Nueva “normalidad”, si, pero anticapitalista.
Si nos descuidamos, una cierta emboscada conservadora nos atrapará en el reclamo que implora, a los cuatro vientos, “volver a la normalidad”. Es un “reclamo” que cree que lo “normal” es estar como antes. Volver a lo “normal” indica, acaso, estar como cuando no teníamos problemas o volver a los problemas a que estamos acostumbrados. No serán considerados aquí casos referidos a la Biología o la Química, por ejemplo. Lo “normal” sería: situación mundial de guerras, de falacias mediáticas, de usuras bancario-financieras… lo “normal” sería el capitalismo. Discúlpese la obviedad pero el diccionario de la RAE dice: Normal. Del lat. normālis. 1. adj. Dicho de una cosa: Que se halla en su estado natural. 2. adj. Habitual u ordinario. 3. adj. Que sirve de norma o regla 4. adj. Dicho
de una cosa: Que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano. 5. adj. Geom. Dicho de una línea recta o de un plano: Perpendicular a otra recta o a otro plano. Apl. a línea, u. t. c. s. f. 6. adj. Geom. Dicho de una línea: Perpendicular en el punto de contacto al plano o recta tangentes a una superficie o línea curvas. U. t. c. s. f. 7. f. escuela normal. condiciones normales diapasón normal onda normal valor normal. ¿Lo “normal” es según el cristal con que se impone?
¿Cuál sería la “novedad” en la “normalidad”. Es una “nueva” vieja historieta que ya Lenin, por ejemplo, combatió en su “Materialismo y Empiriocriticismo”[1] (1908) contra algunos vivales que traficaban con lo “novísimo”, que no era más que lo viejo sólo que disfrazado de nuevo con vocabularios enredosos. “Apoyándose en todas estas supuestas novísimas doctrinas, nuestros destructores del materialismo dialéctico llegan intrépidamente hasta el fideísmo neto…” la cosa parece ser ahora la misma. ¿De qué ilusionismo hay que echar mano para que lo viejo parezca nuevo? Hay que estar atentos a que la “Nueva Normalidad” no sea la misma vieja normalidad opresora sólo que refrita en las sartenes del Reformismo auto-remozado. “…toman las nuevas formulaciones de los antiguos errores por descubrimientos novísimos…” Lenin.
“Normal” sería, quizá, cierto estado en el que las cosas no cambian o cierta “estabilidad” de vida, de ánimo, de empleo, de salud, de felicidad… es decir, lo “normal” sería una ilusión, una utopía o un engaño. Ir a una “Nueva Normalidad” en oposición al estado de pandemia, por ejemplo, significaría haber superado los contagios, la debacle económica, la rutina laboral y los hábitos asentados antes de que el COVID-19 se detectara y se propagara. Sería una especie de “vuelta de página” superadora de un momento pretérito. Entonces ir a lo “normal” “nuevo” no debe ser un retroceso, una reversa del tiempo. Pero ¿cuándo hubo normalidad? ¿Podría temporizarse, fecharse, datarse? En un mundo azolado por la anarquía del capital, el dispendio y la fanfarronada oligarca, donde unos muy pocos controlan la inmensa mayoría de las riquezas… ¿es eso lo normal? ¿queremos volver a eso? Si es que alguna vez salimos.
Nada más anormal que el sistema económico que depreda al planeta y a la especie humana. Nada más anormal que poner al capital por encima de las personas; nada más anormal que el sufrimiento de la inmensa mayoría para el disfrute de una minoría insensible, indolente e irresponsable. Es absolutamente anormal lo que ocurre en el capitalismo, en su esencia y en su “ADN”. Aunque estemos muy acostumbrados. Siempre por imperativo ideológico, para afirmar categóricamente un acierto o un error, nos trafican el retruécano de la “normalidad” o la “anormalidad”. Algunos esconden así sus moralismos conservadores. “…impulsados por la ciega confianza que les inspiran los "novísimos" profesores reaccionarios…” Lenin. Pero esa parafernalia no es más que el núcleo contradictorio de la conciencia oligarca y sus patologías axiológicas. Lo “anormal” para ellos es lo distinto. Lo “normal” les permite diluir contradicciones en todos los fenómenos y su dialéctica. Lo “anormal” les complica el paisaje. No fue “normal” (aunque fuera lógica) la revolución bolchevique, a los ojos de los enemigos que la combatieron -y la combaten- dentro y fuera de ella. A cierta burguesía le encanta la idea de “normalidad” porque con ella diluye los abismos de clase fingiéndonos a todos iguales, pero sin derechos iguales para todos. Lo “normal” es que los ricos vivan bien y que los pobres padezcan. Por eso la normalidad burguesa es ofrecer igualdad de oportunidades, pero jamás la igualdad de condiciones.
Aceptar esa “normalidad” hegemónica nos somete y nos diferencia, nos resta identidad, es la forma de tenernos asustados para no salirnos de los límites. Y la “normalidad” les sirve, también, para discriminar a personas y grupos que no aceptan los estereotipos. Para ellos las “periferias” somos “anormales”, raros, diferentes. Y la idea de “normalidad”, entonces, ratifica y amplifica los estigmas de clase por geografía, historias, género y etnia. Impone su religión y su opio mediático. “Es lo normal”, dicen ellos.
Al otro lado de la realidad, lo “normal” es la disidencia, implícita y explícita. Nadie quiere vivir en la miseria “normalizada”, aunque se la publicite como muy renovada. Nadie anhela el espectáculo macabro del belicismo imperial como la “norma” que heredará a su prole. Nadie anhela la ignorancia, la desnutrición, la intemperie ni el desempleo que son tan “normales” en la lógica burguesa. Lo “normal”, y lógico, es que cada vez más personas, lo expliquen o no, repudien la idea de entregarse a un sistema de explotación fabricante de esclavos, enfermos y pueblos despojados. Lo “nuevo” es que la rebeldía salga por algún lado, que se vuelva organización, consciente y transformadora, y se vuelva lucha contra las injusticias, las enfermedades, la frustración o las desesperaciones diversas. Objetiva y subjetivamente. Lo único realmente nuevo, que no ha sido norma, es la comunidad que se organiza para sí, libre de clases y sometimiento. Lo “normal” ha fracasado.