
El compañero Carlos Duque ha publicado en el portal Razón Pública, del 31 de julio, un artículo sobre Venezuela. Aparece bajo el título Capitalismo: ¿Fantasma o realidad en Venezuela? Tras suponer que tanto la derecha como las izquierdas a nivel internacional coinciden en señalar, unos para atacar y otros para defender, que en Venezuela ha desaparecido o está en trance de desaparecer la “economía capitalista”, se mete en la tarea de demostrar lo contrario, es decir, que después de diecisiete años de gobiernos chavistas, en la patria de Bolívar campea el capitalismo como régimen económico.
Al enfrentar su cometido, Duque comienza formulándose la pregunta ¿Qué tan capitalista es la economía venezolana? Para respondérsela enuncia lo que según él son las características esenciales de toda economía capitalista: producción mercantil generalizada, existencia de una clase capitalista y de empresas privadas, alta participación del trabajo asalariado en el sector privado y acumulación privada de capital, lo que en realidad vienen a ser algunos rasgos del modo de producción capitalista tal como lo analizara Marx en El Capital. Fijado este planteamiento teórico, pasa entonces a exponer la forma en la que él considera cobran cuerpo y realidad tales características en la sociedad venezolana, para lo cual salta del plano teórico inicial al del análisis empírico, que en su trabajo se reduce al uso y manejo cuantitativo de los fríos datos estadísticos sobre el producto interno bruto, número y tipo de empresarios, cantidad de asalariados, composición del empleo, etc. Hecho el ejercicio, las cifras le muestran que más del 50% del PIB es generado por el sector privado, que las expropiaciones efectuadas por el chavismo apenas han afectado a menos del 1% de los empresarios, que 8 de cada 10 trabajadores aparecen aún vinculados a la empresa privada y que la acumulación privada de capital se ha incrementado entre 2010 y 2014, lo que al analista le es suficiente para despacharse con la conclusión de que la economía venezolana es capitalista en tanto está basada en el mercado, la propiedad privada, el trabajo asalariado y la acumulación de capital. Consecuencia, según él, de que las políticas económicas del chavismo (controles de precios, subsidios, expropiaciones marginales, etc.) no han cambiado el carácter capitalista de la economía venezolana, ni constituyen la expresión de una revolución social que haya derrocado a la clase dirigente, sino más bien una reforma social en el marco del respeto al gran capital, nacional y extranjero…
Sin entrar a analizar todavía el alcance y contenido de la conclusión, llama la atención el hecho de que en el planteamiento de Duque, que desde el punto de vista teórico prometía ser el análisis de la naturaleza de la formación económico social venezolana, no haya contexto histórico y social, ni clases sociales, ni sujetos ni actores socio-políticos, tampoco hay conflictos ni lucha de clases. Apenas cifras, frías cifras estadísticas. Tampoco hay movimiento ni dinámica social e histórica. Hay fotografías, por lo demás defectuosas, pero no la película en movimiento. Grave que un marxista revolucionario, como lo es el compañero Carlos Duque, omita tener en cuenta que en el análisis de situaciones específicas, como la que él avoca en su trabajo, siempre será necesario tomar en consideración, sino todos los factores socio-históricos concurrentes, al menos los más influyentes y determinantes, tanto los que atañen a factores estructurales como aquellos relativos a los sujetos interactuantes, o a la relación entre aquellos y éstos. Por lo que muy sabiamente advertía Vladimir Ilich en su época: lo concreto es concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones. Pero en vez de esta perspectiva teórica, Duque optó por un recurso metodológico muy en boga en las ciencias sociales positivas, aportado en su momento por Max Weber, y conocido entre sociólogos y economistas como los tipos ideales, que no son sino constructos teóricos y abstractos con los cuales el investigador contrasta la realidad fáctica de su objeto de estudio, la que a su vez es captada y tratada a través de proyecciones econométricas y la elaboración de sofisticados cuadros estadísticos que miden y comparan el comportamiento cuantitativo de determinadas variables que el investigador pone en juego, lo que ciertamente le confiere al trabajo una apariencia de cientificidad y de verdad incontrovertible. Muy docto, dirían algunos. De esa manera entonces, lo que en el plano teórico inicial aparecían como rasgos característicos de la formación social venezolana (así equivocadamente el autor los denomine como características esenciales de la economía), en el estudio de la realidad social concreta terminan convertidos en variables disecadas, meros datos de una realidad inanimada, propio de los estudios inspirados en la vulgata positivista que ha ganado dominio en los escenarios convencionales de las ciencias sociales.
