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La guerra de relatos

Acabando enero y comenzando febrero, Colombia fue teatro de la más grande movilización guerrillera del continente desde los tiempos de la Revolución Mexicana. Un subejército compuesto por más de 6.000 combatientes armados con fusiles de asalto, ametralladoras tipo comando, armas de apoyo y material de intendencia se desplazó hacia las 24 zonas en las que se producirá en los siguientes meses su desarme e incorporación a la vida política legal. Una operación logística compleja en la

que vale aplaudir el profesionalismo de las Fuerzas Militares, la buena fe de los rebeldes, el compromiso de la oficina del alto comisionado de paz y los veedores internacionales, amén de la faceta humana que los medios hicieron de un acontecimiento trascendental para el país y el mundo. Salvo lo anecdótico, fue una operación limpia. 

 

La guerra de relatos

No se trató de una movilización victoriosa hacia la capital del país como la protagonizada por los rebeldes cubanos en La Habana en 1959 y los nicaragüenses en Managua en 1979, pero sí lo fue en el «cuarto mundo», el mismo al que se refirió un arrepentido Odín Sánchez que años atrás había sido condenado por la Corte Suprema de Justicia, junto a su hermano Patrocinio, por corrupción política. Gente pobre, colombiana, que no se ha dejado derrotar por la adversidad, agitando banderines blancos, se reunió a la vera de los caminos, los ríos, para despedir con nostalgia y esperanza a los guerrilleros que por décadas lograron establecer un orden que los protegía y les daba ese reconocimiento que el Estado nunca les brindó. Son victorias pequeñas, pero victorias al fin al cabo. Bien ganadas. 

 

Dicho esto, pienso que los chicos y las chicas de las FARC no han tenido suficiente imaginación para sacarle rédito a un rico episodio que bien podrían haber transformado, con algo de chispa y vista larga, en una página épica. En este tipo de lances los zapatistas de Chiapas fueron más listos. Una agrupación mal armada y limitada en términos territoriales a la que le bastaron unos pocos tiros al aire para cautivar a México y el mundo. Su arma principal fue la comunicación política. Los mexicanos y gentes de todos los continentes movieron ficha para evitar una masacre de los indígenas que habitan la Selva Lacandona que, desde entonces, se volvió en centro de peregrinación y solidaridad de líderes influyentes y de militantes que creían que todo se había acabado con la caída del Muro de Berlín. Hasta los jugadores del Inter de Milán, con millones de seguidores en el mundo, enviaron a los zapatistas una cantidad de dinero procedente de las multas internas del club.

 

Para desgracia de quienes seguimos creyendo en la Historia y tratamos de percibir «el aroma del tiempo», estamos expuestos a una realidad efímera, episódica, que se nos escapa como el agua recogida con las manos. Los hechos políticos se vuelven fugaces, por consiguiente, el actor político está obligado a tomar decisiones rápidas con el balón, a riesgo de que el adversario se lo quite. El juego lento es cosa del pasado. El empuje mediático del proceso de paz tiene un límite que vale aprovechar ahora mismo. Las FARC tienen que comunicarse con el país, con el mundo, no sólo con la vereda. Fue el éxito de los zapatistas. Presentar a «Voces de Paz» en una habitación pequeña como la celda de un prisionero y en un ambiente que parecía una conspiración de estudiantes de los 70, deja mucho que pensar.

 

Es preciso que la gente de las FARC y el ELN consigan entender que están frente a un momento político único, pasajero, en el que tienen que demostrar que son eficaces sin los fierros. Ahora mismo, su situación es parecida a la de esos futbolistas que llevan semanas en el banco esperando la oportunidad de mostrarse, hasta que llega el día en que faltando diez minutos para el final del partido el técnico mira hacia el banco y le hace señas para que se quite la sudadera. En esos diez minutos puede ganar aplausos o rechiflas.

 

Vuelvo a insistir, si las FARC y el ELN no se desprenden de cierta retórica y no consiguen construir un relato convincente, seductor, mediante el cual narren al país lo que son, de dónde vienen, lo que hicieron y lo que piensan hacer, no tendrán mucho chance y éxito en la política, hasta el punto de que toda una historia de lucha corre el riesgo de disiparse en el aire, como las volutas de humo. La memoria política se construye, escribía una amiga que anda mal de la cabeza, si fabricas un buen relato y lo mantienes vivo. Loco, me dijo mientras el enfermero le aplicaba una dosis de valium en la vena para apaciguarla, la gente no recuerda los hechos sino sus recuerdos. 

La guerra con los fierros se está volviendo cosa del pasado. Las FARC dejaron de disparar hace mucho rato y esperemos que el ELN lo haga también. La que viene es una guerra de relatos. Hasta el momento el relato que prevalece sobre la naturaleza de la guerrilla es el manufacturado por el establecimiento, con un grado de eficacia que hasta gente que se promueve de izquierda se lo ha tragado entero, tanto como que están empeñados en perdonar los pecados mortales del sistema y condenar sin expiación los cometidos por la guerrilla.

 

La reciente encuesta de febrero realizada para W Radio y el diario El Tiempo muestra una imagen desfavorable del 77 % de la clase política colombiana, la misma que ha confeccionado el relato contra las guerrillas. El precandidato presidencial Iván Duque, el favorito del expresidente Uribe, tiene el 64,3 % de imagen desfavorable. Se trata de operadores políticos en decadencia, con historias vacías, cuyas carreras políticas son el resultado de compincherías. Son relatos débiles, vulnerables, a los que se les pueden oponer narraciones verdaderas, cercanas, como las de los líderes sociales o de hombres y mujeres venidos de abajo que han arriesgado el pellejo por sus ideas.

 

Remate: ¿Podría el partido que brote de las FARC inventar un logo que no sea el de dos manos entrelazadas formando un corazón? Está muy trillado y lo han empleado los Verdes de Alemania.