Aviso

Por: José Darío Castrillón Orozco

 

“Una revolución no es un lecho de rosas. Una revolución es una lucha a muerte entre el futuro y el pasado”. Fidel Castro, 1959.

 

Desde la descalabrada que David le pegó a Goliat nadie había derrotado un gigante, hasta cuando Fidel Castro y sus “barbudos”, tras tomar el gobierno de Cuba, le plantaron cara al imperio. A diferencia del grandulón de la biblia el de aquí no murió, pero Fidel resultó mucho más igualado que David: desde la isla empobrecida, y en el antejardín del Tío Sam, respondió de tú a tú las amenazas norteamericanas, y se dio el lujo que no pudo David: Humilló una y otra vez al monstruo del norte, hasta llevarlo a la impotencia y a reconocer su derrota en 2014.

 

Tal gesta fue modelo para muchos que se adentraron en las montañas a cocinar la misma lucha guerrillera que, tras 25 meses de guerra, diera el triunfo a los insurgentes del Movimiento 26 de Julio. Los “focos” guerrilleros se multiplicaron en los Andes, y otras montañas; Se copiaron las indumentarias y las barbas, se repitieron discursos, acciones… y, a medio camino de la aventura y el apostolado, la mayoría de aquellos combatientes encontraron el martirio, entre ellos el Che Guevara y el padre Camilo Torres. Pese al cuidado con que aplicaron la culinaria revolucionaria les faltó un ingrediente fundamental: el genio político de Fidel.

 

Genialidad que hasta sus detractores, que no son pocos, reconocen. Porque sin esa cualidad su triunfo se tornaría derrota. Sin ella no habría podido salir avante en el gobierno del pequeño país, lleno de carencias y sin producción, con el enemigo bloqueando suministros y filando los demás estados lacayos de América contra Cuba. Fidel Castro gobernó la isla más aislada que ha habido en la historia.

 

Resistió la agresión sistemática de la mayor potencia del mundo, la que se erigió vencedora de dos guerras mundiales por su capacidad de daño. Lo hizo invocando la tenacidad de los cubanos que respondieron a su llamado de “Patria o Muerte” y resistieron los embates; y con una política de alianzas audaz que logró el protectorado de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS. En ese contexto ocurrió la crisis de los misiles de 1962, donde la guerra nuclear casi borra las ideologías suprimiendo a los humanos, y tenía a Cuba como sede del apocalipsis. También fue filigrana su actividad diplomática, que se ejercía sin eludir los conflictos y los deberes de la solidaridad internacional: tras medio siglo de revolución y resistencia toda América tenía relaciones con Cuba, quienes se estaban aislando eran los gringos.

 

Miles de sabotajes se sucedieron contra Cuba, pese al acuerdo que firmaron Robert Kenedy y Nikita Khrushchev, de poner fin a “todas las operaciones de sabotaje” contra la isla. En un sitio que ajusta 57 años Estados Unidos trató de matar al pueblo cubano de hambre y de enfermedad; y al mismo Fidel de 739 formas de asesinato. Richard Nixon y Ronald Reagan intentaron respectivamente 184 y 197 veces el magnicidio. La CIA agotó el repertorio de venenos, traiciones, atentados. La muerte del Comandante a los 90 años en su cama de enfermo es la última burla que le hace.

 

La revolución de Fidel sobrevivió contra todos los pronósticos, contra el millón de cubanos que se fueron (once millones se quedaron), contra los sabotajes, contra el bloqueo, contra

 

los huracanes, contra las hambrunas. Una de las peores crisis ocurrió tras la desintegración de su aliada la URSS, entonces la revolución se reinventó y superó el trance. Tras un rosario de escollos la República de Cuba es una potencia social: única nación de América sin desnutrición infantil, sin problemas de drogas, ni de pandillas juveniles, y con escolaridad total; Con salud y educación gratuitas de la cuna a la tumba es modelo de salubridad, de educación, de deporte, y de cultura. Hoy, con la facultad de medicina más grande del mundo, más que ron o azúcar Cuba exporta médicos y la esperanza de vida en Cuba es mayor que la de EEUU.

 

Fidel Castro, en un siglo atiborrado de figuras carismáticas fue carismático como el que más. Enzarzado en lucha desigual contra el imperio encarnó la dignidad de América, dejando como escoria a dirigentes latinoamericanos vendepatrias. Fue también inspiración de la descolonización de buena parte del mundo, y cuando todos miraban para otro lado con el apartheid, las tropas cubanas le infligieron una definitiva derrota al régimen de Sudáfrica en Namibia, iniciando el declive del sistema segregacionista.

 

Muchos aspectos se resaltan de este líder que también se reinventó a sí mismo una y otra vez, siendo referente de luchas sociales, de bregas por un comercio internacional equitativo, profeta de la crisis de la deuda en el tercer mundo, también de responsabilidad ambiental. Y de moralidad. Hoy el Papa Francisco pone la corrupción como signo del apocalipsis, y Fidel encarnó la moral del dirigente político. No sólo porque castigó sin miramientos la corrupción de la burocracia, ni por su modo de vida con austeridad de soldado, ni por impedir que le erigieran monumento alguno, o que bautizaran calles con su nombre, o que con su efigie acuñaran moneda, sino porque no se dejó sobornar por el corruptor del norte, ni cedió a sus chantajes.

 

Sin embargo, Fidel Alejandro Castro Ruz, según sellaron en la pila, o la media docena de títulos de gobierno que ostentó en Cuba, junto al de primer secretario del Partido Comunista... o simplemente Fidel, fue aclamado en el mundo entero como símbolo de justicia.

 

Porque en la resaca de la posguerra, con el planeta repartido entre los poderosos y la ilusión desterrada por el chantaje nuclear, cuando sólo quedaba orar contra el Armagedón atómico, emerge de la Sierra Maestra este ser corpulento, de uniforme arrugado, desenfadado e iconoclasta, para tornarse ícono de la justicia. Inspirados por su ejemplo, y más por su estilo, los jóvenes de ayer y hoy entre barricadas, pólvora y cantos fraternos propugnan por construir la utopía que décadas de conservadurismo político han eclipsado. Fidel hizo reverdecer la esperanza.

 

Hace mucho dejó de ser un humano para convertirse en símbolo. Su nombre se ha coreado millones de veces, por miles de voces, en cientos de países, como plegaria invocando un mundo mejor. Su imagen quijotesca alienta el día a día de los indignados en Europa, el noche a noche de los palestinos despojados de patria, la azarosa travesía de los refugiados, de los campesinos desposeídos en todas las Américas, en las huelgas obreras… es faro de las luchas adversas. La inmortalidad de Fidel es un hecho porque se ha tornado insignia de la juventud del mundo. Por ello cuanto más se entierra más alto brilla, estrella que orienta a los seguidores de la utopía, que vive en los corazones de los inconformes, es mito que alienta la esperanza de una existencia mejor. ¡Hasta la victoria siempre Comandante!