Esta desconcertante filiación positivista y su deriva tecnocrática le impiden al compañero Carlos Duque develar y criticar el trasfondo social y político de todo cuanto se vive en la Venezuela de hoy, lo que supondría un mayor esfuerzo de análisis teórico y político, pero al mismo tiempo pondría al analista a salvo de precipitarse con conclusiones descalificadoras, dogmáticas y sectarias desde el punto de vista político.
Si Duque hubiera hecho el esfuerzo, de entrada se habría topado con el hecho notorio y determinante que ha marcado la historia de Venezuela en lo que va corrido del siglo: en ese país está en curso un proceso de transformación social y política con aspiraciones antiimperialistas e inspirado en un ideario de transformaciones democráticas y de lucha por el socialismo. Es un proceso que se desató con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de la república en 1999, y se ha nutrido del apoyo popular y la resistencia social de los de abajo, cuyas potencialidades se habían expresado ya a través del caracazo diez años antes. A pesar de las dificultades y vicisitudes por las que ha venido atravesando, es prematuro aún afirmar que tal proceso haya concluido.
Elegido presidente, Chávez toma dos decisiones que serán fundamentales en el curso subsiguiente de la lucha de clases en Venezuela. Lo primero que hizo fue propiciar un reordenamiento institucional del Estado a través de una Asamblea Nacional Constituyente de elección popular y la adopción de una nueva Constitución Política. Conservando la estructura básica del Estado democrático y liberal de derecho instauró formas de democracia directa y garantías en el ejercicio del sufragio universal que han significado una presencia real del pueblo en el control del poder público, iniciando con ello lo que pudo ser el tránsito de la república oligárquica y burguesa a la república democrática y plebeya. De la mano de Chávez, los trabajadores y el pueblo raso cobraron protagonismo social y político como nunca antes se había visto en Venezuela. Pero el acto por excelencia de la revolución chavista en su primera fase sería sin duda la decisión de arrebatarle a la burguesía el control de la renta petrolera para ponerla en manos del Estado, lo que significó una real y efectiva nacionalización del petróleo venezolano, con la cual se ha financiado la ejecución de un vasto programa de reformas económicas y sociales en beneficio de los sectores más pobres y marginados de la sociedad. Su programa económico incluyó la nacionalización de otros sectores importantes de la economía y la expropiación de diferentes empresas de capital nacional y extranjero, muchas de las cuales pasaron al control del Estado y de los trabajadores. Parejo con esto, Chávez logró liberar al país de la férula del FMI y el BM, ganando soberanía en las decisiones económicas de su gobierno y demostrando que era posible gobernar la economía y mejorar sustancialmente el nivel de vida de la población sin necesidad de entregarse a la hegemonía del mercado.
Tan importante como lo anterior ha sido la perspectiva internacionalista incorporada a la revolución chavista desde el principio. Chávez asumió el proceso venezolano como parte de la gesta libertaria del continente. De ahí su internacionalismo militante, expresado en el respaldo entusiasta e incondicional a los nuevos gobiernos de izquierda y progresistas de la región. Con todos ellos fue solidario y practicó una diplomacia de ayuda y hermandad. La misma que desde un principio había seguido con Cuba y otros gobiernos del Caribe. Esta gesta libertaria logró en su momento cambios sustanciales en la correlación de fuerzas en la región, haciendo recular el tradicional dominio de los norteamericanos en el Continente. Sin Chávez no hubiera sido posible la constitución de instituciones como Unasur, el Banco del Sur, el Alba y la Celac, con lo cual buena parte de América Latina y el Caribe ha sentado las bases que podrían facilitar su tránsito por la senda de la integración y la solidaridad de sus pueblos. A esto se debe el interés que hoy suscita la revolución venezolana en buena parte de la izquierda del continente latinoamericano e incluso europeo. En un momento crítico y crucial para Venezuela y el continente, Chávez logró convencer al conjunto de los pueblos de América Latina de que el mercado no era una fatalidad y que es posible la construcción de alternativas al capitalismo. Era el renacer de una esperanza. Como el Ché en su momento, Chávez no dudó en nombrar esa alternativa, la de la esperanza rescatada, como socialista. Socialismo del siglo veintiuno, diría él. Desde entonces la izquierda latinoamericana vive un inusitado y renovado interés por los problemas de la revolución y el socialismo, por los temas del programa, la estrategia y la táctica revolucionaria, los asuntos del partido, las alianzas, el sujeto de las transformaciones y otros temas que la revolución bolivariana ha sacado a flote nuevamente.
