
Tenemos que trabajar por la grandeza del movimiento revolucionario. Los acuerdos de la Habana no ponen fin a la conspiratividad ni a la lucha revolucionaria. Por tanto, hay que conservar las estructuras organizativas, la disciplina y el espíritu de combate.
Los combatientes y guerrilleros (el sufijo ex, huele mal), deben entender que como consecuencia de los acuerdos, el gobierno les concede el indulto, pero la derecha, no. No les van a festejar con balas de salva el retorno a la vida civil, ni
los esperarán precisamente para jugar paint ball. Los piadosos cultores de la fe cristiana, les harán conocer su infinito amor al prójimo; los implacables críticos de la impunidad, les mostrarán cómo se defiende un estado de derecho; aquellos asesinos que le cantan a la libertad que perfuma las montañas de mi tierra, nunca dejarán que los hijos aspiren sus olorosas esencias.
La lucha de clases no es una categoría intelectual, sino algo vital que se siente en el día a día; te odian, te desconocen, te incumplen, retardan las medidas acordadas, te hacen cerco mediático, te persiguen, te bloquean, te hacen montajes judiciales, te amenazan, acosan a tu familia, te asesinan, te desaparecen. Son los mismos que ponen denuncias en organismos internacionales y que llaman a la intervención de tropas extranjeras en contra de los pueblos latinoamericanos – como los desgraciados senadores colombianos y chilenos en contra de Venezuela-. Por lo tanto, la seguridad, el cuidado, al igual que las acciones populares coordinadas, siguen teniendo vigencia.
Como dice Michel Onfray en “Tratado de ateologìa”, la no violencia se convierte en un holocausto cuando se tiene a un bruto por delante. Hay que tener conciencia de la alianza de poderes que el pueblo colombiano tiene que enfrentar: La oligarquía más astuta y sanguinaria de América Latina; una de las mafias más peligrosas del mundo; el imperialismo con la mayor maquinaria de muerte en toda la historia de la humanidad. Es decir, las fuerzas que alimentan a la derecha en el país y en la región para llevar siempre la lucha al terreno en el que son más fuertes: la violencia.
¿Existirá alguien que piense que es posible que estructuras débiles puedan hacer un negocio honesto y transparente con la oligarquía, la mafia o el imperialismo? De ahí la importancia de la preparación intelectual, del estudio profundo, de la unidad de las fuerzas democráticas que luchan por un mejor país, por el avance humanista y civilizatorio del mundo. Nunca las clases dominantes hacen concesiones gratuitas a los explotados. Las reivindicaciones alcanzadas por la clase obrera y por los pueblos del mundo han sido a costa de luchas heroicas y dolorosas. Hay que tener peso político y lograr que el pueblo participe y lo sienta así.
Pero hay que encarar la tarea con la seriedad que exige el poder de la negatividad dialéctica que conduce a abrazar a la revolución permanente, único remedio que permite diferenciar entre reformistas y revolucionarios.
Julio 27 de 2017