho, el revuelo por el nacimiento de esta vacuna y sus prometedores resultados fue tal que hizo caer en la bolsa las acciones de laboratorios como Pfizer, en un 0,8%; las de Novavax, en 7,7%; y las de Moderna en un 2,5%, todos estos centros que también trabajan en proyectos de vacunas
Llegan a Venezuela
Menos de un mes después de su registro oficial, un lote de Sputnik-V llegó a Venezuela para que 2000 personas voluntarias de nuestro país se sometan a su fase 3 de pruebas. La guerra mediática contra la vacuna ha sido a sangre y fuego, pero como acto de fe y como muestra irrebatible de confianza hacia la sapiencia científica del país que puso al primer hombre (y también a la primera mujer) en el espacio, el presidente Nicolás Maduro informó que su hijo y una de sus hermanas son los primeros en anotarse en el voluntariado.
No es poca cosa. Es el primer país del hemisferio occidental en probar la primera vacuna aprobada para paliar la pandemia que en menos de un año ha cobrado más de un millón de vidas en todo el mundo.
Entonces, lo anunciado por el ministro del Poder Popular para la Salud, Carlos Alvarado, es que las pruebas de esta fase 3 en territorio venezolano tendrán una duración de 180 días. Las personas que deseen participar en el estudio deben cumplir con el requisito único de ser mayores de 18 años y no padecer de enfermedades crónicas. La inscripción del voluntariado se hará a través de una página web y de allí el equipo encargado del experimento seleccionará a 2 mil “sujetos de prueba”, como se le llama a las y los pacientes en estos casos.
Como es costumbre en las pruebas de medicamentos, una parte de la muestra recibirá efectivamente la dosis de la vacuna y otra parte recibirá un placebo de modo que sirvan como “control”, es decir, para hacer un comparativo de la evolución.
Explicó Alvarado que el convenio con Rusia al respecto de la Sputnik-V está previsto se dé en tres fases. La primera es la que ya está en marcha, participar en la fase 3 de pruebas, la segunda adquirir la vacuna, y la tercera la transferencia tecnológica y la producción de la vacuna en Venezuela.
Se ha criticado este ejercicio de intercambio científico que hacen Rusia y Venezuela con Sputnik-V, pero poco se comenta, por ejemplo, de las cuatro vacunas que se están probando en Brasil, en estadios muy inferiores de experimentación. La Universidad de Oxford, la empresa china Sinovac, así como las farmacéuticas Pfizer y Johnson & Johnson usan al país carioca como terreno de pruebas desde hace meses, con convenios similares al de Caracas y Moscú.
Es cierto que la historia de las pruebas de fármacos es larga y cruel. Los países pobres se han usado históricamente como laboratorios vivos para la experimentación de grandes corporaciones. Basta con revisar los efectos devastadores en mujeres de Centro América y Asia en quienes inconsultamente se probaron los primeros anticonceptivos, por ejemplo.
En cuanto a Venezuela, no es larga nuestra historia en lo que respecta a la prueba de fármacos con miras a la inmunización. En 1804 se vivió la primera experiencia con la llegada a Puerto Cabello de la vacuna contra la viruela dentro del cuerpo de seis huérfanos españoles en lo que la literatura médica llama la “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna”. Más cerca, en un experimento cien por ciento soberano, Jacinto Convit lo dio todo para lograr su vacuna contra la lepra y la leishmaniasis.
Las pruebas de la Sputnik-V se plantean como una experiencia inédita en el país que abre todo un campo de exploración científica para los grupos de investigación criollos, especialmente por el intercambio de alto calibre que implican, dentro de un estricto marco ético como premisa capital.
La guerra informativa sobre la vacuna rusa ha llegado al punto de afirmar que su lanzamiento favorece al movimiento anti vacunas, prediciendo catástrofes inminentes y mostrando burdos reconcomios, pero hasta ahora pruebas científicas han dejado sin base estas vociferaciones, que cada día recuerdan más a la guerra fría y a la carrera espacial. Se ha querido desmeritar a la ciencia rusa y se ha cuestionado la velocidad del trabajo en la vacuna, a pesar de que el afán fue el mismo que le ponen los laboratorios occidentales. Lo que sucede muy bien lo han caracterizado los voceros rusos: con la vacuna, tal como pasó con la carrera espacial, el mundo vive un nuevo “momento Sputnik”, solo que esta vez el viaje no traspasa los límites del cosmos sino que va a lo más diminuto pero vital de nuestra humanidad.