Con el apoyo y la movilización de los trabajadores y el pueblo, el gobierno chavista ha tenido que enfrentar la intromisión y prepotencia imperialista de los Estados Unidos y otras potencias, así como la ofensiva y los intentos de sabotaje de los inversionistas extranjeros. Esta resistencia ha estado acompañada del despliegue y ejercicio de una diplomacia audaz, que le ha permitido a la revolución abrir nuevos mercados para su producto de exportación, diversificar y atraer nuevos inversionistas y ganar aliados en la geopolítica mundial. Hoy cuenta con el apoyo de Rusia, China, India e Irán, tras haber concertado gruesos negocios con los gobiernos de esas naciones.
Pero de igual manera, la revolución ha tenido que lidiar, desde la primera elección de Chávez, con la resistencia de la oligarquía venezolana, que en forma sistemática acude no sólo al sabotaje económico sino también al golpe de estado, así como al terrorismo y la violencia abierta contra el gobierno y otras instituciones estatales. Durante tres lustros continuos de gobierno, el chavismo le ha propiciado derrotas políticas y electorales contundentes a la burguesía venezolana, lo que unido a la recuperación estatal de la renta petrolera, la expropiación de sectores importantes de la economía y las políticas de reforma agraria ha significado un debilitamiento sustancial de los factores reales de poder del establecimiento burgués y oligárquico. Sin embargo, ello está aún lejos de constituir una derrota histórica y definitiva de la burguesía venezolana. Chávez lo sabía, y por experiencia propia sus herederos políticos lo saben también. El triunfo obtenido por los partidos de la derecha en las elecciones para la Asamblea Nacional Legislativa de 2015, así como el apoyo que suscita entre las burguesías de la región, de Norteamérica y Europa, ponen de presente que la burguesía venezolana no se ha dado por vencida y que está dispuesta a participar de futuras batallas por el control definitivo del Estado y la economía de ese país. Y en este empeño ha contado y cuenta con el apoyo irrestricto de los gobiernos de los EEUU, que tampoco se resigna a perder la fuente de hidrocarburos más importante en esta parte del mundo, ni a tolerar otro experimento revolucionario en el continente.
Por eso no es extraño que, así como en el Chile de Allende, en la Venezuela de Chávez la resistencia de la burguesía local tenga detrás la presencia e intervención del imperialismo norteamericano. Pero la Venezuela de hoy no es el Chile de entonces. Las inconsistencias y vacilaciones del gobierno de la Unidad Popular fueron audazmente capitalizadas por la burguesía chilena, que en alianza con la CIA y el Pentágono norteamericano orquestaron el golpe militar de Pinochet en 1973, tres años después de haber sido electo presidente Salvador Allende. En Venezuela, dado el compromiso institucional y político de las Fuerzas Armadas con el proyecto chavista, demostrado en más de una oportunidad, lo que por lo demás se le debe al desempeño político de Chávez y su procedencia castrense, a la burguesía venezolana y al gobierno de los EEUU se le ha dificultado proceder de la misma manera. Ante esta dificultad, acuden entonces a la alternativa de propiciar las condiciones que conduzcan a un proceso destituyente para llevarlo a efecto, conforme fue ensayado con éxito en Honduras, Paraguay y Brasil recientemente.
