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Causan placer y generan daños

El sobrepeso, la obesidad y la diabetes son fenómenos multifactoriales. En general son producto de la vida sedentaria moderna y de la ingesta calórica excesiva. De modo que el incremento en la actividad física y el decremento en la ingesta calórica serían las primeras recomendaciones para combatir exitosamente esas tres patologías que en México y en muchos otros países constituyen una verdadera epidemia.

 

Pero conseguir que la población incremente su actividad física no es tarea sencilla. Son una inmensa minoría las personas que hacen deporte sistemáticamente. Y lo mismo puede decirse de otros tipos de actividad física. La vida moderna no implica la necesidad del esfuerzo físico. 

 

Y lograr que la población renuncie voluntariamente a una ingesta alimenticia abundante y sobreabundante es, como lo prueba la experiencia mexicana y universal, una tarea de muy difícil cumplimiento. 

 

La cantidad de alimentos ingeridos, sin embargo, no explica del todo la existencia y crecimiento de esas tres patologías. También cuenta la calidad, es decir, el tipo de alimentos consumidos.

 

Se sabe bien que la comida rica en carbohidratos y particularmente las bebidas azucaradas que produce la industria refresquera son los factores más importantes de sobrepeso, obesidad y diabetes. 

 

Por eso es que hace más de diez años las autoridades de salud mexicanas emprendieron una cruzada para desestimular el consumo de esas bebidas. El punto central de esa campaña desestimulante fue la vía fiscal. Se creó por ley un impuesto de un peso por litro de refresco. Es decir: se encareció el producto sabiendo, como se sabe, que el sobreprecio sería pagado por el consumidor final.

 

La lógica económica de la medida era impecable: un aumento de precio debe conducir a una disminución de la demanda. Pero este postulado económico no siempre se cumple. Existe abundante experiencia histórica demostrativa de que a pesar del aumento de precio de equis producto no cae la demanda del mismo. Es el caso paradigmático de las gasolinas y, en general, de los combustibles.

 

Luego de casi diez años de haber entrado en vigor el impuesto desestimulante los resultados en la baja en el consumo son bastante pobres. Según se nos dice en los medios de comunicación, la Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que gracias a ese gravamen el consumo de refrescos descendió en seis por ciento en 2014 y en ocho por ciento en 2015.

 

Los resultados, como es claro, resultan decepcionantes. Pero ahora los promotores de la vía impositiva plantean la necesidad de incrementar el impuestos en ciento por ciento: de un peso a dos pesos por litro. ¿De aprobarse el nuevo gravamen habrá buenos resultados? Quizás tan decepcionantes como los ya conseguidos.

 

¿Qué hacer entonces? ¿Más información sobre los perjuicios que causan las bebidas azucaradas? Ya hay suficiente, pero nunca saldrá sobrando que haya más. Como en el caso del tabaquismo, el alcoholismo y la afición a las drogas no etílicas el punto central del problema radica en ese gusto humano por consumir productos que al mismo tiempo causan placer y generan daños. Y contra ese gusto no parece haber armas suficientes.

 

Y lo mismo puede decirse del gusto por comer en exceso. Las raciones grandes y notoriamente excesivas son el pan nuestro de cada día. La moderación y  el raciocinio al comer y beber no parecen ser cualidades del ser humano moderno.

 

Moderación y raciocinio serían las medidas adecuadas para combatir y vencer estos flagelos patológicos que nos agobian. ¿Queda espacio para la esperanza? ¡Ah!, el placer de comer y beber en exceso.