Amadeo Riva, el propietario del campo La Primavera, no oculta que su primer acercamiento a la agroecología poco tuvo que ver con cuidar al medio ambiente y pensar en un mundo mejor. Tampoco se propuso combatir al capitalismo ni mucho menos revolucionar el mercado de los alimentos. Sin vueltas, este productor argentino de Bolívar, Provincia de Buenos Aires, explica que empezó a innovar con técnicas amigables con la naturaleza por una razón menos noble: gastaba mucha plata en herbicidas.
Su inmenso terreno ocupa 1.200 hectáreas, de las cuales 800 son productivas. Desde 1980 hasta el 2015 su modelo productivo fue el convencional, lanzando agroquímicos al suelo y utilizando las típicas prácticas del negocio agrario. En el último tramo, Riva se mostró preocupado porque cada vez invertía más dinero en productos artificiales para los cultivos, haciendo elevar los costos, pero la cosecha obtenida se mantenía siempre igual. Hasta ese entonces, seguía la doctrina imperante: usar pesticidas para erradicar plagas o plantas indeseables. Sobre ello, indica que si crece un yuyo en el sitio indebido, puede robarse los nutrientes que necesitan la soja, el trigo o el maíz, indispensables para crecer con buena calidad.
La inquietud empezó a germinar cuando el glifosato, un químico muy habitual en el mundo del agro, no pudo eliminar a la rama negra, una maleza que amenazaba a la producción. Así, este herbicida, que parecía infalible, no garantizaba la protección total del terreno y en la cabeza de Amadeo comenzaron a brotar las preguntas. De todos modos, al consultarles a los vendedores del agroquímico y otros entendidos del rubro, las respuestas eran siempre las mismas: "Lo tiraste mal", "esto siempre funciona" y, de nuevo, "seguro que lo tiraste mal". Como el problema seguía, decidió ir en contra de la corriente, en un mundillo que naturalizó la exposición humana a un agente potencialmente cancerígeno, según la OMS.
En medio de esta búsqueda, Riva incursionó en la espiritualidad y comenzó una "terapia biográfica", donde le comentaron sobre la biodinámica, un método de agricultura ecológica. Acto seguido, se inscribió en un taller y manejó "1.500 kilómetros sin parar" hasta la provincia de Misiones para plegarse a una serie de actividades agrícolas, con una filosofía diferente. Allí se topó con un escenario muy distinto al de la vida empresaria: "Están descalzos, son todos hippies", pensaba apenas llegó. Y cuando ingresó al campo, antes de comer, los integrantes del grupo estaban cantando: "Dios mío, dónde me metí", seguía.
El curso consistía en siete días de talleres intensivos, donde el terrateniente incorporó una nueva perspectiva sobre el trato de la tierra. Sin embargo, la gran pregunta era cómo aplicar las técnicas de pequeñas huertas en grandes terrenos, a escala masiva y de forma rentable. Finalmente, además de contemplaciones al suelo, la cursada contó la participación de Eduardo Cerdá, un ingeniero agrónomo que, tiempo más tarde, terminó asociándose con Amadeo. Se trataba de un experto en la producción sustentable.
Transición
En el proceso productivo de la soja, el trigo, el girasol y el maíz, el dueño de La Primavera tiraba químicos tres veces antes de la siembra y otras tres mientras crecían las plantaciones. Después, por ir a contramano de sus colegas agrarios, supo que podía reemplazar el uso de herbicidas y fertilizantes artificiales cultivando verdeos de avena con vicia, una leguminosa. Es la dupla perfecta: "Toma el nitrógeno del aire, lo pasa a la tierra, la fertiliza, y, al crecer, no deja espacio ni luz para que crezcan otras malezas". Por las dudas, para comenzar el experimento, habilitó tan solo 100 hectáreas, las peores y menos productivas del terreno. Igualmente, fue un éxito, y la práctica se extendió.
Al día de hoy, Riva continúa con este proceso de "transición ecológica", incorporando otras técnicas. Ahora comenta que ya tiene "tranquilidad financiera", comprando mucha menor cantidad de semillas transgénicas y herbicidas: antes usaba 9.000 litros de agroquímicos al año, y ahora tan solo 800. Su anhelo, dice, es erradicar los pesticidas en todo el campo, aunque ello requiera saberes y sistemas innovadores que se adapten a las particularidades del predio.
Otro cambio importante que tuvo La Primavera fue la necesidad de contratar mano de obra para las épocas de siembra: "Me di cuenta que mi plata termina en el pueblo, en vez de terminar en otro lado", comenta el entrevistado. En cuanto a la cosecha anual, la cantidad se mantuvo igual, entre 2.400 y 2.500 kilos de granos por hectárea. Igualmente, los gastos se redujeron muchísimo: "Mis costos de producción agraria los bajé en un 60 %", repasa. "Si ponía 400 dólares por hectárea de soja, hoy gasto 120, 160", agrega.
Al introducirse en estas prácticas, el bonaerense fue muy cuestionado por sus pares, acostumbrados a métodos arcaicos. "Amadeo, no te va a ir bien", escuchaba. "Dicen que en La Primavera van a cosechar rama negra –la maleza–", se burlaban los hombres de campo. Hoy, Riva sabe que en Bolívar algunos dueños lentamente empiezan a incursionar en la materia: "Un colega me confesó que empezó a usar avena con vicia", se enorgullece, y resta por ver si se convertirá en tendencia.
"En el 2010 tirabas glifosato y sembrabas soja. Desde el 2017 tenías que tirar tres veces glifosato, 24D –otro herbicida–, más esto y lo otro, para después sembrar. Los tipos empezaron a hacer números, y se dieron cuenta que si en vez de gastar tanto en herbicidas modificaban la tierra con un disco, achicaban costos. Se empezaron a volcar hacia la agroecología de la misma manera que yo", repasa.
Más allá de los números, Riva comenzó a mirar la tierra con otros ojos y destaca más beneficios a largo plazo: "Reduje mis costos, pero, ¿qué pasa con la tierra? Eso es lo bueno, cómo favoreces el suelo. Queremos soluciones ya, somos cortoplacistas, pero eso no lo ves en el 2021, recién en el 2030, y depende de muchos factores". Seguramente, al cultivar de modo sustentable, La Primavera tendrá un terreno mucho más fortalecido. Para concluir el reportaje, Amadeo comparte con RT una pequeña historia: "Un señor de 93 está plantando avellanas, que pueden tardar en crecer muchos años. '¿Por qué lo hace?', le preguntan. 'Es para mis nietos', contesta el anciano".