En Venezuela este ensayo ha contado con dos premisas para ponerlo en obra: en primer lugar, una eficaz campaña de propaganda y agitación política dirigida a exasperar a las masas empobrecidas que han servido de apoyo y sostén del proyecto chavista, buscando la movilización y el levantamiento insurreccional de las mismas contra el gobierno de Maduro, aprovechando para ello la crisis económica y social interna que ha generado la caída de los precios internacionales del petróleo, la incapacidad del gobierno para ofrecer una respuesta inmediata a la crisis y la sensación de orfandad política en que cayeron amplios sectores de masas tras la desaparición del Chávez; en segundo lugar, la existencia de una Asamblea Nacional Legislativa controlada por la derecha, esperando el momento propicio para destituir al presidente de la república. Una enorme campaña mediática, presentando a Maduro como un dictador y a su gobierno como represivo y sanguinario, se encargaría de galvanizar las conciencias para efectos de legitimar el golpe ante la opinión pública local e internacional. Toda esta operación ha sido orquestada con el apoyo y asesoría directa del Pentágono y la CIA, de la misma manera que lo hicieron en los países ya mencionados. Este es el punto que los marxistas revolucionarios no pueden soslayar en el momento de analizar lo que actualmente sucede en Venezuela, a riesgo de extraviarse en el análisis y derivar a conclusiones equivocadas, que le hacen eco a las creaciones mediáticas sobre una supuesta pretensión de Maduro de erigirse en gran dictador. La verdad monda y lironda es que el chavismo enfrenta un desafío frontal y violento de la burguesía local, apoyada por el imperialismo y los gobiernos de derecha de la región, con el propósito manifiesto de desalojarlo del gobierno y de todas las instituciones centrales del Estado y restaurar el orden oligárquico subvertido desde la llegada de Chávez al gobierno.
Frente a la arremetida, el chavismo no ha hecho sino defenderse, como lo haría cualquier gobierno legítimo, elegido democráticamente. A diferencia del Dilma y el PT en Brasil, los chavistas no capitularon, por el contrario, le han hecho frente a la ofensiva restauradora convocando a las masas a la movilización en defensa del gobierno y las conquistas de la revolución. La decisión del presidente Maduro de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente como escenario de diálogo y paz y como alternativa política e institucional a la crisis, le permitió al chavismo retomar la iniciativa y recuperar el control pleno de la situación política, tras haber resistido durante varios meses la más feroz escalada de violencia y terror por parte de la derecha. Una audaz movida táctica que puso a los chavistas en posibilidad de recuperar parte del apoyo de masas perdido por efectos de la crisis económica y los errores cometidos, con lo cual empieza a gestarse nuevamente un cambio de la correlación interna de fuerzas a favor de la revolución.
Es cierto que el chavismo ha obtenido un triunfo transitorio al lograr desactivar la escalada violenta y terrorista y doblegar la intentona golpista y destituyente de la derecha, cuyos partidos, en su gran mayoría, han aceptado participar de las próximas elecciones para alcaldes y gobernadores convocadas por el gobierno que han pretendido derrocar. Con todo, los riesgos de una contraofensiva burguesa aún permanecen. La derecha local continúa activando sus relaciones internacionales con los gobiernos y partidos de la burguesía tanto de Europa como de Norteamérica, buscando apoyos y respaldos para sus planes de desestabilización mientras prepara una nueva contraofensiva. Particularmente preocupantes son las recientes amenazas del presidente de los EEUU de no descartar una operación militar contra Venezuela. Aunque una acción de esta naturaleza no aparezca viable en lo inmediato, sería un error desestimarla. Por tal razón, Venezuela y el chavismo requieren hoy de la más amplia y efectiva solidaridad del movimiento obrero y la izquierda mundial contra la intervención militar y la agresión económica y financiera de los EEUU.
La izquierda marxista del continente, así como el chavismo, tendrán que admitir y reconocer, con sentido autocrítico, que la escalada de la derecha durante el gobierno de Maduro se debe en buena parte a los desaciertos y equivocaciones en que ha incurrido la dirección chavista durante todo el período revolucionario, mismas que son el producto de las vacilaciones y tardanzas en tomar decisiones fundamentales sobre el rumbo de la revolución, particularmente en cuanto se refiere a dos asuntos esenciales para la suerte del proceso; en primer lugar, la necesidad de haber adoptado un plan económico estratégico complementario de la nacionalización de la renta petrolera, que asegure el monopolio estatal de los sectores claves de la economía (comercio exterior y sector financiero), resuelva el abastecimiento alimentario de la población y diversifique la producción interna, buscando la superación progresiva del modelo rentista de la economía, y en segundo lugar, la creación de las condiciones políticas que propicien la presencia cada vez mayor de los trabajadores y el pueblo en el ejercicio directo del poder, como actores y sujetos insustituibles en la transformación de las estructuras económicas, sociales y políticas de la nación.
