Muchas veces cuando se trata de referenciar un libro, se enfrentan en la mente dos posiciones: una, la de la aburridora y peligrosa labor de contar la película – por las interpretaciones subjetivas que se introducen, pero con lo que también se cumple una labor social- y la otra, de decir simplemente: léanlo –en la que sin duda hay una dosis de arrogancia al creer que si algo le gusta a uno, también debe ser de valor para los otros-. Pero el reconocer que se comparten códigos culturales, permite conciliar y adelantar la tarea.
Recuerdo de niño, cuando al mediodía de retorno de la escuela, un compañero se alteró porque dice haber visto a otros niños tirándole piedras a una estatua de la virgen, por lo que respondió de la misma forma contra los agresores de la imagen. En esa cuadra habitaban unos protestantes, que en ese tiempo no eran tan numerosos y eran fácilmente detectables y señalados por la vecindad. (Estaba justificada la respuesta)
Al llegar a la casa le relaté el suceso a mi madre, quien alabó la actitud de mi compañero y me dijo: “Mijo, uno por la religión tiene que hacerse matar”. Palabras que aún revolotean en mi mente, cuando miro el peso que la religiosidad ha tenido en el mundo, sobre todo occidental que es la zona en la que hemos recibido la influencia. Sin duda alguna, mi madre era una excelente persona, convencida de su fe.
Esa influencia cultural de Occidente, es la que Onfray trata en su libro. Toma de Foucault el término episteme, el cual define como “ese dispositivo invisible pero eficaz del discurso, de la visión de las cosas y del mundo, de la representación de lo real, que encierra, cristaliza y petrifica una época en representaciones estereotipadas.”
Por eso es que a las persona les queda difícil formarse una idea objetiva de la realidad, pues parten de una interpretación a priori, que involucra aspectos culturales complejos en los que van incluidos sus intereses o los argumentos que los benefician. La finalidad guía a las palabras. Ninguna persona normal y libre, habla para atacarse a sí mismo. Salvo lo que se puede deducir de la teoría de la alienación.
El libro consta de cuatro partes: Ateología, Monoteísmos, Cristianismo y Teocracia. Atractivos títulos con los que un lector puede hacerse a una idea muy general del tema. El autor reclama por una historia del ateísmo, que obviamente ha sido perseguido, quemados los libros y escritores y prácticamente borrados de las sociedades anteriores y presentes. Al infiel que practica el ateísmo se le identifica con el mal, a lo que Onfray responde: “hombres miserables sin dios, y con dios, peor aún”, “precisamente, porque dios existe, todo está permitido”, “La existencia de dios, me parece, ha generado en su nombre muchas más batallas, masacres, conflictos y guerra en la historia que paz, serenidad, amor al prójimo, perdón de los pecados o tolerancia.”
El cristianismo, el islamismo y el judaísmo, son tres religiones monoteístas, reclaman para cada una un dios único y consideran como infieles a aquellos que no practican su misma fe. Jehová, Mahoma y las versiones de Cristo, proclaman la persecución de los impíos, los cuales son considerados humanos de segunda categoría y por tanto pueden ser colonizados, conquistados y esclavizados. Teorías religiosas de gran valor para los opresores de todos los tiempos.
La teoría cristiana, la cual es compartida en versiones por las otras dos religiones, es muy simplista: Adán y Eva, el pecado original y el paraíso perdido y sobre eso se construye lo demás. A los únicos que les es permitido disfrutar del paraíso aquí en la tierra, es a los ricos; los pobres deben someterse y sacrificar sus familias para que así sea. Como recompensa, obtendrán el paraíso en el más allá. Y como compensación, prometen una justicia vengadora futura: “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre al reino de los cielos”. -Aguanta, que el patrón que te oprime descargando su poder contra ti, será castigado por la justicia divina-. Discursos que han dejado grandes réditos a los opresores y les da la tranquilidad por la participación divina en el control ideológico de la población oprimida. Y si no, se recurre a la fuerza abusiva que también es sagrada.
Onfray reclama por el derecho que tienen todas las personas, al disfrute de la vida, aquí y ahora. No lo dice el autor, pero hay que reconocer la grandeza de una nación, cuando en sus leyes incluye a la mayor suma de felicidad como uno de los objetivos máximos, tal como lo hace el gobierno bolivariano de Venezuela en el punto II del Plan de la Patria del 2013 a 2019. Se deduce entonces el porqué y de dónde provienen los ataques al pueblo patriota. El buen vivir está vedado para los pobres.
Las teorías religiosas han sido tejidas por seres humanos a lo largo de la historia, por eso han creado a dios a su imagen y semejanza: “violento, celoso, vengativo, misógino, agresivo, tiránico, intolerante…En resumidas cuentas, esculpen su pulsión de muerte, el aspecto sombrío, y hacen de ello una máquina lanzada a toda velocidad contra sí mismos…”
Igualmente, ese dios nos ha dotado de un cuerpo impuro y obsceno del que debemos avergonzarnos y por tanto, castigar. Como extraña paradoja se enseña que el amor sexual de pareja, es pecado si no está bendecido por un cura, tal vez pedófilo.
Onfray opta por una ética poscristiana y considera que a la teocracia debe oponerse la democracia : “La democracia vive de movimientos, cambios, disposiciones contractuales, campos fluidos, dinámicas permanentes y juegos dialécticos. Se crea a sí misma, se anima, cambia, se metamorfosea y se construye frente a una voluntad que surge de fuerzas vivas. Recurre al uso de la razón, al diálogo de las partes, a los actos comunicacionales y a la diplomacia, como también a la negociación”.
Los objetivos de la ateología, son: “deconstruir los monoteísmos, desmitificar el judeocristianismo -también el islam, por supuesto-, luego desmontar la teocracia: éstas son las tres tareas inaugurales para la ateología. A partir de ellas, será posible elaborar un nuevo orden ético y crear en Occidente las condiciones para una verdadera moral poscristiana donde el cuerpo deje de ser un castigo y la tierra un valle de lágrimas, la vida una catástrofe, el placer un pecado, las mujeres una maldición, la inteligencia una presunción y la voluptuosidad una condena”.
“A lo que podríamos añadirle, por tanto una política más fascinada con la pulsión de vida que con la pulsión de muerte. El Otro no se pensaría a sí mismo como un enemigo, adversario o diferencia que hay que suprimir, reducir, someter, sino como la oportunidad de establecer aquí y ahora una intersubjetividad, no bajo la mirada de Dios o de los dioses, más bien bajo la de sus protagonistas, en la inmanencia más radical. De manera que el Paraíso funcionaría menos como ficción del Cielo que como ideal de la razón en la Tierra. Soñemos un poco…”
Ya lo anunciaba desde 1871 el Himno de la Internacional Comunista del puño de Eugène Pottier: “la Tierra será el paraíso de toda la humanidad”.
De acuerdo con el autor, ahora se vive la efervescencia del fin de una civilización, lo que hace que sean preferibles las fábulas a enfrentar la realidad de la tragedia del mundo. El comercio de mundos irreales da seguridad a quien lo promociona para su necesidad de socorro mental. Las clases dominantes ocultan la miseria espiritual exacerbando la del prójimo, logran la ruptura del ser Humano consigo mismo, llevan las riendas de Dios y lo convierten en su interlocutor. Por eso no se debe aceptar como verdad revelada lo que proviene del poder público.
Como mi conclusión: para el opresor ni un voto más; para el opresor ni una oportunidad más.
El de Onfray es un libro ideológicamente revolucionario. Léanlo.