Ataque de celos geopolítico es lo que ha padecido la Organización de los Estados Americanos (OEA) frente a la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Es en cierta medida comprensible si se considera que lleva demasiado tiempo sintiéndose como un segundo plato.
La OEA estuvo siempre mal acostumbrada en el siglo pasado a hacer lo que quería en cualquier país del continente. Miraron siempre para otro lado cada vez que se produjo un golpe de estado a favor de sus propios intereses. Activaron Cartas (Anti) Democráticas para derrocar a gobiernos legítimos. Estaban habituados a ser los reyes del mambo en la región hasta que llegó el Comandante (Chávez) y mandó a parar.
Sí, definitivamente, Chávez obtuvo una gran victoria de época. De esas que perduran más allá de los años que transcurran. En estos momentos, en los muchos ya andan montados en el carro de los pronosticadores del fin de ciclo, la realidad nos volvió a resituar en clave geopolítica. Es verdad que la región ha cambiado mucho en estos últimos tiempos luego de las derrotas electorales de Venezuela (legislativa) y Bolivia (repostulación de Evo) y de la victoria de Macri en Argentina. Pero esto no significa que todo lo logrado se ha esfumado. Una demostración de esto es que la OEA sigue incapacitada en este ciclo histórico para imponer criterios del norte a la hora de solventar los problemas en el Sur.
La OEA no pudo mas con su propia patología, sus celos frente a Unasur. Sigue sin saber cómo digerir que la hegemonía ha cambiado de bando en materia geopolítica en la región suramericana. No puede soportar el protagonismo decisivo de Unasur en el caso venezolano. Desde hace meses, la Unasur, con Samper a la cabeza, conjuntamente con 3 ex presidentes de otros países de afuera (Zapatero, Torrijos y Leonel Fernández), están jugando un rol importante en el dialogo entre gobierno y oposición. Basado en el respeto a la soberanía, han venido construyendo una hoja de ruta que ha comenzado a dar sus frutos. Esto no gusta casi nada a los que siempre dirigieron los conflictos con control remoto. Lo intentaron con una carta de su secretario general, Almagro, y quedó en ridículo porque ni sus propios aliados ideológicos lo apoyaron. Colombia y Argentina, por ejemplo, les dieron la espalda.
El verdadero ganador en el pugilato entre OEA y Unasur ha sido indudablemente Chávez. O se podría decir de otra manera: el legado de Chávez ha vuelto a ordenar el tablero geopolítico en un escenario altamente complicado. Es la lectura de época que debemos hacer. Una vez más, ganó el sentido común bolivariano que parecía estar en riesgo luego del golpe de Estado en Brasil. Chávez siempre supo que no hay revoluciones puertas adentro si éstas no vienen de la mano de revoluciones afuera. La soberanía nacional solo es viable en el tiempo si está acompañada de construcciones supranacionales que lo garanticen. La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y precisamente la Unasur conforman una arquitectura de época que ha vuelto a demostrar su eficacia.
Este consenso, el bolivariano, frente al viejo consenso de Washington, es el verdadero logro irreversible del siglo XXI. Se ha constatado una vez más que todavía tiene alta capacidad para afrontar cada avatar interno o cualquier intento de injerencia externa. La OEA se quedó sin trofeo. Aún peor: quedó grotescamente marginalizada. Es cierto que ganó la agenda por unos días, pero sufrió un tal traspiés en modo de boomerang que le hizo salir más débil de lo que ya venía.
La Unasur sale fortalecida de este embate. Es una oportunidad de oro para que esto sirva para catapultarse nuevamente. El desafío lo tiene ahora en Brasil. Unasur ha de demandar activamente una Solución Democrática mientras la OEA no activa su Carta Democrática para este asunto. Unasur podría tener un papel decisivo en esa contienda si pisa el acelerador. Podría matricularse con cum laude ahora que muchos creían que estaba más muerta que viva. Luego de cierto repliegue relativo, siempre llega un buen momento para una ofensiva política. En este escenario de América latina en disputa, la región vuelve a necesitar pensarse a sí misma como región.