La percepción que existe es que la revolución no ha podido hallar aún la vía que la conduzca definitivamente por la senda de la transición socialista, y tal dificultad es consecuencia del hecho de que la dirección chavista haya carecido, aún desde las épocas de Chávez, de un planteamiento estratégico definido sobre las implicaciones de la transición socialista en un país como Venezuela, que gravita en la periferia capitalista, rentista y mono-exportador. Los chavistas han querido suplir esta carencia con un voluntarismo político y justiciero hacia las masas, apoyados en el poder de disposición que han tenido sobre la renta petrolera y basados en la convicción propia y a la vez inculcada a las masas de ser protagonistas de una revolución que habrá de llevarlos al socialismo. Pero la contraofensiva de la burguesía y el imperialismo se encargaría de poner al desnudo que eso no es suficiente, y que las revoluciones una vez iniciadas se tienen que llevar a término, so pena de sucumbir a la traición o a la derrota. En Venezuela se está justamente en ese punto: o el chavismo define y asume el rumbo de la transición socialista de la revolución que ha iniciado, o lo que sobreviene es la desnaturalización de ese proceso y la restauración conservadora del orden oligárquico de la mano de la burguesía y el imperialismo. Por eso, para el chavismo y el futuro de la revolución es de vida o muerte clarificar y definir de una vez por todas, el destino del proceso revolucionario ya iniciado.
En este contexto cobra importancia y valor estratégico la Asamblea Nacional Constituyente elegida el pasado 30 de julio. De origen constitucional, fue convocada por el presidente Maduro y respaldada por más de ocho millones de ciudadanos, lo que habla de su legitimidad. Los 545 miembros que la conforman fueron elegidos en representación de circunscripciones territoriales y sectoriales, con lo que el gobierno tuvo el cuidado de asegurar que la Asamblea no sólo fuera representativa de todo el territorio nacional sino también democrática y popular por su composición social, al garantizar la representación de la amplia gama de sectores sociales que expresan y constituyen el pueblo como sujeto histórico de la revolución: comuneros, trabajadores asalariados, campesinos, indígenas, estudiantes, pensionados, artesanos, pequeños y medianos empresarios, etc. Como expresión de la voluntad del constituyente primario, la Asamblea cuenta con plenos poderes para aprobar y promulgar una nueva constitución política, así como para legislar sobre la situación del país con el fin de superar la actual crisis social, política y económica de la nación. Por su composición social y política, por su naturaleza, facultades y competencias, está llamada pues a convertirse en el órgano político e institucional apropiado para que el chavismo logre replantear el curso de la revolución, particularmente en lo que tiene que ver con la adopción de una estrategia que asegure condiciones para que el proceso tome el rumbo de la transición socialista.
A un mes escaso de haber sido instalada y empezado a sesionar, la Asamblea se ha hecho reconocer por los poderes constituidos como órgano soberano y expresión máxima de la voluntad popular. Con excepción de la Asamblea Nacional Legislativa, controlada por la derecha, el resto de las instituciones centrales del Estado han acudido ante ella para reconocer su supremacía. Ha tomado, así mismo, decisiones encaminadas a conjurar la crisis política e institucional, enfrentar la violencia y garantizar la paz. Y para hacerle frente a la crisis social y económica, ha decidido convocar al Consejo Nacional de Economía para tomar medidas encaminadas a enfrentar en lo inmediato la escasez de alimentos y medicinas. De igual manera ha convocado a un diálogo nacional al empresariado privado, estatal y comunal para debatir las bases de lo que podría ser un modelo económico en el que puedan coexistir las tres formas de propiedad. Aunque está en la agenda de la Asamblea, sigue pendiente la decisión que ésta pueda tomar en relación con el diseño institucional del Estado comunal y el tránsito hacia el mismo, como lo reclama un amplio sector del chavismo.
