
El último viaje a las playas de la Costa Caribe colombiana, estuvo acompañado de un clima fresco, por el invierno; agradable, a pesar de las lluvias nocturnas que multiplicaban a los mosquitos al otro día. El mar, apacible, amaneció algunos días como una piscina. Son esos sitios paradisíacos en donde la rutina se cambia por una hamaca. Nada de televisión ni de prensa. Hasta se olvidan las deudas.
Apenas fue en el viaje de regreso, por el periódico en el avión, que me enteré del movimiento separatista de Cataluña. Tal vez por la edad o por la modorra a la que se había acostumbrado el cuerpo por los recientes días de descanso, los ojos se fueron poniendo pesados con la lectura.
No sé en qué momento comencé a leer en las páginas interiores, que los costeños también habían iniciado un movimiento separatista. Ahora la arepa’e huevo, el bollo limpio y las hamacas, tenían que ser importadas, previo pago de los derechos de propiedad intelectual.
Así las cosas, la Costa Atlántica se había vuelto un destino turístico internacional. Se había una tragedia para los cachacos de clase media, el tener que sacar visa para ir a Coveñas; doscientos mil pesos era el costo del documento, que se adquiría en una larga fila atendida directamente por el Ñoño Elías, quien sonriente guardaba los billetes en una mochila que le cruzaba el pecho; es decir, se los “enmochilaba”.
Las aglomeraciones eran fenomenales en la nueva frontera de la Apartada, la cual era custodiada por las barras bravas del Nacional, de un lado; y del otro, por las del Junior. Estos últimos alegaban que las dos copas libertadores, ya no tenía valor porque el país ya no era el mismo; los otros las defendían. También pedían los costeños que se le reconociera a su equipo una estrella por cada subcampeonato, por finales perdidas con equipos del interior. Eran sorprendentes la radicalidad y el fervor con los que ambos seguidores esgrimían sus reclamos, hasta el punto de estar dispuestos a ofrendar sus vidas. Se alcanzaban a apreciar algunas armas. De los carros que por fin lograban pasar, pocos se escapaban de las piedras y los grafitis insultantes de lado y lado.
Eso siendo optimistas en los límites; pues los costeños ya vienen por Puerto Berrío, Barranca, Ocaña, Barbosa, Urabá, Santa Fé de Antioquia, el Parque de Berrío, la U. de A, la Plaza de Bolívar, el capitolio, la Universidad Nacional, etc.
La Sede de gobierno ya no era la Casa de Nari, sino que se ubicaba en el Ubérrimo -tal como siempre ha sido- cuyas tierras se extendían ahora hasta la alta Guajira, como resultado de la pujanza y el emprendimiento paisa. En ellas ya no se veía ni un ranchito, ni pescadores malolientes, ni campesinos sudorosos, ni si quiera un cementerio; pues, incluso los muertos habían sido desplazados. Eso sí es progreso.
Con honores, Musa Besaile era el nuevo Fiscal General de la Nación. La procuraduría era pulcramente regentada por Oto Bula. Alejandro Ordóñez, operaba como el nuevo vicario de Cristo en este joven país que no reconocía al Papa Francisco, por castrochavista internacional. Él dictaba encíclicas en latín, que eran verdaderas joyas clásicas de la literatura universal y de la moralidad. En ellas condenaba el voluptuoso cuerpo de las mujeres porque conducían al hombre al pecado. Estableció, como contrapartida, que se les revisara muy bien las manos a los adolescentes, no fuera ser que les saliera un pelito en las palmas; orientación que era seguida estrictamente por los profesores, con lupa en una mano y una regla en la otra. Nunca faltaban los que se hacían acreedores a una golpiza, por la práctica rimante. Este piadoso hombre, tampoco era partidario de la eutanasia; pero nunca dudó en solicitarla cuando se enteró de que Gustavo Petro había llegado al desvencijado puesto de salud de Ciénaga de Oro quejándose de un uñero.
Néstor Humberto Martínez, ya pensionado, se había mudado a una casa campestre ubicada justo al borde la ruta del sol, en un predio donado por la familia Parody, por sus excelentes servicios a la patria y por su juiciosa investigación en el caso Odebrecht. Al frente quedaba un peaje por lo que el dueño había dotado estratégicamente al terreno de puertas a lado y lado. “Por si falla la talanquera y no afectar la movilidad” argumentaba y además, “porque siempre hay que dejar una salida”, anotaba.
Pero con esta separación tropical se afectaba el orden constitucional, ya que a Vargas Lleras le correspondía la presidencia por línea dinástica y ahora no se sabía si la Costa Atlántica era parte del reino. Sabiamente, Uribe propuso consultar los mapas del Agustín Codazzi, que tan detalladamente se levantaron durante sus gobiernos, o sino que definiera Trump.
El país se convulsionaba y comenzaba a temblar. Ahí fue cuando abrí los ojos –otros pasajeros no lo hicieron- Por fin habíamos aterrizado. Una señora a mi lado, apretaba una camándula agradeciendo a María santísima porque no había pasado nada. Igualmente, nada había cambiado en el país.
Octubre 8 de 2017