Dada pues la magnitud de la tarea que enfrenta, la Asamblea Nacional Constituyente tiene el reto de erigirse en el factor histórico y político determinante de la revolución bolivariana. Corre igualmente el riesgo de devenir en un órgano institucional más. Para lograr lo primero y evitar lo segundo será decisivo la capacidad que tengan los chavistas de reconquistar el respaldo de las masas que tradicionalmente los ha acompañado y evitar que la burguesía retome la iniciativa política y se apodere la situación. Para ello es urgente e inaplazable la adopción inmediata de medidas de orden económico que eviten la catástrofe, resolviendo los problemas de escasez alimentaria y atención médica de la población. Superada la insurrección armada de la derecha, será preciso igualmente que el chavismo y la Asamblea restablezcan los espacios de debate y acción política entre las diferentes corrientes que le apuestan al triunfo de la revolución desde otras opciones y con otros criterios. Recuperar el debate de ideas y opciones entre diferentes fracciones y tendencias le hace bien al proceso, y antes que debilitar la revolución la enriquecen y la fortalecen. Es una buena manera de evitar los riesgos autoritarios, burocráticos y estalinistas, que suelen gravitar sobre estos procesos.
A la revolución bolivariana le cabe el mérito de haberle dado actualidad a los temas estratégicos debatidos por los marxistas desde el triunfo de la revolución rusa, hace cien años. Tales asuntos son hoy nuevamente revisados, no sólo por la dirección chavista -aunque poco se conozca de ello-, sino también por los marxistas revolucionarios y sectores de izquierda tanto en América Latina como de buena parte de Europa, donde se sigue con vivo interés los problemas centrales de la revolución venezolana. Sería un craso error, sin embargo, pretender acercarse a la experiencia del chavismo y la revolución bolivariana con actitud sectaria y dogmática, como en su momento lo hicieron algunos sectores de izquierda con ocasión del triunfo de las revoluciones cubana y sandinista. Entonces esas revoluciones fueron descalificadas porque no encajaban en los esquemas de revolución proletaria que los sectarios y dogmáticos tenían en sus cabezas. Igual cosa ocurre hoy con el chavismo y la revolución venezolana.
Los sectarios y los dogmáticos no podrán entender que la revolución bolivariana representa un proceso con características y ritmos propios e inéditos, cuyas transformaciones en la economía, la sociedad y el Estado han seguido dinámicas y velocidades desiguales entre sí, y diferentes a la vez a las de otras revoluciones, todo lo cual determina que su rumbo hacia la transición socialista sea igualmente propio. A diferencia de lo que fue la experiencia del siglo pasado, cuando la mayoría de las revoluciones triunfantes daban a luz casi a un mismo tiempo rupturas revolucionarias en las estructuras sociales, políticas y económicas, la experiencia reciente de América Latina podría estar enseñando la existencia de procesos diferenciados y más dilatados en el cumplimiento de sus propósitos y metas básicas. Tal es lo que se desprende no sólo de la experiencia reciente de Venezuela, sino incluso de la cubana, cuando hoy la dirección política de esta revolución se formula serios replanteamientos en pleno período de transición postcapitalista.
Miradas las cosas de esta forma, las frías cifras estadísticas resultan igualmente insuficientes para comprender la complejidad de un proceso revolucionario como el que actualmente se vive en la patria de Bolívar. Y antes que negar categóricamente que el chavismo sea la expresión de una revolución social, debería admitirse con la contundencia de los hechos que en Venezuela se ha instalado un gobierno democrático-popular que le disputa a la burguesía local el control pleno del Estado y la producción, en un conflicto que lo enfrenta al mismo tiempo con el capital internacional y el imperialismo, lo que lo hace sustancialmente diferente de los gobiernos de centro-izquierda y progresistas de la región. Tendría que admitirse igualmente que los chavistas, con su llegada a los órganos centrales del Estado, son los responsables de que las compuertas de este proceso se hayan abierto de par en par, y que hoy tengan que asumir el reto de deshacer todos los fantasmas que gravitan sobre Venezuela.